EL
NAGUAL Y LOS CHANEQUES DE MANDINGA
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
La pequeña comitiva de
pescadores se detuvo frente a la puerta del jacalito de don Fidencio.
Estuvieron tocando a la puerta y llamándolo por su nombre sin que este
respondiera. Optaron por no irse hasta
hablar con él. Rafael, uno de los líderes del grupo de pescadores dijo: -
amigos, debemos de tener fe en que don Fidencio nos ayude con nuestro problema
y ya podamos pescar con la misma suerte que los pescadores de aquí. No es justo
que hayamos gastado tanto dinero en lancha, redes, arpones y demás instrumentos
de trabajo, y que no pesquemos como Dios manda. Y todo por culpa de esos
demonios de chaneques. Y remató diciendo: don Fidencio como nagual que es debe
de acabar con ellos.
Todos estos pescadores eran personas
foráneas, que llegaron, hará un par de años, a trabajar a la laguna de
Mandinga. No sabían cómo controlar a los seres sobrenaturales que los
espantaban y hacían jugarretas contra ellos. Y los pescadores locales nunca les
dijeron cuáles eran los secretos para tener contentos a los chaneques para que
los dejaran trabajar e incluso para que los ayudaran.
El secreto se pasaba sólo entre las
familias de pescadores nativos del lugar. Y consistía en propiciar a estos
seres sobrenaturales alimentándolos con copal y ciertas yerbas comestibles
endémicas de Los Tuxtlas, así como invocaciones de buena fortuna. Existía la maldición
de perder este privilegio para aquel que tuviera la indiscreción de contarlo
fuera de éste grupo.
Un terrible aullido
como de coyote espantó a los pescadores, quienes vieron llegar corriendo en
cuatro patas, para enseguida enderezarse como todo un cristiano, a don
Fidencio. El poder de esta visión los llenó de esperanza. Rafael, el líder,
rápidamente lo puso al tanto del motivo de su visita. Prometiendo darle un gran
porcentaje de sus ventas si los ayudaba.
Don Fidencio al inicio se negó a
apoyarlos, pero ante la súplica de que no podían seguir dándoles de comer a sus
familias, acabó aceptando. Pero aclarándoles que no sería nada sencillo acabar
con los chaneques. Y qué incluso tendrían que ayudarlo.
Tres
días después, don Fidencio convertido en zopilote volaba sobre las islas de
manglares ocupadas por los chaneques. Éstos al reconocer al nagual, le tiraron
bolas de barro con tal puntería que don Fidencio tuvo que caer del aire y
golpearse feamente contra la superficie del agua. Cerca de tres semanas estuvo
sin poder salir de su jacal debido a unas costillas rotas.
Días después, acudió con los pescadores para
regar de gasolina alrededor de las islas de los chaneques, éstos se dieron
cuenta, y antes de que le prendieran lumbre, soplaron toda la capa de gasolina hacia
las lanchas, quemándose casi todos los pescadores. Ante la estruendosa risa de
todos los chaneques.
Los pescadores completamente desanimados,
esta vez, como pensaban que era cosa de demonios, fueron a buscar la ayuda de
Dios en la iglesia de la ciudad de Boca del Río, y convencieron a un padrecito para que
realizara un exorcismo en contra de los chaneques. Ahí se presentaron todos,
cada quien con grandes cruces, crucifijos, escapularios, velas benditas y hasta
con rosarios. Los chaneques al verlos estallaron en grandes risas, golpeando a todos con las bolas de
barro y provocando una marejada que volteó todas las lanchas, toda la expedición
huyó como si fuera correteada por el diablo.
Ante tales eventos, estos pescadores
desistieron de seguir con su oficio y vendieron casi todo su material de
trabajo, y actualmente se han vuelto restauranteros y meseros. Algunos que se
casaron con mujeres nativas, al formar parte de estas familias ya conocen el secreto…
Los pescadores nativos de Mandinga siguen
teniendo excelentes pescas.
Don Fidencio, ya es un anciano de más de
80 años, pero sigue acudiendo al cementerio para no perder sus poderes de
nagual.
El cura de Boca del Río fue enviado al
Vaticano para aprender sobre exorcismos.
Boca del Río, Ver.
24.11.16
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