EL
LOBIZÓN
Roberto
Vera
La canción en su mente
tenía un dejo de melancolía. Sus ojos estaban distantes y sus pensamientos
atravesaban días, meses y años. “Qué tal Juancho, cómo te fue en la pesca”.
Mientras la marejada crecía en fuerza y sugerencias. “La Florencia debe estar
cansada de esperarme, pobre”. Comenzó a guardar los anzuelos; a su alrededor,
la oscuridad y el agua; a lo lejos, el brillo de la ciudad dormida.
Terminó de acomodar sus
trastos en medio de la canoa y empezó a remar.
A esa hora de la
madrugada neblinosa, ya algunos gallos cantaban en las islas cercanas. “El
acordeón del Roque sonaba lindo el domingo, ¡cómo hará para aprender tantas
piezas, caracho!”
Llegó a su rancho,
abrió el portón, entró en el patio y, en un costado, próximo a una pila de
adobes, vio a sus perros destrozados, muertos, en medio de un charco de sangre.
“¡Che Yara!, ¿mbaé pa coa?” Corrió para verlos más de cerca, cuando distinguió
a un animal de ojos endemoniados, que se le abalanzaba dando furiosas
dentelladas.
Manoteó el machete,
mientras se hacía a un lado para esquivar al enorme perro que se le había tirado
encima. Las babas quedaron prendidas en su cara y en sus cabellos. “Guacho de
mierda”, masculló, mientras se daba vuelta para enfrentarlo. Volvió a atacarlo.
Esta vez lo agarró del brazo izquierdo. “¡Puto de mierda, yaguá né!” El quejido
saltó de su garganta, mientras comenzaba a tironear para tratar de zafarse del
animal. Lo logró, pero a costa de perder tiras de su piel. Desesperado, comenzó
a macheterar a diestra y a siniestra, mientras pegaba fuertes sapucay, que se
mezclaban con los terribles gruñidos del lobizón. “¡Añá membí!“, sentenció,
mientras descargaba un terrible cantazo sobre la cabeza del endiablado animal,
que cada vez se encolerizaba más.
–¡Juancho! ¡¿Mbaé pa
coa?!
La voz chillona de
Florencia hizo que la bestia se detuviera, aturdida de rabia y extrañeza. Y
enseguida se escabulló entre las sombras de los naranjos.
–¡Juancho! ¿Qué pasa,
Juancho? ¡¿Qué era ese animal?!
–¡Un luizón!
–¡Qué pa he, chamigo!
–¡El lobizón!, ningó te
digo.
–¡Añá menbí! ¿Qué
hacemos ahora, Juancho?
–Me voy, manté. Me
mordió. Seré yaguá para siempre...
–No, Juancho, ¡no! ¡No
es así...!
–Sí, te digo... Me voy,
che cambá.
Y diciendo esto se tiró
a su canoa y comenzó a remar con fuerza, mientras rezaba a Santa Librada. Al
rato su figura se perdía en medio del río.
28.09.17 B.A. Argentina
VOCABULARIO GUARANÍ:
Yaguá: Perro.
Avá: Hombre. Yaguá avá:
Hombre perro.
Caracho: Carajo.
Che Yara: Mi Dios.
Mbaé pa coa: Qué es
esto; qué está pasando.
Yaguá né: Perro
hediondo, despreciable.
Sapucay: Grito.
Lobizón: Hombre
transformado en perro. Generalmente el séptimo hijo varón. Se suele decir que
la persona que fue mordida también pasa a ser lobizón.
Ningó te digo: Ya te
dije.
Añá membí: Hijo del
diablo; hijo de puta.
Luizón: Deformación de
lobizón.
Me voy manté: Me voy,
no me queda otra salida.
Che: Mi.
Cambá: Morocha. Por
extensión, compañera.
Santa Librada: Santa
muy popular en el Litoral, a quien se suele recurrir para que ayude en las
peleas o para sortear otros peligros.
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