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domingo, 18 de marzo de 2012

Leyenda Inca LAS AVES MUJERES

LAS AVES MUJERES
Fray Bernabé Cobo



     Los naturales de la provincia de Cañaribamba, diócesis de Quito, cuentan que se salvaron del Diluvio dos mancebos hermanos en un monte alto que hay en su tierra llamado Huacayñan, y que después de pasado el Diluvio y acabándoseles la vitualla que allí habían recogido, salían por el contorno a buscar de comer, dejando sola su morada, que era una pequeña choza que habían hecho en que albergarse, y que, sustentándose de raíces y yerbas, pasaron por algún tiempo grandes necesidades y hambre; mas que, volviendo un día a su choza de buscar de comer, quebrantados de cansancio, la hallaron muy abastecida de diversos manjares y abundancia de chicha, sin saber de dónde ni quién les hubiese hecho tan notable beneficio y regalo.
     Quedando muy admirados de esto, buscaron con diligencia si aparecía por allí alguien, con deseo de saber de cuya mano eran socorridos en tiempo de tanta apretura, y no hallando rastro de gente, se asentaron a comer y mataron la hambre por entonces; y que de esta manera pasaron diez o doce días, hallando siempre proveído de comidas el rancho como el primer día.
     Al cabo de este tiempo, curiosos de ver y conocer a quien les hacía tanto bien, acordaron que el uno se quedase escondido en casa, y para esto, hicieron un hoyo en la parte más oscura de ella, en que se metió el uno, y el otro se fue a su ejercicio del campo. En este tiempo vio el que estaba en centinela entrar por la puerta dos guacamayas (son aves del género de papagayos), y que luego que estuvieron dentro se transformaron en dos hermosas mujeres Pallas, que es tanto como nobles de sangre real, ricamente vestidas del traje que usan hoy las mujeres cañares, con el cabello largo y tendido y ceñida la frente por una hermosa cinta; y que, quitándose las Ilicllas, que son sus mantos, empezaron a aderezar de comer de lo que traían.
     El mancebo salió en esto de su escondrijo, y saludándolas cortésmente, comenzó a trabar conversación con ellas; las cuales, entonces, alborotadas y turbadas de que las hubiesen visto, sin responderle palabra se salieron a prisa de la casa, y vueltas en su primera forma de guacamayas, se fueron volando sin hacer ni dejar ese día que comiesen.
     El mozo cuando se halló solo, viendo que no le había salido el lance como deseaba, se comenzó a afligir y lamentar, maldiciendo su fortuna. Estando en esta congoja, llegó del campo el otro hermano, y sabido del suceso, le riñó con enojo y cólera, motejándolo de cobarde y hombre sin brío ni valor, pues había perdido tan grande ocasión; en fin, se determinaron en quedarse ambos escondidos en casa, para ver si volvían las guacamayas. Ellas, al cabo de tres días, volvieron como solían, y entrando por la puerta tomaron forma humana, apareciendo dos bellas doncellas y empezaron a poner en orden la comida. Los mozos que estaban en acecho, habiéndolas dejado asegurar un rato, salieron de improviso, y cerrándoles la puerta sin proceder cortesía alguna, se abrazaron a ellas, a las cuales no dio lugar la turbación a tomar su figura de aves. Comenzaron con enojo y despecho a dar gritos y hacer fuerza para soltarse, pero los mancebos, al fin con halagos y palabras amorosas las aplacaron y aquietaron; y cuando las vieron sosegadas, les rogaron insistentemente les contasen su progenie y linaje y la causa de venirles a hacer aquel beneficio. Ellas, ya pacíficas y tratables, les respondieron que el Ticciviracocha les había mandado hacer aquel misterio, socorriéndoles en aquel conflicto, porque no pereciesen de hambre.



     En conclusión, ellas se quedaron por esposas de los dos mancebos, y de la sucesión que dejaron afirman haberse poblado aquella provincia de los Cañares; y así tenía esta nación por Guaca y adoratorio célebre al dicho cerro de Huaycañan y por diosas principales a las Guacamayas, con cuyas plumas se suelen engalanar en sus fiestas y regocijos, y adoraban ídolos en figuras de estas aves. Y yo vi no hace muchos años en esta ciudad de Lima, traída de la dicha provincia de Cañaribamba, una columna pequeña de cobre con dos guacamayas en su cumbre, obradas del mismo metal, a las cuales en su gentilidad adoraban por diosas los Cañares, en memoria de la fábula referida.

     Tomado de: "Historia del Nuevo Mundo", por el P. Bernabé Cobo, Madrid, 1892.

     Libro Narraciones y Leyendas INCAS. Antología de cronistas y autores modernos. De Rosaura de la Peña. Lima, Perú. 1968.
    

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