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jueves, 6 de marzo de 2014

LA TÍA Daphne De Luzuriaga

LA TÍA
 Daphne de Luzuriaga

LA PATRULLA se detuvo frente a la elegante mansión de la Colonia del Valle en la ciudad de México.
     Entre dos policías bajaron a Darío, el cual llevaba las manos esposadas. Se acercaron a la puerta y Darío alzó las manos hasta lograr tocar el timbre. La enorme puerta de madera labrada se abrió, y una joven sirvienta sonrió al ver al recién llegado.
     -¡Joven Darío!... -La sonrisa desapareció al ver las manos esposadas- ¿Qué sucedió, joven?...
     -Nada, no te preocupes. Quiero ver a mi tía. ¿Cómo sigue?...
     -Mal, joven. Siempre hablando y preguntando por usted. A veces tiene mejoría. Pero ya el médico ha dicho…
     -¡Bien!... –interrumpió uno de los agentes- Hemos venido a verla. Anuncie a su sobrino.
     -Voy a avisar a la enfermera… -dijo la muchacha.
     Los hicieron pasar, y por las elegantes escaleras bajó una mujer de mediana edad: la enfermera.
     -¡Por favor…! –Imploró Darío- Quiero ver a mi tía. Pedí permiso de salir a verla, cuando me enteré de la gravedad de ella.
     La enfermera vio las manos esposadas del joven, y dijo:
     -Si te ve así, o ve a los agentes se va a poner mal, y hoy ha estado tranquila... ¿No podrían soltarlo mientras que ve a la Sra. Montalvo?...
     -Imposible. Hay reglamento que debemos seguir… Pero podemos esperarlo aquí, si usted nos asegura que no hay otra salida por donde escape.
     -Si no hay más remedio… Te vendaré las manos y le dirás que te has lastimado.
La enfermera puso un vendaje para tapar las esposas, y condujo a Darío hasta la habitación de doña Celia Montalvo…
     Doña Celia sonrió dolorida al ver al joven, y se enderezó un poco en sus cojines. -¡Darío, has venido por fin!...
     Darío alzó los brazos en un espontáneo impulso por abrazar a su tía, y los vendajes cayeron dejando ver las esposas en las muñecas del joven.
     -¡Darío!... ¡No me digas que…!...
     -¡Tía!... -dijo, echándose de bruces al regazo de la tía- No quería que te enteraras y te haga sentir mal, pero anhelaba verte y pedí permiso… Afuera me esperan los agentes… Por eso no podía venir a verte… Pero sólo me faltan dos meses… He aprendido la lección y no volveré a torcer el camino…
     -Ya, ya… mi amorcito… -dijo la señora Celia mientras acariciaba el rostro y los rizos sedosos y bien cuidados del joven.
     -Te juro que seré otro… Hay una joven que me está esperando. Es una chica buena, modesta y discreta… Tal y como tú me habías recomendado. Se llama Rubicelia… Casi como tu nombre…
     -Bueno, bueno, hijo… Espero tener tiempo para conocerla. Ya la traerás cuando salgas. Ahora vete. Me siento muy cansada…-La dama se dejó caer en las almohadas.
     Darío salió. Los policías lo empujaron a la salida, lo subieron a la patrulla y arrancaron.
     A dos cuadras dieron vuelta a la izquierda. El que manejaba saco el brazo y quitó la torreta, arrojándola a la parte de atrás, mientras el otro “agente” se quitaba la placa, en tanto que decía:
     -Todo salió a pedir de boca. ¿Qué te dijo la vieja, Darío?... ¿Cayó en la trampa?...
-¡Claro!... Quedó segura de mi reivindicación. Y como siempre he sido su sobrino favorito… La herencia de sus cientos de millones está segura… ¡Lo contenta que se pondrá Ruby cuando sepa que sus caprichos serán cumplidos!…
     -Recuerda que a la mujer “ni todo el amor, ni todo el dinero”… -dijo el que iba a su lado.
     En la mansión, la Sra. Celia Montalvo llamó a la enfermera:
     -Por favor, Susy, asómate a la ventana y apunta la matrícula de la patrulla que está abajo. Verifica en la comandancia de policía su autenticidad, y me informas…
     Pocos minutos después la enfermera llevaba la información:
     -Tenía razón, señora. No existe tal patrulla. ¿Cómo lo supo?...
     -Ningún presidiario tiene el cabello tan sedoso y cuidado, un cutis tan terso, ni unas manos suaves y arregladas. Llama ahora al notario. Voy a cambiar mi testamento. Darío no verá ni uno de mis centavos.


     (Este cuento fue inspirado por una noticia televisiva, donde informaban que los uniformes de agentes policiales se venden a cualquiera en Tepito y que no son ya pocas las veces que delincuentes se hacen pasar por policías para cometer sus delitos).


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