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lunes, 26 de octubre de 2015

LA FINCA DEL LAGO Antonio Fco. Rguez. A.

LA FINCA DEL LAGO
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO



Imagen de Internet

En medio del lago dejamos de remar. Nos miramos a los ojos y surgió la pregunta:

     - ¿Ahora, adónde vamos?,

     -a la otra orilla, dijo Félix,

     - pero si dicen que hoy es peligroso, comentó Lalo,

     -ok, no seamos supersticiosos, venimos de paseo a conocer este lago, no estaría nada mal un poco de emoción y misterio: ¿no les parece?

     - Quique, eso nos parece fabuloso.

     Los tres estudiábamos Filosofía y Letras en Xalapa, y nos encantaba viajar juntos en vacaciones.

     Al acercarnos a la orilla opuesta, vimos una parte de la montaña entre brumas, algo sorprendente porque era un  día soleado, y lo que más nos llamó la atención es que entre más nos acercábamos, la bruma iba desapareciendo.

     Dejamos de remar, y la lancha fue guiada por la corriente.

     Los tres nos sentíamos inmersos en una alucinación onírica, un déja vu, o un hecho olvidado cuando la lancha entró en una pequeña bahía en medio de la montaña que mojaba sus faldas en el lago, la pequeña playa era de roca volcánica, cuya piel era lisa y húmeda, probablemente por el paso del tiempo, las crecidas del lago y el continuo batir de sus olas; había rocas de un color negro brillante y otras  con iridiscentes grises azuláceos. La montaña estaba vestida de una exuberante vegetación con todas las gamas del verde y con árboles cuyas copas de color rojo, verde y amarillo hacían un bello contraste. De pronto, la sorpresa, al distinguir en plena pared montañosa una puerta de regio y vetusto nogal enmarcada de una mohosa cantera. No podíamos apartar la vista de la misteriosa puerta, y nos acercamos a ella. Tenía una aldaba, la curiosidad nos hizo golpearla con ella, cada aldabazo era respondido de un toquido de campana cuyo eco reverberaba en nuestro entorno. La puerta se abrió ante nosotros, nuestros corazones palpitaron con mayor ímpetu ante la emoción. Entramos a la sala de lo que se insinuaba ser una enorme y hermosa casa. Cada paso que dábamos era asombro tras asombro, la casa y su mobiliario se conservaban en buenas condiciones. A través de sus puertas y ventanas podíamos apreciar un mundo fuera de ella. En un momento dado nos quedamos estupefactos… había una iglesia, cuya elevada torre servía de mirador al lago.  




     Ya dentro de la iglesia, al igual que en la casa, todo se encontraba intacto y empolvado: un bello retablo, bancas, marcos, pinturas, candelabros, todo. Subimos a la torre, no había cabida en nuestro cerebro para tanta belleza. ¡Qué increíbles vistas estábamos presenciando! Por un lado, este enigmático lugar, cercado por montañas y elevados muros, en cuyo interior había hortalizas, silos, jardines, fuentes, cerca de 5 a 6 casas y la gran capilla. Más allá las montañas, los volcanes, la selva y el lago. 



     Bajamos de la torre y en lo que admirábamos el bello retablo, nos llamó la atención que una parte del suelo se hundía ante nuestros pies, checamos y vimos que era una cubierta de madera, la cual hicimos a un lado, descubriendo unos escalones, bajamos por ellos, abajo la  oscuridad era apenas rota por un haz de luz que se filtraba por el hueco de la tapa y alcanzamos a ver dos cavernas y en medio de ellas un atril que tenía pintado en la misma madera una leyenda: “En caso de peligro del exterior, salir por la caverna derecha”. En la oscuridad creímos ver unas siluetas fantasmales que se movían dentro de esta cueva, al parecer eran unos monjes, nos pusimos nerviosos, pensamos en cosas de aparecidos, y nos alejamos de inmediato de ahí. 


Imagen de Internet

     Regresamos nuevamente a la superficie, sorprendiéndonos un fuerte temblor de tierra. Nos espantamos y buscamos la gran sala por donde habíamos entrado. Vimos la sala, pero la puerta había desaparecido. Aumentó nuestro temor y nos dimos a la tarea de buscar otra salida. Un nuevo temblor, mayor que el precedente nos inquietó más. En nuestra desesperación tumbamos un librero y uno de sus libros cayó junto a nosotros, de él se desprendió una carta que nos llamó la atención, la levantamos y leímos su contenido: “Esta finca fue construida en 1589 como un lugar sagrado, por  un pequeño grupo de monjes que había sido expulsado de un monasterio al desobedecer  las déspotas y malvadas órdenes  de un obispo corrupto. Las montañas y sus altos muros, la aíslan y protegen del profano espacio exterior.

     Al enterarse el obispo de este lugar, mal informó  a toda la población circundante, diciéndole que era habitado por  monjes del demonio, y la azuzó para que lo destruyeran, junto con ellos.  Los monjes al ver que la turba humana se acercaba, subieron a la torre de la capilla y empezaron a tocar enérgicamente las campanas, al unísono la tierra empezó de manera  violenta a temblar.  Hubo varios relampagazos y al final de ellos la finca desapareció”.

     Desde entonces cada 100 años, en la misma fecha, 26 de octubre, la finca reaparece  por algunas horas y vuelve, posterior a tañidos de campanas y relampagazos, a  desaparecer. Se espera que tal maleficio se termine el día que los monjes regresen por la caverna por la cual huyeron para salvarse.



     Terminando de leer la carta, inmediatamente reparamos que esa fecha era la actual, un temblor aún más fuerte, nos tiró al suelo, y de inmediato se escuchó un desorbitante campanilleo, llegamos al clímax de la angustia y el pavor, nos levantamos y corrimos en dirección a la capilla, bajamos los escalones enfrente del retablo, y ya frente a las dos oscuras bocas vimos en la derecha los blanquísimos rostros implorantes llenos de ansiedad, de desesperación y de miedo de los monjes que nos miraban a través de una pared invisible con la que chocaban al querer traspasarla, apiadados de ellos levantamos el atril de madera el cual se hizo añicos al querer romper el cerco, todavía aún, nos hicimos de unos fuertes candelabros los cuales tampoco sirvieron, nos sentimos impotentes, y a la vez los temblores aumentaban, sentíamos que el tiempo se estaba terminando para nosotros y decidimos meternos en la gran boca izquierda. Ahora, el tiempo se nos hizo interminable, y  finalmente fuimos vomitados por una gran oquedad que se formó en una de las paredes de la montaña, cayendo y golpeando nuestros cuerpos contra las piedras volcánicas de la playa, en el mismo lugar, y podemos asegurar la misma hora, en donde habíamos iniciado nuestra mágica aventura.

     Aún se escuchaban los campanazos, y pudimos apreciar en lo alto la hermosa torre de la capilla, la cual, posterior a una serie de relampagazos, desapareció.

     E inmediatamente la montaña volvió a cubrirse de bruma como queriendo ocultar este terrible acontecimiento.

Foto de Lourdes Cervantes

     Ya a salvo y en aparente calma, recordamos la carta, hubo un propósito en que llegara a nuestras manos: el de salvarnos y el de pedirnos ayuda para romper el hechizo; por otro lado, no podíamos apartar de nuestras mentes las angustiantes caras de los monjes, así que, en lugar de regresar al pueblo, recorrimos parte de la montaña encontrando una cueva al ras del agua, todos pensamos lo mismo, era la salida de ellos.


Imagen de Internet

      Nos metimos en ella, a unos 5 metros estaba bloqueada por una pared de piedra llena de musgo y maleza, quitamos lo más que pudimos mostrándonos unos petroglifos en los cuales apenas se distinguían algunos trazos, y entre ellos, sobresalía uno el cual mostraba la siguiente escena: siete personajes vestidos con sotana, seis de ellos huyendo de otro mucho más corpulento, el cual portaba en una mano una cruz y en la otra la cabeza degollada de un macho cabrío.

     No fue difícil deducir que este cuadro representaba la escapatoria de los monjes de un jefe eclesiástico superior, el obispo,  el cual era además devoto de la magia negra.

     Eso nos explicaba también, la causa por la cual estuvieran secuestrados en “vida” los monjes dentro de la cueva, que de este lado estaba bloqueada por la roca y del lado de la finca por una pared invisible.

     El hallazgo nos reconfortó, ya no teníamos que esperar cien años para proceder a romper este centenario maleficio.

       Los monjes serían salvados.

     Saliendo de la cueva, tuvimos el raro presentimiento de que ya no éramos los mismos, ya afuera, quedamos aterrorizados al vernos: nuestros rostros mostraban una extrema palidez y una fina tonsura se esbozaba en nuestras cabezas.

  Ahora, definitivamente, ya no tan sólo estábamos preocupados por los monjes sino hasta de nosotros mismos. 

     


Xalapa, Ver.  26 de octubre del 2015








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