Al hablar
de la nación Guaiquerí, entre otras
razones que da el P. Joseph Gumilla de su cortísimo número de individuos (unos
60 hombres), nos dice que las mismas madres al cortar el cordón umbilical de
sus hijas, lo hacían de manera que la niña muriera desangrada a los pocos
momentos.
“Supo de una india, la más capaz de
aquellas colonias, dice él, que había cometido aquel crimen y, pasado un mes,
tuvo el mismo Padre noticia cierta del hecho. ‘Pasado un mes, dice, hícele
cargo de su inhumanidad con toda viveza, energía y nervio de razones que pude
por largo rato. Escuchóme la india sin levantar los ojos del suelo y, cuando yo
pensé que ya estaba del todo convencida y arrepentida, me dijo: ‘Padre, si no
te enojas te diré lo que hay en mí corazón’. ‘No me enojaré, bien puedes hablar’,
le dije. Entonces, ella me contestó de este modo (pongo una literal traducción
de la lengua betoya al castellano): ‘Ojalá
mi Padre, ojalá mi madre cuando me parió me hubiera querido bien y me hubiera
tenido lástima de tantos trabajos como hasta hoy he padecido y habré de padecer
hasta morir. Si mi madre me hubiera enterrado luego que nací, hubiera muerto y
con ello me hubiera librado de la muerte que vendrá y me hubiera escapado de
tantos trabajos tan amargos como la muerte; y ¿quién sabe cuántos otros sufriré
antes de morir? Tú, Padre, piensa bien los trabajos que tolera una pobre india
entre estos indios; ellos van con nosotras a la labranza con su arco y flechas
en la mano y no más; nosotras vamos con un canasto de trastos a la espalda, un
muchacho al pecho y otro sobre el canasto; ellos se van a flechar un pájaro o
un pez y nosotras cavamos y reventamos en la sementera; ellos a la tarde
vuelven a casa sin carga alguna y nosotras, a más de la carga de nuestros
hijos, llevamos las raíces para comer y el maíz para la bebida; ellos en llegando
a la casa se van a parlar con sus amigos y nosotras, a buscar la leña, traer
agua y hacerles la cena; en cenando ellos se echan a dormir, más nosotras, casi
toda la noche, estamos moliendo el maíz para hacerles su chicha; y ¿en qué para
nuestro desvelo? Beben su chicha, se emborrachan y, ya sin juicio, nos dan de
palos, nos cogen los cabellos, nos arrastran y pisan. Ah, ¡mi Padre! Ojalá que
mi madre me hubiera enterrado luego que me parió. Tú bien sabes que nos
quejamos con razón, pues lo que te he dicho, lo ves cada día; pero nuestra
mayor pena no la puedes saber, porque no la puedes padecer. Sabes, Padre, la
muerte que es que la pobre india sirve al marido como esclava en el campo
sudando, y en casa sin dormir y al cabo de veinte años toma otra mujer muchacha
sin juicio. A ella la quiere y aunque les pegue y castigue a nuestros hijos, no
podemos hablar, porque ya no nos hace caso ni nos quiere; la muchacha nos ha de
mandar y tratar como a sus criadas, y si hablamos, con el palo nos hace callar;
¿cómo se sufre todo esto? No puede la india hacer mayor bien a su hija que pare
que librarla de estos trabajos, sacarla de esta esclavitud peor que la muerte. Ojalá,
vuelvo a decir, Padre Mío, que mi madre me hubiera hecho el cariño de su amor
enterrándome luego que nací. ¡Con esto no tuvieran mi corazón ni mis ojos tanto
que llorar!
‘Lo peor del caso, añade el Padre, es que
todo cuanto alegó y mucho más que hubiere dicho, todo es verdad. Tengo por
cierto que no hay en el mundo mujeres más desdichadas que las indias’.
Estas palabras de una mujer indígena
hablando acerca de su triste situación son elocuentes por sí mismas.
DATOS OBTENIDOS DE UNA ENTREVISTA DEL PADRE JOSEPH GUMILLA SOBRE LA TRISTE CONDICIÓN DE UNA MUJER INDÍGENA VENEZOLANA DEL GRUPO GUAIQUERÍ.
DATOS OBTENIDOS DE UNA ENTREVISTA DEL PADRE JOSEPH GUMILLA SOBRE LA TRISTE CONDICIÓN DE UNA MUJER INDÍGENA VENEZOLANA DEL GRUPO GUAIQUERÍ.
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