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viernes, 28 de marzo de 2014

CARLOS FINLAY Y LA FIEBRE AMARILLA

CARLOS FINLAY
S. HERNÁNDEZ RUIZ, F. MÉNDEZ GUTIÉRREZ, ANTONIO FCO. RGUEZ.

     Si mucho mérito tienen los héroes de las luchas por grandes ideales, mayor lo tienen aquellos otros, más silenciosos, pero casi siempre más nobles, que tienen por meta de sus afanes, no gastar vidas, sino salvarlas o ennoblecerlas; en una palabra, los grandes bienhechores de la Humanidad.

     En la galería de grandes bienhechores del prójimo ocupa lugar preeminente el sabio doctor cubano (hijo de un médico inglés radicado en Cuba) Carlos Finlay, nació en Camaguey, 3 de diciembre de 1833  - murió en La Habana, 20 de agosto de 1915, descubridor de la causa de la fiebre amarilla y del modo de curarla.

     Esta enfermedad arrebataba anualmente millares de vidas en todos los países tropicales: Antillas, América Central, costas de México, Colombia, Venezuela y otras comarcas. Particularmente, los pobres inmigrantes europeos había años que casi eran exterminados por el terrible microbio.

     Inútiles eran todos los esfuerzos para curarla, porque se trabajaba a ciegas. No se conocía la causa del contagio y, por lo tanto, la medicación era puro tanteo sin fundamento científico.

     Este fue el problema que se planteó el doctor Carlos Finlay: ¿cómo se propaga la enfermedad?

     Procediendo con vigoroso método, examinó todas las explicaciones que existían acerca del contagio, sin excluir las populares, y fue desechando una tras otra porque la experiencia no las confirmaba.

     Al fin encontró la solución. No fue una nueva experiencia. Fue una intuición genial, una idea inspirada. El vehículo no podía ser más que el mosquito Culex o Aedes aegypti que después de picar a un enfermo picaba a una persona sana.

     Como tantas veces, la recompensa primera fue la burla de las gentes, sin excluir, desgraciadamente, a sus propios compañeros en el cultivo de la ciencia, pues ésta también tiene sus rutinarios y sus profesionales con más pedantería que competencia.

     Se llamó al Dr. Finlay “el médico del mosquito”, y en el Congreso de Medicina celebrado en Washington en 1881 nadie le hizo caso.

     Desprecio el sabio aquellas pequeñeces y prosiguió sus estudios, ahora para descubrir un suero inmunizante. Realizó experimentos con voluntarios y no solo comprobó su hipótesis, sino que descubrió también que el individuo picado una vez por un mosquito infectado, quedaba inmunizado contra futuros ataques de la enfermedad. De ahí nació el suero contra la fiebre amarilla.

     El año 1898 llegó a Cuba el médico militar  William Crawford Gorgas al frente de una comisión de médicos de los Estados Unidos que deberían dedicarse al estudio de la fiebre amarilla.

     Los comisionados lo ensayaron todo antes de someter a estudio la hipótesis del Dr. Carlos Juan Finlay y Barrés, cuya presencia aparentaron ignorar durante algún tiempo. Y sólo ante el fracaso inminente de la investigación que había justificado su viaje, se resolvieron a tomar en consideración aquella hipótesis y someter al mosquito a una observación estrechísima, partiendo de los datos que generosamente proporcionó el sabio cubano.

     El resultado representó el triunfo de éste: el mosquito era el agente conductor de la fiebre amarilla.

     Conocida la causa de la enfermedad, combatirla fue fácil, tanto más cuanto que el Dr. Finlay ya tenía ideados los procedimientos convenientes. Nombrado director de la campaña organizada para acabar con la devastadora fiebre, exterminó el mosquito en Cuba, y sus métodos fueron aplicados luego en todos los países que eran víctimas del terrible azote.

     El Dr. Finlay murió en 1915, a los 82 años de edad, en el apogeo de su gloria, pues pudo ver resuelto el tremendo problema de la fiebre amarilla, que había sido la preocupación de toda su nobilísima vida.

     Una placa en el propio Canal de Panamá reconoce la contribución del Doctor Carlos J. Finlay en el éxito de esta magna obra. El 15 de agosto de 1914 pasó el primer barco del Océano Atlántico al Océano Pacífico a través del canal.


   La Confederación Médica Panamericana aconsejó celebrar el 3 de diciembre  como  Día del Médico en varios países de América, en memoria del doctor Finlay.


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