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lunes, 30 de enero de 2012

EL FETO AGRESIVO. Mito de los Andes

EL FETO AGRESIVO
Mito-historia en los Andes. Tristan Platt.
Dr. Antonio Fco. Rodríguez Alvarado.

     
     Las “supay” o almas  ancestrales precristianas son pensadas como pequeños “diablos” gentiles, que moran junto a las demás fuerzas oscuras en las profundidades  del interior de la tierra (ukhu pacha), gobernadas por la luna (Killa),  y deben entrar en los vientres de las mujeres para dar vida y energía a los embriones humanos en gestación. De tal modo que los antepasados paganos se reencarnan como bebés cristianos, proceso que se percibe como análogo a la conversión religiosa de la sociedad andina en el siglo XVI. La gestación del feto adquiere, de esta manera, asociaciones cósmicas. Lo que enfatiza la inevitable proximidad entre la vida y la muerte; las características agresivas y peligrosas del feto, con el que la mujer debe luchar, a riesgo de su vida, para poder expulsarlo durante el parto. Se considera una especie de exorcismo en el que la madre poseída por un pequeño diablo, fuente de dolor, peligro y a veces muerte, debe librar una esforzada lucha hasta parirlo o vomitarlo (rotura de la fuente, salida del líquido amniótico) para librarse y salvarse de esta amenaza mortal.

     Los aymará, del lago Titicaca, los indígenas del uma suyu (territorio o paisaje de agua) comparan al líquido amniótico con la chicha (cerveza de maíz) en fermentación. Por lo que llaman al líquido amniótico “la sagrada chicha”. Se echan gotas de chicha sobre la tierra antes de servirse, para alimentar a la Tierra Madre (Pachamama) y a las demás divinidades ctónicas.

     Según un mito ampliamente difundido, el tránsito desde la edad de los antepasados lunares o Chullpa a la edad del Sol inka (Inti) y cristiano (Jesucristo) fue un acontecimiento traumático en cuanto que el Sol naciente disecó a los antepasados, convirtiéndolos en momias, y sus casas en las tumbas funerarias que aún se agrupan en diferentes partes del paisaje alto andino. Los únicos Chullpa que escaparon de los rayos ardientes del Sol fueron aquéllos que vivían al lado de los ríos y lagos, en los cuales se hundieron para convertirse en los actuales Uru-Chipaya, o “gente del agua”.  Pero los antepasados chullpa conservan su posición como antepasados de los indios actuales, a través de la creencia de que sus almas paganas se reencarnan dentro del vientre de cada madre india, para transformarse a la cristiandad solar mediante ritos pos-natales de separación y bautismo. A veces se ven los Chullpa caminando por los campos baja la luz de la luna, como pequeños viejitos barbudos.

     Chullpas. Estás construcciones mortuorias, en Bolivia, Chile y Perú  eran erigidas para los difuntos más importantes de la comunidad, los cuales eran conservados en posición fetal (pensando en la reencarnación) y momificados, mientras más elaborado era la chullpa, de mayor jerarquía habría sido el difunto en vida. Debido al necroteísmo, eran consideradas objeto de culto.


Momia Chullpa
      
     Se dice que, como la mujer, el hombre también tiene un útero (makri, del castellano madre), que es la sede de su semilla (muju); la infertilidad puede reflejar un fallo en el aparato reproductivo de cualquier miembro de la pareja. La idea de un útero masculino tiene ciertos ecos de la covada (trabajo de parto masculino). El semen o “cuajo” del hombre se considera una forma complementaria de sangre, que se combina con la sangre menstrual en el momento de la concepción. El bebé se forma de los hilos de sangre que se van aglutinando dentro de los tejidos carnosos del vientre materno gracias a la introducción de una chispa vital (alma o supay), que se transmite como la emanación de una piedra local de concentración sagrada de poder y fertilidad llamada kamiri (infundidor de la vida”), que después  reencarnará en el nuevo ser.

     Se considera que las placentas y los fetos abortados después de tres meses de embarazo  se vuelven duendes, si han sido enterrados o quemados sin ser bautizados cristianamente. La hembra, se dice, emerge en grumos de sangre que todavía no se han solidificado, mientras que el macho aparece a los tres meses como “todo un hombrecito”. Siguen creciendo en sus tumbas inquietas (después de ser expulsados de su cómoda morada dentro del vientre) y salen en la noche, sobre todo en el período entre la luna llena y la nueva, momento en el que pueden verse bailando juntos, emitiendo una luz fantasmal (de ahí que también se les llame nina k´ara, “fuego pulsante”). Los fetos abortados son furiosos y vengativos, porque se les ha expulsado de su cómoda morada dentro del vientre, donde podían comer sangre materna en abundancia. Ansiosos por recuperar la nutrición perdida, salen a vagar por la noche, olfateando el lugar donde puede estar dando a luz una mujer, sobre todo si el parto va acompañado por una abundante pérdida de sangre. Visitan la casa, y empiezan a comer la sangre con la mirada de sus grandes ojos fetales, antes de entrar por su vagina para abrirse camino hacia arriba; si llegan a su corazón, la mujer muere. La madre es particularmente vulnerable si está sola y somnolienta; despierta con violentos dolores de estómago que le hacen crujir los dientes, mientras que los duendes “matan en la sangre”. Pero se les puede mantener alejados, a estos caníbales de parturientas, con la presencia tranquilizante de varios hombres mascando coca y vigilando, con el ordenamiento de elementos simbólicos en el umbral de la puerta: semillas de quinoa (que representan a mucha gente, y que era una de las  comidas favoritas de los Chullpa), un peine (que representa el monte espinoso, que no puede pasarse por los duendes), un espejo (que representa un “peñasco resbaloso”), o un látigo de piel de vaca (que inspira el miedo de los cuernos de las vaca). Se sienten también atraídos por los niños pequeños, con quienes juegan, y pueden comerlos si no se les ahuyenta con un rosario o con un pedazo de hierro. Les crecen barbas y se comportan de manera muy parecida a los Chullpa, hacia quienes parecen ir revirtiendo, lentamente, en una inversión extraña de la dirección del tiempo. Algunos indígenas conservan y disecan estos fetos, ofreciéndoles comidas rituales para adquirir riquezas y prosperidad.

     Al vomitar al feto, o sea, cuando el líquido amniótico cae al suelo, la mujer se viste con un viejo vestido y se peina cuidadosamente mientras yace, esperando, con un fajín en torno a la cintura, (tal como se lleva por los guerreros en las batallas) que se apretará inmediatamente después del parto para evitar que la placenta “flote” (phaway), “salte” (phinkiy)  o “se alce” (jikatay) dentro del cuerpo en busca del bebé perdido, llegando así a asfixiar a la madre.  Sólo entonces se corta el cordón (kururu) con un tiesto (k´analla), a veces recogido del suelo al instante fuera de la casa, augurando o garantizando que el niño tenga siempre buena ropa porque metonímicamente el tiesto está relacionado con las ollas y demás restos arqueológicos del tiempo de los Chullpa. Contrariamente, el uso de tijeras o instrumentos metálicos supone ropa escasa y andrajosa. El cordón se ata del lado del bebé con un hilo. Esta parte se va a caer y secar dentro de una semana, y puede usarse en forma de polvo como un remedio para la malaria. El recién nacido aún con huellas de sangre se lava en una fuente de orina espumosa proporcionada por todos los adultos presentes. La orina amarilla corta el flujo de sangre roja, mientras finaliza la cocción del bebé. Después de cortar el cordón, el cabo de la placenta se ata con un hilo doblado de lana roja (se considera de efectos mágicos), que después se amarra al dedo gordo del pie izquierdo de la mujer, lo que le permite ejercer su propia tracción controlada sobre la placenta para ayudarla a separarse de la pared uterina. La retención de la placenta se considera uno de los principales peligros del parto, y se asocia con el cocinar sobre el fogón o, sobre todo, con el tejer al sol: el calor sobre las espaldas de la mujer hace que la placenta se pegue a la pared uterina, como la comida que se quema en una olla o sartén. Otra técnica para expulsar la placenta consiste en que la mujer se atore hasta la garganta una botella verde: así se baja el diafragma y se produce una contracción. Después del alumbramiento la placenta se envuelve en harapos y se mantiene caliente cerca de la madre. Si se deja enfriar, la madre o el bebé pueden sufrir un dolor de estómago. Después de 3 días para que no se vuelva duende o q´ara wawa, como los fetos abortados, se entierra entera, rociada con agua salada y acompañada con platos de comida, o se reduce a cenizas, con rescoldo de estiércol animal, antes de enterrarla en el campo o debajo del umbral de la casa, donde los innumerables pies que lo pisan aseguran que no podrá salir para amenazar a la familia. En esta práctica puede considerarse a la placenta como el doble o “mellizo” del bebé el cual es sacrificado u ofrecido a una divinidad ctónica, para que el sobreviviente tenga mayor fuerza en la  vida. De 2 a 3 días previos a la lactancia el bebé recibe unas gotas de orina o tres cucharaditas de la misma, seguida a veces por gotas de infusión o chocolate. La orina es un antiséptico, neutraliza y limpia al bebé en un baño amarillo y salado, que constituye un “bautismo” ctónico, anterior al bautismo cristiano de sal blanca con agua, que se administrará pocos días después, para volverlo un wawa o bebé cristiano. Además el tratamiento con orina produce un efecto de curtido para prevenir hemorragias y heridas de la piel, aún tierna. Pero la postergación del pecho tiene un propósito muy importante: funciona para romper el hambre voraz y demoníaca del feto, y colocarlo bajo la disciplina de la práctica nutricional humana, con la nueva fuente cristiana de alimentación. En este corto periodo la madre domestica la voracidad del feto, al ordeñar de su pecho el calostro (kurta), si el bebé lo toma continuará con su hambre voraz; no sabrá “aguantar” como adulto los periodos de hambruna, y se mostrará tan goloso que avergonzará a sus padres por su mala crianza.

     Después del nacimiento, la madre se lava con agua caliente, y se le da un caldo de huesos también caliente. Se le administran infusiones de hierba hemostática, así como hollín (qhisi-ma), picante y negro, el cual también ayuda a contener el flujo excesivo de sangre. Cuando quiera lavarse las manos, debe hacerlo con agua donde se ha puesto a remojo el chuño (patata disecada), el cual es “caliente” y elimina la calidad “fresca” del agua pura. Antes de salir de casa, la mujer debe amarrarse los pies con andrajos teñidos, sacados de un viejo vestido (aymilla), por estar susceptibles de herirse y desangrarse. La puérpera no debe salir al aire libre si continúa con sangrado pospartum, podría atraer la atención fatal de los duendes. Aún está “abierta” y, por lo tanto, sujeta a la amenaza del frío; así, un viento chullpa podría soplar hacia sus adentros y provocarle la enfermedad de los Chullpa (chull-pa unquy o chullchu unquy), una sensación de debilidad y fatiga que paraliza a la víctima. Algunas mujeres llevan anillos de acero que los protegen, según sus creencias, de las enfermedades del aire.

     Los niños defectuosos y anormales los dejan morir sin excepción e inmediatamente después del parto. El cuidado de los lactantes es tan mínimo y negligente que solamente los niños más fuertes llegan hasta el segundo año. Por esto las familias de estos indios tienen tan pocos niños, aun cuando el número de partos sea relativamente bastante grande.

     El retorno de la madre a la vida normal de la comunidad pone fin y echa el telón a una dramática representación fisio-cósmica, que ha realizado las transformaciones del universo uterino en aras de la emergencia de una nueva vida y un nuevo tiempo.

     Nos enmarcamos nuevamente en la estructura cósmica de “este mundo” (kay pacha)  o vida terrena donde vivimos, nutridos por los poderes peligrosos de ambos extremos antagónicos.

     En los pueblos creyentes en la reencarnación, los vientos, equiparados a los espíritus de los antepasados o portadores de ellos, son temidos o buscados como causa de la generación humana. Así ocurre entre los indígenas australianos y lo mismo en ciertos pueblos indios de América.

     Así sucede con los vientos como con las lluvias y con el arco iris que las sigue en el cielo. Refiere Malinowsky que cierto pueblo de la Papúa, Nueva Guinea ignorante del hecho de que las mujeres son fecundadas mediante la penetración sexual, creen que la preñez puede ser causada por la lluvia que les caiga encima. Igualmente pasa con el arco iris. Según Karsten, “los indios canelos, emparentados con los jíbaros, tienen cierta superstición acerca del arco iris, de la que en parte participan los indios de la montañas, y en parte es peculiar a las tribus primitivas al este de los Andes. El arcoiris es un espíritu malévolo, particularmente peligroso para las mujeres jóvenes porque las puede preñar sobrenaturalmente. Para los indios peruanos el arcoiris (kurmi) era una achanchila (antecesor); los indios canelos y algunas otras tribus del Ecuador oriental imaginan que es una gran serpiente de agua o anaconda en el aire, o, como generalmente dicen, el arco iris es la ‘sombra de la serpiente anaconda amarum’… Cuando el arcoiris aparece, la mujer que está en su período menstrual no debe salir, pues el cuichi supay (el demonio del arcoiris) la puede fecundar, en cuyo caso daría a luz a un niño demoniaco (supay huahua). Parece probable que los indios canelos han tomado esta superstición de los indios de las montañas.

     Los jíbaros creía que sus hijos eran la reencarnación de sus antepasados, más esta idea sólo lo recuerdan hoy los ancianos; creen que si la mujer concibe es por la acción del marido y el influjo de la luna nueva; pero el papel del marido puede desempeñarlo un muerto o un espíritu; los hijos de los espíritus son generalmente niños monstruosos.  Las mujeres que durante la menstruación salen solas al bosque, se exponen a ser fecundadas por el demonio, que toma ya forma de un blanco, ya de un hermoso indio, con la cara pintada de achiote.   El arco iris “el cuilche”, es temido por las mujeres indias del callejón interandino y de las selvas amazónicas por sus fechorías.  Los gemelos, según los indios canelos, napos y zaparos, son tenidos como hijos de diferentes padres, el marido y el espíritu; para evitar esto los recién casados deben practicar ciertos ritos.   Los niños que juzgan ser hijos del demonio son matados, ya por los canelos que los entierran vivos, ya por los jíbaros que los aplastan pisándolos.                                                                                  

     El espacio era dividido en kay pacha o vida terrena, uku pacha o mundo de las profundidades y entrañas de los cerros y el hanan pacha o mundo de las estrellas. Todos los dioses, a excepción del Creador (Viracocha), moraban en el Hanan Pacha, adonde se dirigían igualmente las almas de los difuntos nobles. Qocha era la laguna, mama cocha el mar, qayqa el mar aire y aya el cadáver. Papay, padre mío.

     La tierra, la Pacha Mama, es la más importante divinidad  popular andina. Se personifica como a una mujer de poca altura y voz débil. Representa la fecundidad y es la madre de todos los productos agrícolas. Es deseable atraer sus favores…así cada vez que se bebe chicha se salpica la tierra con esa preciada bebida, para volverla fértil; y en agosto y en septiembre, al inicio de la siembra, el paqo (hechicero benéfico) presenta a la Pacha Mama ofrendas de alimentos y de chicha.

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