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sábado, 9 de enero de 2016

LA POZA Y EL KÁISER Antonio Fco. Rguez. A.

“LA POZA”
Y EL "KÁISER"
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado

Imagen de Internet

Por ratos el tío Toño paraba su marcha y volteaba la cabeza atrás para ver si su anciana madre lo venía siguiendo en el trayecto de unos 2 km hacia el terreno situado a la mera entrada a Catemaco y que era conocido como “La Poza”. Él, portando el machete en la cintura y costalillas de yute, siempre se acompañaba de su fiel perro negro pastor alemán “Káiser”.

     A un costado de la entrada del terreno se encontraba un altarcito con una cruz de mediano tamaño, conocida como "La Cruz del Perdón", la cual había traído su difunto padre desde las Islas Canarias. Cada vez que mi tío era acompañado por mi abuelita “Vita”, ella se quedaba un rato rezando en el altarcito para después ayudar al hijo a recoger y meter en las costalillas las semillas de café o las variadas frutas cultivadas por la familia. Más de la mitad del terreno estaba a nivel de la carretera y había árboles de maderas preciosas como robles y cedros, y frutales como naranjos, limoneros, aguacates, zapotes mamey y domingo, nanches, jinicuiles, chagalapolis, ciruela, tamarindos, etc., además, era común observar ardillas, iguanas, garrobos, culebras, y diferentes variedades de aves, entre ellas tucanes sobre los árboles de guarumbo. Se disfrutaba del sonido emitido por los animales, así como del provocado por alguna fruta al caer sobre el suelo de hojarasca. Y obvio, los ladridos de “Káiser” y uno que otro regaño o llamada de precaución  de mi abuelita a su hijo.


Imagen de Internet

     Al terminar la planicie del terreno, a través de una pendiente se llegaba a una gran hondonada en la que se encontraba una bellísima lagunita o poza, formada por un brazo del río Grande o Catemaco, de agua fresca y cristalina, donde se  podía pescar topotes, mojarras y anguilas de agua dulce, había además, un par de nutrias, y era un deleite verlas jugando. Sobre sus  orillas otorgaban una gran sombra y suave brisa los sabinos o ahuehuetes y árboles de apompo en cuya base y raíces  sumergidas, encontrábamos ategogolos. Ocasionalmente amarrado a un árbol había una lancha de remos. Debo aclarar, que en tiempo de lluvias era muy peligroso acercarse a la orilla pues se ponía pantanoso, en una ocasión, a mis 10 años de edad, me hundí en el lodo casi hasta los hombros, afortunadamente un amigo mayor que yo me salvó jalándome con la rama de un árbol. En sí, era todo un paraíso y mi familia paterna Rodríguez Mortera era la dueña de él.

     Terminada la visita y la recolección de frutas o de semillas de café, mi tío cargaba una costalilla y dejaba otra escondida para volver pronto por ella.  Al regreso ya venían más juntos y platicando madre e hijo, acompañados por “Káiser” quien feliz por verlos unidos se metía a caminar en medio de ambos. Llegando a casa mi abuelita se iba a la cocina a preparar algo de comer o le encargaba a Galdina, su cocinera, que lo hiciera. En tanto, mi tío, tomaba un periódico o una revista y se sentaba a leer en el “poyo” del corredor de la casa, en donde además miraba pasar a la gente y se saludaba con alguna que otra persona. “Káiser" dormitaba echado a sus pies.


Mi abuelita "Vita"

     Mi tío, frisaba los 50 años de edad, era alto, robusto, de tez blanca y ojos cafés claros, siempre se mantuvo soltero, y fue el eterno compañero de mi abuela, ella tenía arriba de 70 años de edad, era una mujer de mediana estatura, de tez morena clara y ojos color café. Ella fue hija de don Francisco Mortera Sinta, último cacique porfiriano de Catemaco y había enviudado del terrateniente español Antonio Mariano Rodríguez González. Siempre muy activa, una excelente ama de casa, muy cariñosa con sus hijos y nietos.  Ahora, el “Káiser” fue regalado a mi tío desde cachorrito, y ya tenía cerca de 10 años viviendo al lado de ellos dos.


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    Era admirable ver la nobleza del “Káiser” con mi tío, no lo dejaba sólo ni a sol ni a sombra, era su ángel guardián. Únicamente en las noches, se le separaba para dormir en la terraza que daba al patio de la casa.   En la calle, así como mi tío volteaba para ver si lo seguía mi abuela, el fiel perro volteaba a ver a su dueño. Para mi tío era innecesario hablarle, entendía con los gestos y movimientos de él. Solamente se dejaba acariciar por el amo y por mí abuela.  

     Unos cinco años después, mi tío empezó a sentirse mal y se pasó cerca de 3 días sin pararse de su cama, hasta que al 4º. día, quedó completamente inerte en ella. Lo que parecía un cansancio general terminó, a decir del médico, en un infarto cardíaco. Mi abuela y el perro se quedaban solos. Al día siguiente, durante la marcha al sepelio, se escuchaban voces de condolencias, de recuerdos sobre el difunto, el llanto de la gente que lo quiso, palmadas sobre las espaldas de los familiares, y en la cara de mi abuela por primera vez en mi vida vi surcar las lágrimas desde sus ojos. Toda su fortaleza, se desvanecía ante la pérdida del único hijo que nunca, nunca dejo de estar con ella.

     En completo silencio, y con la cabeza baja como en señal de duelo “Káiser” acompañaba al cortejo detrás del féretro.

     Al bajar el ataúd al hoyo, “Káiser” lanzó un fuerte y lastimoso aullido, mi abuela no pudo más y caminó hacia él y lo abrazó, los llantos de ella y los gemidos de “Káiser” apenas eran apagados por el sepulcral ruido de los palazos de tierra que caían uno tras otro sobre la humanidad del ser más querido por ellos dos.

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     Se quebró el cuerpo y el alma de ambos. “Káiser” dejó de comer y seguido se desaparecía de la casa, mi abuela sabía a dónde iba, sacó su viejo rosario y empezó a rezar por su hijo y por él.


2 comentarios:

  1. PARIENTE....QUE FLUIDA Y POETICA NARRATIVA...ME FASCINO....TOCAS LOS SENTIMIENTOS CON IMAGENES TRANSPARENTES...FELICITACIONES...

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    1. Gracias primo, viniendo de ti, gran escritor y poeta, es un verdadero cumplido. Un fraterno abrazo.

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