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sábado, 5 de mayo de 2018

EL HÁBIL PARA LA MALDAD Carlos Garrido Chalén


EL HÁBIL PARA LA MALDAD
(DEL ENSAYO "PUNTADA DE ZAPATERO")
Carlos Garrido Chalén

Imagen Internet

Esta sociedad que incuba por sus propias características, los más inmundos prototipos, se ha esmerado con la creación contra natura de un ser, que ni siquiera necesita de inteligencia para trascender: que es oscuro por tradición e “iluminado” cuando se lo propone; que tiene una capacidad inconmensurable para dañar a los demás, y por lo mismo es inescrupuloso y sinvergüenza. Se trata del “hábil para la maldad”.



No le interesa el tiempo que tiene que perder. A él lo que más le importa, es el daño que hará sobre quien considera "su enemigo": presume ser un gran “planificador”. Planifica en el papel los pasos que va a dar y las ayudas con las que cuenta. En el mayor número de casos se junta con otros “hábiles para la maldad” y forma sociedad y se recrea. Los demás son para él inferiores y se cree un gran líder. Pero se cree nomás, porque en el fondo, bien al fondo, es un estúpido. Y por eso desconoce que existe una ley universal conocida como "la ley de la siembra y la cosecha". Y como no sabe que está haciendo, mal siembra vientos y cosecha tempestades. Porque la maldad trasciende, avanza, se deja sentir, pero jamás logra un triunfo indefectible. Y lo que no cosecha para sí, lo cosechan sus hijos o los hijos de sus hijos, que pocas veces llegan saber cuál es el origen de todas sus desgracias.



El “hábil para la maldad” no es inteligente, y tampoco sabio. Si lo fuera, sabría que la maldad es un producto de la ruindad humana, que lleva al hombre a la perdición y a la infelicidad.



Es diestro, experto, competente, mañoso y avisado, pero también disimulador, ladino y astuto, pero sólo en el territorio de la maldad en donde se tutea con el diablo, y a veces es el diablo mismo cuando arruina honores y prestigios. Y es que el “hábil para la maldad” anda haciendo el mal por donde pisa. No es “hábil para el bien”. Es más, el mal, es su vademécum, su fuente cloacal de inspiración. A él no le inspira la solidaridad y el amor al prójimo. Esas, para su pigmea concepción, son “idioteces“.



Es bajo esa hipócrita línea moral, que mueve su sentido de la política y su participación social. Por eso que cuando dice que ama a su pueblo, es porque lo detesta. Su élam vital no es el amor, sino el odio. Y como no sabe amar, se acurruca en sentimientos que en el fondo permiten inferir que no quiere ni a su sombra. Ni a él mismo, que cuando se mira en el espejo, tartamudea y enmudece.



El “hábil para la maldad”, es hábil para calumniar, difamar e injuriar, porque en el invernadero apestoso de su corazón, no hay posibilidad para la compasión ni la misericordia. Por eso se cree la divina pomada. No hay otro mejor que él, para su concepto; pero esa es una falsa percepción, porque la divinidad está alejada de su parcela y él mismo sabe que su ignorancia lo extravía.



Especializado en fabricar panfletos y pasquines, clonar mails y direcciones falsas para dañar a quien detesta, crea historias que ni él mismo cree, y lo que tiene que inventar lo inventa a su manera. Pero no se piense que por que inventa es dueño de una envidiable inteligencia. Sus inventos proceden del fango en el que se recrea, de la inmundicia que trajina sus sentidos, su lengua de esperpento.



No es hábil para hacer el bien. Es astuto para el mal, porque es su esencia. Su especialidad no es ayudar, sino hundir al vecino y a su prójimo. Es “hábil para la maldad” porque es hijo del infierno; y es éste el que lo dota de armas para la contienda. Por eso no hace el amor a su mujer: la viola, y sus hijos maldecidos son hijos del averno. A sus compadres traiciona y a sus hermanos convierte en enemigos, para destruirlos.



El “hábil para la maldad” ofende y daña, pero sólo para satisfacer su morbo enrarecido, ese raptus de humanidad que su maldad ha convertido en lodo, en escoria, en legítima basura.



Cuando identifique a uno de ellos por la calle, no cometa el error de mirarle sus escamas de culebra, porque corre el peligro de morir en el intento. Sólo póngalo en las Manos de Dios que Él, tarde o temprano, le dará su merecido.




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