Translate

miércoles, 16 de abril de 2014

PRIMERA DOCTORA DE MÉXICO Susana Hernández Espíndola

PRIMERA DOCTORA DE MÉXICO
SUSANA HERNÁNDEZ ESPÍNDOLA

Acostumbrados a ver a mujeres médicos, dentistas, pediatras, ginecólogas, cardiólogas, oncólogas, enfermeras, pocos saben de los ahora inconcebibles obstáculos que enfrentó la primer mexicana para ejercer en el mundo de la medicina.

Abrirse paso en una sociedad tradicionalista, política, económica y socialmente dominada por los varones, representó toda una odisea para Matilde Petra Montoya Lafragua, quien gracias a su perseverancia y deseo por salvar vidas, se convirtió en la primera mujer en México en graduarse como médico.

El recorrido no fue nada fácil.

Matilde nació el 14 de marzo de 1857, en la Ciudad de México. Desde niña demostró su ávido interés por el conocimiento científico. A los cuatro años, ya sabía leer y escribir. Su madre, Soledad Lafragua, originaria de Puebla, le transmitió a su hija el interés por la lectura y la educación que había recibido en el convento.

Su padre, José María Montoya, era un hombre conservador, que se oponía a las pretensiones de su única hija por el estudio.

Rechazos escolares

Cuando tenía 11 años, y debido a su corta edad, fue rechazada de la Escuela Primaria Superior, el equivalente de lo que hoy sería la secundaria. Situación que resolvió al tomar clases con maestros particulares. Así, a los 13 años logra aprobar su examen para maestra de primaria. Pero nadie le ofreció un trabajo, por considerarla aún muy joven.

En 1870 murió su padre y Matilde se inscribió en la carrera de Obstetricia y Partera, que dependía de la Escuela Nacional de Medicina. Pero debido a dificultades económicas, abandonó esa carrera y se inscribió en la Escuela de Parteras y Obstetras de la Casa de Maternidad, ubicada en las calles de Revillagigedo, un lugar en el que se daba atención médica a madres solteras.

A los 16 años, Montoya recibió el título de Partera y comenzó a trabajar como auxiliar de cirugía con los doctores Luis Muñoz y Manuel Soriano, con el propósito de ampliar sus conocimientos de anatomía, ya que sólo le habían enseñado lo relativo al aparato reproductor femenino. Paralelamente, tomó clases en escuelas particulares para mujeres y completar así sus estudios de bachillerato.

En 1875, cuando cumplió 18 años, Matilde se dirigió a Puebla, en busca de trabajo, pero el rechazo de los médicos varones fue inmediato. En varios periódicos locales se avocaron a difamarla, acusándola de ser “masona y protestante”, y pidieron a los poblanos no solicitar los servicios de “esa mujer”.

No obstante la presión social, Montoya pidió su inscripción en la Escuela de Medicina de Puebla; presentó constancias de su labor profesional y de la acreditación de las materias de química, física, zoología y botánica, por lo que aprobó el examen de admisión.

Fue aceptada en una ceremonia pública a la que asistieron el gobernador de Puebla, abogados del Poder Judicial estatal, maestras y muchas damas de la sociedad que le mostraban así su apoyo. Pero los sectores más radicales redoblaron sus ataques, publicando un artículo encabezado con la frase: “Impúdica y peligrosa mujer pretende convertirse en médica”.

Abrumada por la crítica, y con 24 años de edad, la joven regresó con su madre a la Ciudad de México, donde por segunda ocasión solicitó su inscripción en la Escuela Nacional de Medicina; fue aceptada por el entonces director, el doctor Francisco Ortega en 1882.

Apoyo de “Los Montoyos”

Su ahínco por ser médico, despertó el apoyo de feministas, la prensa y varios de sus compañeros —a quienes se les apodó “Los Montoyos”—, aunque no faltó quien argumentara que “debía ser perversa la mujer que quiere estudiar medicina, para ver cadáveres de hombres desnudos”.

Posteriormente, días antes de los exámenes finales del primer año, varios docentes y alumnos opositores solicitaron que se revisara su expediente, objetando la validez de las materias del bachillerato que había cursado en escuelas particulares. Por lo que le fue dada de baja.

Matilde solicitó a las autoridades que si no le eran revalidadas las materias de latín, raíces griegas, matemáticas, francés y geografía, le permitieran cursarlas por las tardes en la Escuela de San Ildefonso. Su solicitud fue rechazada, ya que en el reglamento interno de la escuela el texto señalaba “alumnos”, no “alumnas”.

Desmoralizada, y ante una inteligente opción, la joven escribió una carta al entonces Presidente de la República, general Porfirio Díaz, quien dio instrucciones al secretario de Ilustración Pública y Justicia, Joaquín Baranda, para que “sugiriera” al director de San Ildefonso dar facilidades para que Montoya cursara las materias en conflicto, ante lo que no le quedó más remedio que acceder.

Una vez concluidos sus estudios y realizada su tesis, Montoya solicitó su examen profesional. Pero se volvió a enfrentar con el obstáculo de que en los estatutos de la Escuela Nacional de Medicina se hablaba de “alumnos” y no de “alumnas”, por lo que le fue negado el examen.

De nuevo, le envió un escrito al presidente Díaz, quien solicitó a la Cámara de Diputados se actualizaran los estatutos de la Escuela Nacional de Medicina, para que pudieran graduarse mujeres médicos. Pero los legisladores no estaba en sesiones y para no retrasar el examen profesional de la joven, el mandatario emitió un decreto para que se realizara de inmediato.

Una “damita” con título

El 24 de agosto 1887, a las 5 de la tarde, Matilde presentó exitosamente su examen profesional, ante la presencia del general Díaz, de su esposa, Carmelita; damas de la sociedad, maestras de primaria, periodistas y amistades.

Al día siguiente, realizó su examen práctico en el Hospital de San Andrés y ejecutó en el anfiteatro las disecciones que le solicitaron, por lo que fue aprobada por unanimidad.

Y aún así, sus detractores dijeron que Montoya se había titulado por “decreto presidencial”.

Los diarios de la Ciudad de México dedicaron un gran espacio a una noticia sensacional: la señorita Matilde Montoya había presentado su examen y obtenido el título de doctor en medicina. “La señorita Montoya es la primera damita mexicana que ha concluido una carrera científica”, escribió un cronista.

Después de obtener su título, Matilde trabajó en su consulta privada hasta una edad avanzada. Mantuvo dos consultorios: uno en Mixcoac, donde vivía, y otro en Santa María la Ribera, donde atendía a todo tipo de pacientes, cobrándole a cada uno según sus posibilidades económicas.

Participó en asociaciones femeninas, como el Ateneo Mexicano de Mujeres y Las Hijas de Anáhuac, pero no fue invitada a ninguna academia médica exclusiva de los hombres.

En 1925, junto con la doctora Aurora Uribe, fundó la Asociación de Médicas Mexicanas.

A los 50 años de haberse graduado, en agosto de 1937, la Asociación de Médicas Mexicanas, la Asociación de Universitarias Mexicanas y el Ateneo de Mujeres le ofrecieron un homenaje en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.


Matilde murió cinco meses después, el 26 de enero de 1938, a los 79 años. Su legado, aunque poco conocido, sentó las bases para que las mujeres de México tuvieran acceso a la educación.


     Tomado de la Revista SIEMPRE! Presencia de México.


No hay comentarios:

Publicar un comentario