PARQUE
MÁGICO
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen Internet
Esa tarde, como era
costumbre, estuve sentado en la vieja banca de aquel vetusto parque
contemplando su singular belleza clásica del siglo veinte. Era mí lugar preferido
desde mí jubilación, un lustro antes. La
verdad es que me hacía sentir atrapado en el tiempo de sus años mozos. Sí, el
tiempo se había detenido en ese mágico lugar. Contemplaba extasiado su exquisita
vegetación, sus colores, sus aromas, el fresco húmedo del ambiente, la
armoniosa melodía de las aves, el
encenderse de sus farolas cuyas luces apenas lograban traspasar la bruma vespertina.
Varias veces, un vientecillo frío me llegaba a avisar la llegada del manto
nocturno, era la hora de esa triste despedida que me arrancaba de tajo de ese
oasis de mi vida.
Me levanté apesadumbrado, acariciando con
mis manos la vieja banca como si dejara en ella una parte mía. Lentamente, sin
deseos de partir, empecé un caminar cansino el cual a su vez chocaba a cada
paso con el muro formado por la densa oscuridad.
A lo lejos se vislumbraba la luz de la calle,
como una luz al final de un negro túnel.
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Metros adelante, me llamó la atención la
presencia de una mujer vestida de blanco. Se encontraba sentada en una banca y
tenuemente iluminada por la luz de una farola. Era una visión extraña. Dentro
del cono de luz volaban mariposillas nocturnas de pálidos colores, igual que la
tez de esta enigmática dama. Ella al sentirme cerca, alzó la cara y me dirigió
a través de sus negros ojos una lánguida mirada, no pude sustraerme al hechizo de esos ojos y sentí
que mi alma penetraba en ellos como a un inframundo terrenal, descubriendo en
el interior de los mismos la fuente primigenia del amor y de la muerte.
Mi deseo se había cumplido, ya era
parte de ese mágico lugar.
Xalapa, Ver. México.
21.05.18.
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