LA
TÍA
LA PATRULLA se detuvo
frente a la elegante mansión de la Colonia del Valle en la ciudad de México.
Entre dos policías bajaron a Darío, el
cual llevaba las manos esposadas. Se acercaron a la puerta y Darío alzó las
manos hasta lograr tocar el timbre. La enorme puerta de madera labrada se
abrió, y una joven sirvienta sonrió al ver al recién llegado.
-¡Joven Darío!... -La sonrisa desapareció
al ver las manos esposadas- ¿Qué sucedió, joven?...
-Nada, no te preocupes. Quiero ver a mi tía.
¿Cómo sigue?...
-Mal, joven. Siempre hablando y
preguntando por usted. A veces tiene mejoría. Pero ya el médico ha dicho…
-¡Bien!... –interrumpió uno de los
agentes- Hemos venido a verla. Anuncie a su sobrino.
-Voy a avisar a la enfermera… -dijo la muchacha.
Los hicieron pasar, y por las elegantes
escaleras bajó una mujer de mediana edad: la enfermera.
-¡Por favor…! –Imploró Darío- Quiero ver a
mi tía. Pedí permiso de salir a verla, cuando me enteré de la gravedad de ella.
La enfermera vio las manos esposadas del
joven, y dijo:
-Si te ve así, o ve a los agentes se va a
poner mal, y hoy ha estado tranquila... ¿No podrían soltarlo mientras que ve a
la Sra. Montalvo?...
-Imposible. Hay reglamento que debemos
seguir… Pero podemos esperarlo aquí, si usted nos asegura que no hay otra
salida por donde escape.
-Si no hay más remedio… Te vendaré las
manos y le dirás que te has lastimado.
La enfermera puso un
vendaje para tapar las esposas, y condujo a Darío hasta la habitación de doña
Celia Montalvo…
Doña Celia sonrió dolorida al ver al
joven, y se enderezó un poco en sus cojines. -¡Darío, has venido por fin!...
Darío alzó los brazos en un espontáneo
impulso por abrazar a su tía, y los vendajes cayeron dejando ver las esposas en
las muñecas del joven.
-¡Darío!... ¡No me digas que…!...
-¡Tía!... -dijo, echándose de bruces al
regazo de la tía- No quería que te enteraras y te haga sentir mal, pero
anhelaba verte y pedí permiso… Afuera me esperan los agentes… Por eso no podía
venir a verte… Pero sólo me faltan dos meses… He aprendido la lección y no
volveré a torcer el camino…
-Ya, ya… mi amorcito… -dijo la señora
Celia mientras acariciaba el rostro y los rizos sedosos y bien cuidados del
joven.
-Te juro que seré otro… Hay una joven que
me está esperando. Es una chica buena, modesta y discreta… Tal y como tú me
habías recomendado. Se llama Rubicelia… Casi como tu nombre…
-Bueno, bueno, hijo… Espero tener tiempo
para conocerla. Ya la traerás cuando salgas. Ahora vete. Me siento muy
cansada…-La dama se dejó caer en las almohadas.
Darío salió. Los policías lo empujaron a
la salida, lo subieron a la patrulla y arrancaron.
A dos cuadras dieron vuelta a la
izquierda. El que manejaba saco el brazo y quitó la torreta, arrojándola a la
parte de atrás, mientras el otro “agente” se quitaba la placa, en tanto que
decía:
-Todo salió a pedir de boca. ¿Qué te dijo
la vieja, Darío?... ¿Cayó en la trampa?...
-¡Claro!... Quedó
segura de mi reivindicación. Y como siempre he sido su sobrino favorito… La
herencia de sus cientos de millones está segura… ¡Lo contenta que se pondrá
Ruby cuando sepa que sus caprichos serán cumplidos!…
-Recuerda que a la mujer “ni todo el amor,
ni todo el dinero”… -dijo el que iba a su lado.
En la mansión, la Sra. Celia Montalvo
llamó a la enfermera:
-Por favor, Susy, asómate a la ventana y
apunta la matrícula de la patrulla que está abajo. Verifica en la comandancia
de policía su autenticidad, y me informas…
Pocos minutos después la enfermera llevaba
la información:
-Tenía razón, señora. No existe tal
patrulla. ¿Cómo lo supo?...
-Ningún presidiario tiene el cabello tan
sedoso y cuidado, un cutis tan terso, ni unas manos suaves y arregladas. Llama
ahora al notario. Voy a cambiar mi testamento. Darío no verá ni uno de mis
centavos.
(Este cuento fue inspirado por una noticia
televisiva, donde informaban que los uniformes de agentes policiales se venden
a cualquiera en Tepito y que no son ya pocas las veces que delincuentes se
hacen pasar por policías para cometer sus delitos).
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