EL MÉDICO CARICATO
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado
Él
payaso tenía ya varios meses de presentarse todas las mañanas en ese crucero de
la avenida Araucarias, muy cerca de los kinder y las escuelas primarias. En
cada vehículo que miraba niños, iba y les dirigía una dulce mirada acompañada
de señas y gestos para animarlos a su entrada a clases. A cambio, recibía de
ellos una sonrisa, un ¡Gracias!, un ¡Waoo! o un ¡Te quiero…! Y no sólo los niños lo miraban con agrado y afecto,
sino también los padres que se sentían agradecidos por hacerles menos latosa la
dejada de sus hijos en la escuela.
Carmen, era de esas madres agradecidas con
el gracioso personaje, pues debido a él, ya no tenía problemas por llevar a
clases a la pequeña Susy, la cual iba gustosa por verlo todas esas mañanas, e
incluso no dejaba de nombrarlo y hasta hacia
dibujos de él, de su “caricato”, como
lo nombraba la madre.
Y no sólo los pequeñines y los padres de
familia hablaban de él, sino también los maestros, reconociéndole el gran apoyo
para ya no lidiar o soportar tantos berrinches a la entrada a clases.
Uno de esos días la pequeña Susy enfermó
de varicela, Carmen preocupada la llevó
con el médico más cercano, él cual trató con mucha paciencia y cariño a su
pacientita. Susy salió muy feliz de la consulta y, acercándose a su mamá tal
como si fuera un secreto, le dijo al oído: ¡Mamá,
él es “Caricato”! Carmen, sonrío y
soltó la carcajada, no podía dar cabida a lo que pensaba que era una ocurrencia
o producto de la fiebre de su hija.
Ese tiempo que Susy no acudió a la
escuela, se la pasó haciendo dibujos de su “caricato”
y de su amable doctor. Diez días después Carmen llevó nuevamente a la niña con
el médico para revaloración, y antes de llegar alcanzaron a ver que éste se
subía a su carro, e instintivamente lo siguieron hasta que él aparcó a dos
cuadras del crucero de Araucarias, se quedaron observándolo y unos instantes
después vieron salir al payaso del auto del médico.
Susy casi pegó un brinco de alegría, en
tanto, Carmen puso una cara de asombro. ¡Mamá,
ya vez, te lo dije, que era “Caricato”!
Carmen, intrigada por la conducta del
médico, empezó con más frecuencia a seguirlo, así se enteró que éste acudía
ciertos domingos a los mercados ambulantes a comprar juguetes, para llevarlos a
la siguiente semana a algún orfanatorio, en donde después de divertir como mimo
a los niños con sus chistes y canciones, se los regalaba.
Ella, ocultándole lo que sabía de el, se
propuso hacerse su amiga, ante la complacencia de la pequeña Susy. A la cual le
prohibió decir su secreto.
En poco tiempo se hicieron grandes amigos.
Carmen le confesó que era educadora y madre soltera y, que la razón de su vida
era la pequeña Susy. A él, le costaba
trabajo hablar sobre su vida, pues cada vez que lo intentaba hacer, un nudo en
la garganta se lo impedía.
Cierta noche en que se encontraban los dos
en un Café, ella le tomó las manos al tiempo que le decía: ¡Creo que te has dado cuenta del gran cariño que te tenemos Susy y yo,
y quiero que sepas que ya no insistiré en conocer tu pasado! Él, la miró
con gran ternura, apretó suavemente las manos de ella entre las suyas, volteó a
su alrededor como cerciorándose que no era escuchado y, empezó a decirle: ¡Gracias Carmen, yo también siento un gran
cariño por ustedes dos, máxime que me recuerdan a mi difunta esposa e hija, a
las cuales no he podido olvidar y, qué en dónde quiere que estén espero me
perdonen! Calló un momento, se reflejó en su rostro un rictus de dolor, estuvo a punto del sollozo
y, respirando profundo, continúo hablando: ¡Recién egresado de medicina me casé
con la que fue mi novia durante varios años, tuvimos una hija, nos quisimos
mucho. Yo, queriendo darles un mejor futuro trabajaba dos o tres turnos diarios
en diferentes hospitales, casi no estaba en casa con ellas. Mi mujer varias
veces me pidió mayor tiempo para ellas dos, yo la desoía, le pedía comprensión
y paciencia, diciéndole que esto no era eterno. Una noche, por estar
trabajando, permití que se fueran solas en el carro a Córdoba a ver a su mamá. No llegaron,
perecieron en un fatal accidente. Al enterarme, quise morir, ellas eran mi
vida. Aún no logro quitarme toda esa culpabilidad. Deje dos años sin ejercer,
algunos amigos me ofrecieron apoyo psicológico, y fue así que poco a poco logré
salir de ese trauma que parecía lanzarme al fondo de un abismo tan negro como
mi conciencia. Por querer ofrecerles un mejor mañana, nunca les di un mejor
presente. Y eso lo sigo cargando.
Carmen, conmovida ante la confesión y con
los ojos llenos de llanto, terminó de escucharlo. Y con una tenue voz que se
escuchaba muy lejana y no propia de ella, le dijo: ¡Te perdonamos, sabemos todo lo que has hecho y sufrido! ¡Sé feliz! Ambos
se quedaron atónitos al escuchar esa voz, esas palabras. Y tácitamente comprendieron
que su relación era bendecida desde el cielo.
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