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martes, 26 de septiembre de 2017

Y TODAVÍA ME DUELE Efrén Velázquez

Y TODAVÍA ME DUELE
Efrén Velázquez


Imagen Internet

Pase una noche terrible. Las imágenes en  mi cabeza no paraban de dar vueltas. Los sonidos de sirenas, gritos, rupturas, permanecían latentes. El mareo continuaba esparcido en todo mi cuerpo, a pesar que habían pasado 9 horas. No paraba de observar los focos colgados en el techo. Decidí caminar un  poco.

Hace un rato ayude a los rescatistas, me sirvió para liberar la tensión. Los escombros no solo sepultaban casas, edificios, recuerdos, sino personas que estaban con un aliento de vida. Era grato cuando alguien era rescatado, por un lado me sentí afortunado, de estar del otro lado.

El dolor en mis brazos y el cansancio que se notaba en mi semblante ocasionó que fuera relevado. Mi espíritu quería continuar, pero me aconsejaron que era mejor que reposara. Los sándwiches que comí sabían a gloria junto con el agua de jamaica. Sabía que hoy no comería en un restaurante de gourmet y quien sabe cuándo…

Es verdad que tan solo en cuestión de segundos, tu vida puede cambiar. Por más tranquila y rutinaria que sea, llega un acontecimiento que te la cambia para siempre.

Unas horas atrás estaba redactando unos artículos de tecnología, para los medios de comunicación que trabajo. Me encontraba en el departamento que rentaba—no paro de trabajar ni en mis días de descanso—sumergido en esos textos cuando de pronto sentí un mareo, coloque las manos sobre mi escritorio y vi que la pantalla de mi laptop se comenzaba a mover. Las cosas sobre la mesa empezaron a vibrar. Sentía que unas manos gigantes me mecían. Puse mis manos sobre el borde del escritorio. En un movimiento fugaz  me impulse para levantarme. La silla cayó al piso. Gire y avance hacia la puerta de la salida. Antes de abrir la puerta, vi claramente que surgían grietas de las paredes. Comencé a sudar, abrí la portezuela y observé que la gente salía despavorida de sus apartamentos hacia las escaleras.

El lapso en que las baje fue eterno— yo me encontraba en el tercer piso— y cada escalón que pisaba era una proeza junto con evadir los empujones de la gente. El pasillo daba la impresión que se alargaba y no tenía fin. Los gritos de pánico retumbaban en este. Cuatro escalones faltaban para la salida principal y un oportuno empujón me hizo llegar hasta el suelo.

Entre la oscilación del piso, me levante como pude. Salí hacia la calle, algunas personas corrían, otras se pegaban a los muros. Observé como un poste aplastó mi carro recién sacado de la agencia. La confusión y el caos nublaron mis sentidos. No tenía idea de nada. El instinto me llevo a apoyarme en una de las paredes que estaban enfrente del edificio. Mi peor miedo era que se abriera la tierra. Cerré los ojos y todo se detuvo en ese momento. Un silencio se escabulló. Voces lejanas y cercanas se conjuntaban con mezcla de alivio y tensión.

Me dirigí al edificio, sin embargo no llegue a la mitad de la calle, cuando los demás inquilinos y yo miramos aquella construcción venirse abajo. La histeria nos plagó de nuevo. <<Ahora si me llevo la chingada>>, pensé.

Historias, anécdotas, vivencias, muebles, quedaron en estos restos y mi vida nueva también. El único consuelo fue que al parecer no hubo pérdidas humanas. Tomé el celular para comunicarme con el único familiar que tenía, pero se fue la señal.

La situación que vivíamos se asemejaba a un hormiguero que lleva su vida cotidiana y que por capricho de una amenaza externa llega a derrumbarlo sin misericordia y todas sus habitantes se mueven despavoridas, sin rumbo ni objetivo preciso. Es una espeluznante sensación estar bajo la perplejidad de una situación fuera de control.

Las caras de frustración dibujadas en los rostros, por no poderse comunicar a través de los celulares. La desesperación se sentía en la piel. El olor a incertidumbre se aspiraba. El aire frio producido por el desenvaine de la guadaña que carga la muerte, se filtraba por los poros del alma.

El ruido de las sirenas de las ambulancias se comenzó a escuchar, las alarmas de los carros se prendieron al unísono, su sonido perturbador ejecutaba una sinfonía ácida que quemaba los oídos. Me encerré en mí por un momento, busque un aislamiento instantáneo que los empujones me daban igual. Yo también era una hormiga dispersa más bien éramos…

Una voz exclamando ayuda me saco del trance. Volteé a la izquierda, unos hombres jalaban con una cuerda unas vigas, que estaban encima de unos escombros. Una voz salía de entre ese montón de piedras, me acerque y me coloque donde pude para ayudar a jalar. Fue una proeza que duro algo pero valió la pena el esfuerzo, porque fue emocionante escuchar esa voz que se quebraba ahora en llanto, al ser liberada.

Sentí el vibrador de mi celular, lo tomé, exhalé de alivio cuando vi que se trataba de mi tío.

— ¡Max! ¡¿Cómo estas, muchacho?! —

—Bien tío, afortunadamente dentro de lo que cabe, estoy entero. —

—Me da gusto escucharte muchacho. Estuvo cabrón este temblor, pero ya sabes, cualquier cosa que ocupes, cuentas conmigo. —

—Lo sé, seguimos en contacto, cuídese.

Después de mi tío, la segunda llamada que tuve fue de mi jefe, para avisarme que mañana no trabajaríamos hasta nuevo aviso. Sin embargo no tenía a donde ir, solo tenía 3 meses en esta ciudad. Por el momento me dedique ayudar en las labores de rescate, no quería pensar en el mañana, por primera vez en mi vida.

Mientras caminaba por el rededor para calmar lo vivido hace unas horas, me topé con un parque. Estaba intrigado, el lugar se encontraba intacto. No tenía absolutamente nada fuera de lugar. A pesar de lo acontecido ningún alma reposaba en este. Daba la impresión de que era un tesoro reservado únicamente para mí. Un árbol enorme y frondoso me coqueteó para reposar en él. Me recosté sobre su corteza, el aroma a hoja fresca, el  sereno que acaricio mi fleco algo empolvado, provocaron que cayera un rato.

Un quejido me trajo de vuelta, desconozco cuanto dormí. Me levante extrañado por ese lamento, parecía venir de todas partes, como si el parque se quejara, camine entre los demás árboles. El sonido se acentuaba más pero no hallaba el origen. La extrañeza del lugar y el enigma de no encontrar a la persona que originaba esa molestia, me apartó de la sensación de miedo que estaba drogada por la curiosidad.

De forma increíble, me topé con un  árbol que desprendía una de sus ramas en forma de un brazo que señalaba. Dios casi vomité cuando mire lo que estaba de frente. Varios bebes, recién nacidos, tirados en el piso sin vida, rodeaban a una mujer sentada sobre un árbol. Su rostro golpeado y demacrado reflejaba fatiga. Las ojeras prominentes resaltaban el turquesa de sus ojos.

La impresión de lo que veía, podía borrar fácilmente, lo que presencié hace un rato. Caminé entre aquellos cuerpecitos sin quitarles la mirada. Sentía que salía de una película de terror para entrar en otra. Me acerque a esa mujer, Su cara —a pesar de los moretones—era hermosa, sus labios perfectamente delineados mostraban sequedad. Sus cabellos eran color miel brillaban a la luz de la luna.

— ¡No pude salvarlos, ni a ellos, ni a ustedes!— dijo la mujer con una voz agitada.

— ¿Perdón, como dijo? —

— ¡No pude! ¡No pude…salvarlos! ¡Aggghhhhh!—dijo mientras apretaba los puños y se quejaba de nuevo.

— ¿Cómo puedo ayudarla? No comprendo, dígame, ¿qué hago? —

—Ustedes nunca comprenden, ni comprenderán, ¡están sordos espiritualmente!— exclamó oprimiendo su estómago con las manos— Quisiera darle voz a todo lo que los rodea pero aun así, no entenderían.

Una mezcla de emociones me rodeó. Sentí un vacío en mi estómago. La voz se me quebró, me sentía impotente de nuevo.

—Ven, acércate. Déjame tocarte con mis manos.

Seguí sus instrucciones. A pesar de que sus manos parecían rasguñadas y quemadas, se percibía una suavidad. Una calidez que solo un niño siente cuando reposa en el pecho de su madre. Entonces comencé a ver algo que el ojo humano jamás concebiría en su imaginación: Vi a los mares hablar y cantar, a sus habitantes corear sus canticos. Escuché la poesía de las aves. La prosa de los árboles. La serenata de las luciérnagas. Sentí el latido de la tierra que llevaba una sinfonía que ni la de Vivaldi se acercaba una milésima. Era lo más hermoso que percibí en toda mi vida.

—No tienes palabras, ¿verdad? Estas asombrado. — dijo sin quitarme esa mirada tan azul como la de los mares que vi. — Ahora déjame tocarte de nuevo.

Si lo que aprecié al mediodía me dejó un sabor amargo. Lo que a continuación presencie no tenía comparación. Todo lo bello que me mostro ella. Era ahora horrible: Escuche el llanto de los mares, el quejido de los cielos, el dolor de los arboles cuando son rebanados, el lamento de la tierra es perturbador, la vi sangrar junto con todos los que somos parte de ella, pero los gemidos de aquellos que no tienen voz es escalofriante.

Cuando retiró sus manos de mí. Su rostro reflejaba dolor, sus cabellos se volvieron raíces secas como la de los arbustos, Aquellos cuerpecitos se secaron hasta volverse polvo. Ella lanzó un alarido desquiciante. La tierra comenzó a temblar de nuevo. Me arroje al piso y me puse en posición fetal. Pensé que era el fin. Sin embargo el movimiento acabó. Solo quedaba el parque y yo. No había nadie más.

Los días pasaron. Todo volvió a la normalidad. Muchos quedaron con secuelas. A mí a veces me da la impresión que el piso se mueve, pero aquello que vivencie esa noche me duele todavía y quizás me dolerá toda la vida…



Veracruz, Ver. México 26.09.17


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