Y
TODAVÍA ME DUELE
Efrén
Velázquez
Imagen Internet
Pase una noche
terrible. Las imágenes en mi cabeza no
paraban de dar vueltas. Los sonidos de sirenas, gritos, rupturas, permanecían
latentes. El mareo continuaba esparcido en todo mi cuerpo, a pesar que habían
pasado 9 horas. No paraba de observar los focos colgados en el techo. Decidí
caminar un poco.
Hace un rato ayude a
los rescatistas, me sirvió para liberar la tensión. Los escombros no solo
sepultaban casas, edificios, recuerdos, sino personas que estaban con un
aliento de vida. Era grato cuando alguien era rescatado, por un lado me sentí
afortunado, de estar del otro lado.
El dolor en mis brazos
y el cansancio que se notaba en mi semblante ocasionó que fuera relevado. Mi
espíritu quería continuar, pero me aconsejaron que era mejor que reposara. Los
sándwiches que comí sabían a gloria junto con el agua de jamaica. Sabía que hoy
no comería en un restaurante de gourmet y quien sabe cuándo…
Es verdad que tan solo
en cuestión de segundos, tu vida puede cambiar. Por más tranquila y rutinaria
que sea, llega un acontecimiento que te la cambia para siempre.
Unas horas atrás estaba
redactando unos artículos de tecnología, para los medios de comunicación que
trabajo. Me encontraba en el departamento que rentaba—no paro de trabajar ni en
mis días de descanso—sumergido en esos textos cuando de pronto sentí un mareo,
coloque las manos sobre mi escritorio y vi que la pantalla de mi laptop se
comenzaba a mover. Las cosas sobre la mesa empezaron a vibrar. Sentía que unas
manos gigantes me mecían. Puse mis manos sobre el borde del escritorio. En un
movimiento fugaz me impulse para
levantarme. La silla cayó al piso. Gire y avance hacia la puerta de la salida.
Antes de abrir la puerta, vi claramente que surgían grietas de las paredes.
Comencé a sudar, abrí la portezuela y observé que la gente salía despavorida de
sus apartamentos hacia las escaleras.
El lapso en que las
baje fue eterno— yo me encontraba en el tercer piso— y cada escalón que pisaba
era una proeza junto con evadir los empujones de la gente. El pasillo daba la
impresión que se alargaba y no tenía fin. Los gritos de pánico retumbaban en
este. Cuatro escalones faltaban para la salida principal y un oportuno empujón
me hizo llegar hasta el suelo.
Entre la oscilación del
piso, me levante como pude. Salí hacia la calle, algunas personas corrían,
otras se pegaban a los muros. Observé como un poste aplastó mi carro recién
sacado de la agencia. La confusión y el caos nublaron mis sentidos. No tenía
idea de nada. El instinto me llevo a apoyarme en una de las paredes que estaban
enfrente del edificio. Mi peor miedo era que se abriera la tierra. Cerré los
ojos y todo se detuvo en ese momento. Un silencio se escabulló. Voces lejanas y
cercanas se conjuntaban con mezcla de alivio y tensión.
Me dirigí al edificio,
sin embargo no llegue a la mitad de la calle, cuando los demás inquilinos y yo
miramos aquella construcción venirse abajo. La histeria nos plagó de nuevo.
<<Ahora si me llevo la chingada>>, pensé.
Historias, anécdotas,
vivencias, muebles, quedaron en estos restos y mi vida nueva también. El único
consuelo fue que al parecer no hubo pérdidas humanas. Tomé el celular para
comunicarme con el único familiar que tenía, pero se fue la señal.
La situación que
vivíamos se asemejaba a un hormiguero que lleva su vida cotidiana y que por
capricho de una amenaza externa llega a derrumbarlo sin misericordia y todas
sus habitantes se mueven despavoridas, sin rumbo ni objetivo preciso. Es una
espeluznante sensación estar bajo la perplejidad de una situación fuera de
control.
Las caras de
frustración dibujadas en los rostros, por no poderse comunicar a través de los
celulares. La desesperación se sentía en la piel. El olor a incertidumbre se
aspiraba. El aire frio producido por el desenvaine de la guadaña que carga la
muerte, se filtraba por los poros del alma.
El ruido de las sirenas
de las ambulancias se comenzó a escuchar, las alarmas de los carros se
prendieron al unísono, su sonido perturbador ejecutaba una sinfonía ácida que
quemaba los oídos. Me encerré en mí por un momento, busque un aislamiento
instantáneo que los empujones me daban igual. Yo también era una hormiga
dispersa más bien éramos…
Una voz exclamando
ayuda me saco del trance. Volteé a la izquierda, unos hombres jalaban con una
cuerda unas vigas, que estaban encima de unos escombros. Una voz salía de entre
ese montón de piedras, me acerque y me coloque donde pude para ayudar a jalar.
Fue una proeza que duro algo pero valió la pena el esfuerzo, porque fue
emocionante escuchar esa voz que se quebraba ahora en llanto, al ser liberada.
Sentí el vibrador de mi
celular, lo tomé, exhalé de alivio cuando vi que se trataba de mi tío.
— ¡Max! ¡¿Cómo estas,
muchacho?! —
—Bien tío,
afortunadamente dentro de lo que cabe, estoy entero. —
—Me da gusto escucharte
muchacho. Estuvo cabrón este temblor, pero ya sabes, cualquier cosa que ocupes,
cuentas conmigo. —
—Lo sé, seguimos en
contacto, cuídese.
Después de mi tío, la
segunda llamada que tuve fue de mi jefe, para avisarme que mañana no
trabajaríamos hasta nuevo aviso. Sin embargo no tenía a donde ir, solo tenía 3
meses en esta ciudad. Por el momento me dedique ayudar en las labores de
rescate, no quería pensar en el mañana, por primera vez en mi vida.
Mientras caminaba por
el rededor para calmar lo vivido hace unas horas, me topé con un parque. Estaba
intrigado, el lugar se encontraba intacto. No tenía absolutamente nada fuera de
lugar. A pesar de lo acontecido ningún alma reposaba en este. Daba la impresión
de que era un tesoro reservado únicamente para mí. Un árbol enorme y frondoso
me coqueteó para reposar en él. Me recosté sobre su corteza, el aroma a hoja
fresca, el sereno que acaricio mi fleco
algo empolvado, provocaron que cayera un rato.
Un quejido me trajo de
vuelta, desconozco cuanto dormí. Me levante extrañado por ese lamento, parecía
venir de todas partes, como si el parque se quejara, camine entre los demás
árboles. El sonido se acentuaba más pero no hallaba el origen. La extrañeza del
lugar y el enigma de no encontrar a la persona que originaba esa molestia, me
apartó de la sensación de miedo que estaba drogada por la curiosidad.
De forma increíble, me
topé con un árbol que desprendía una de
sus ramas en forma de un brazo que señalaba. Dios casi vomité cuando mire lo
que estaba de frente. Varios bebes, recién nacidos, tirados en el piso sin
vida, rodeaban a una mujer sentada sobre un árbol. Su rostro golpeado y
demacrado reflejaba fatiga. Las ojeras prominentes resaltaban el turquesa de
sus ojos.
La impresión de lo que
veía, podía borrar fácilmente, lo que presencié hace un rato. Caminé entre
aquellos cuerpecitos sin quitarles la mirada. Sentía que salía de una película
de terror para entrar en otra. Me acerque a esa mujer, Su cara —a pesar de los
moretones—era hermosa, sus labios perfectamente delineados mostraban sequedad.
Sus cabellos eran color miel brillaban a la luz de la luna.
— ¡No pude salvarlos,
ni a ellos, ni a ustedes!— dijo la mujer con una voz agitada.
— ¿Perdón, como dijo? —
— ¡No pude! ¡No
pude…salvarlos! ¡Aggghhhhh!—dijo mientras apretaba los puños y se quejaba de
nuevo.
— ¿Cómo puedo ayudarla?
No comprendo, dígame, ¿qué hago? —
—Ustedes nunca
comprenden, ni comprenderán, ¡están sordos espiritualmente!— exclamó oprimiendo
su estómago con las manos— Quisiera darle voz a todo lo que los rodea pero aun
así, no entenderían.
Una mezcla de emociones
me rodeó. Sentí un vacío en mi estómago. La voz se me quebró, me sentía
impotente de nuevo.
—Ven, acércate. Déjame
tocarte con mis manos.
Seguí sus
instrucciones. A pesar de que sus manos parecían rasguñadas y quemadas, se
percibía una suavidad. Una calidez que solo un niño siente cuando reposa en el
pecho de su madre. Entonces comencé a ver algo que el ojo humano jamás
concebiría en su imaginación: Vi a los mares hablar y cantar, a sus habitantes
corear sus canticos. Escuché la poesía de las aves. La prosa de los árboles. La
serenata de las luciérnagas. Sentí el latido de la tierra que llevaba una
sinfonía que ni la de Vivaldi se acercaba una milésima. Era lo más hermoso que
percibí en toda mi vida.
—No tienes palabras,
¿verdad? Estas asombrado. — dijo sin quitarme esa mirada tan azul como la de
los mares que vi. — Ahora déjame tocarte de nuevo.
Si lo que aprecié al
mediodía me dejó un sabor amargo. Lo que a continuación presencie no tenía
comparación. Todo lo bello que me mostro ella. Era ahora horrible: Escuche el
llanto de los mares, el quejido de los cielos, el dolor de los arboles cuando
son rebanados, el lamento de la tierra es perturbador, la vi sangrar junto con
todos los que somos parte de ella, pero los gemidos de aquellos que no tienen
voz es escalofriante.
Cuando retiró sus manos
de mí. Su rostro reflejaba dolor, sus cabellos se volvieron raíces secas como
la de los arbustos, Aquellos cuerpecitos se secaron hasta volverse polvo. Ella
lanzó un alarido desquiciante. La tierra comenzó a temblar de nuevo. Me arroje
al piso y me puse en posición fetal. Pensé que era el fin. Sin embargo el
movimiento acabó. Solo quedaba el parque y yo. No había nadie más.
Los días pasaron. Todo
volvió a la normalidad. Muchos quedaron con secuelas. A mí a veces me da la
impresión que el piso se mueve, pero aquello que vivencie esa noche me duele
todavía y quizás me dolerá toda la vida…
Veracruz, Ver. México
26.09.17
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