DESPEDIDA DE UN SUICIDA
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Esa mañana mientras me
encontraba leyendo un libro en mi recámara, me sorprendió escuchar la voz desde
la sala de mi primo hermano saludando a mi madre y preguntando por mí. Me embargó
una gran alegría era uno de mis primos más queridos y admirados, y casi de mi
misma edad, unos 17 años, así que dejé el libro y corrí a la sala, al vernos
nos dimos un fuerte abrazo.
Él era un tipo alto, ágil y fornido, de
tez morena clara, de mirada penetrante y ojos café oscuro. Muy inteligente, de pensamientos
rápidos y respuestas claras. El segundo de tres hermanos de padres maestros. Era
demasiado inquieto, no se amoldaba a la rutina, después de la secundaria
claudicó a la escuela; tuvo varios trabajos temporales, y se “perdía” por semanas de la casa, ante la
gran preocupación de la madre. En cambio, el hermano mayor era de los mejores
estudiantes de Ingeniería de Veracruz, muy tranquilo, respetuoso e
introvertido. La hermana menor, caprichosa, floja, manipuladora de los padres,
nunca fue responsable en ninguna de las dos o tres carreras que sus padres le
ofrecieron. Ante estos estereotipos, los padres terminaron por adorar al hijo
mayor y a la hija. Encasillando al intermedio como la “Oveja negra” de la
familia. Él sentía el rechazo de parte de sus padres y le dolía verse comparado
con el cariño que ellos prodigaban a sus dos hermanos.
Después del abrazo lo invité a la fuente
de sodas del Parque, donde platicamos mientras escuchábamos de la rocola: Black
is black, Flowers in your eyes (San Francisco nights), Get back, Michelle, y
otras.
Fuimos a buscar a unos primos nuestros sin
encontrarlos. Platicando y caminando por el pueblo y a las orillas del lago de Catemaco se nos fue el tiempo, él no
pudo viajar esa noche por lo que tuvo que pernoctar en mi casa.
Después de cenar, seguimos platicando un
rato más. Fue entonces que él me preguntó: ¿Tú
crees que tú mamá, mis tíos y el resto de la familia me quieran? Inmediatamente
le respondí: ¡Claro que sí! No quise preguntarle el por qué él tenía esa
duda, cuando era obvio que la familia en general, aun conociendo su situación,
nunca lo rechazó, ni lo hizo de menos, él era igual de querido que los demás
hermanos. Momentos después, de manera inesperada, él sacó una pistola y la encañonó en mi sien. ¿Qué harías si en este momento yo te disparara?
No le mostré miedo, porque sabía que con él o sin él, no cambiaría lo que fuera
a sucederme. Así que me concreté a responderle: ¡Morir…solo eso!, sonrío como quien hace una broma y guardó nuevamente
el arma. Antes de acostarnos a dormir le pedí el arma, la guardé en mi ropero y
le eché llave.
Al día siguiente al despertarme, noté que
mi primo se había levantado antes y se había ido. En lo primero que pensé fue
en el arma, la fui a buscar y ya no se encontraba, él halló la llave y se llevó
la pistola.
Ese mismo día en la tarde, nos llegó la
noticia de que en Santiago Tuxtla, Veracruz, donde trabajaba su papá y otro hijo de diferente
madre, él, mí primo, se había pegado un tiro en la sien.
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