LA PIEDRA DE LAS BRUJAS
La
piedra de Expagoya
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Ese sábado, en contra
de mi voluntad tuve que acompañar a mi madrina a una comunidad de Los Tuxtlas.
Ella llegó temprano a casa y le pidió a mi madre ese favor, mi madre, quizá
pensando que me agradaría conocer esos lugares, no dudó ni un solo momento en
conceder la petición. El viaje fue de lo más incómodo por lo viejo del autobús
y por tantas horas de camino.
Lo que parecía interminable, llegó a su
fin. Mi madrina me llevó a casa de una vieja amiga de ella. Desde el instante
que aquella abrió la puerta para recibirnos puedo jurar que, a mis ocho años, me
llevé el susto más grande en toda mi corta vida. Era feísima, tenía nubes en
los ojos, la nariz grande y ganchuda, le faltaban dientes, solo se le veían los
colmillos, traía una ropa andrajosa y sucia, apestaba a marrana, guácala, y
para rematar tenía juanetes en las patas. Yo tenía cara de ¿what?, pero ella al
verme me sonrió y creo se le quedó la lengua de fuera, espero no haya sido para
probarme. Tuve ganas de salir corriendo, pero mi madrina me apretó del brazo y
me dijo: - Hijo, no tengas miedo, es mi mejor amiga.
Entramos a la casa, todo me llamó la
atención, el piso de tierra apisonada, un catre de yute, una hamaca de pita,
mesa y sillas de pino, con un cajete con huevos, con vasos de veladora y unas velas de sebo de colores: negro, café, gris roja y blanca, una butaca con piel,
una gata preñada, un tecolote que miraba todo como periscopio de submarino, un
perro flaco y pulgoso, que nunca dejaba de rascarse y que no le importó que
estuviéramos ahí, nunca ladró. Y un tlecuil o fogón con tenamaxtle y su comal puesto, cerca un metate y un molcajete
con sus metlapiles. Colgado había un yagual de bejuco con carne seca, ahumada y
salada ¿de chango?, tortillas y totopoxtles.
Nos sentamos y la señora nos sirvió
topotes secos en chile y limón, una salsa de tomachile, frijoles refritos, tortillas
calientes untadas de manteca y sal, y para tomar sacó una botella de Coca-Cola
de 3 litros. La comida olía sabrosa, y cómo mi madrina me dijo que no tuviera
miedo, pues empecé a comer. En eso me acordé de Hansel y Gretel, y me quedaba
mirando de reojo mi dedo meñique.
Antes de acostarse, me
llevaron a la laguna en donde se pusieron a platicar sobre una pariente de
ellas llamada la Vieja Chichima, yo me distraía viendo cómo salían y saltaban unos pececitos llamados pepescas fuera del agua reflejando la luz de la luna. Y a la vez, me percaté de que
ellas bajaban la voz como para que yo no las escuchara. Hablaban de niños
recién nacidos, no les puse más atención y seguí viendo a los pececitos.
Ellas se pararon y me pidieron que las
siguiera rumbo a casa, ya era tarde y yo estaba cansado, me dijeron que me
durmiera en el catre. A medianoche me desperté con ganas de orinar, todo estaba
oscuro dentro del jacal, la luz de la luna me indicó la puerta, salí, y en lo
que orinaba escuché un llanto de niño, el cual cesó y después ruidos extraños
como de fieras. Regresé al jacal para decirle esto a mi madrina, no estaban ni
ella ni la amiga, con mucho miedo me fui a acostar, me tapé muy bien con un
sarape y ya no pude volver a dormirme. Horas después escuché voces, eran ellas,
les comenté lo que había oído y me dijeron que eran sonidos comunes en las
noches por la cercanía de la selva. Me costó bastante trabajo volverme a dormir
pues las dos tenían una alternancia de fuertes y apestosos pedos y eructos.
Toda la mañana en lo que ellas visitaban a
sus amistades y parientes, yo me quedé jugando en la playa de la laguna que
quedaba cerca del jacal. Me hice amigo de varios niños los cuales me enseñaron
entre tantas cosas las frutas de la región como el paqui, el chagalapoli, el jobo, la
escobilla. El juego de tirar tepalcates sobre la superficie del agua para ver cuál daba más brincos. Además me contaron leyendas sobre los chaneques, el Sombrerón, el Yobaltaban,
la Vieja Chichima y demás brujas comeniños. Uno de ellos bastante espantado
dijo que a la vecina le robaron anoche a su hijo recién nacido. Entonces les
conté lo que me había pasado esa misma noche. Todos estábamos conmocionados al
poder enlazar todos estos hechos, y queriendo solucionar tantas desgracias llegamos
a un valiente acuerdo: ese mismo día antes de la medianoche regaríamos en
círculo semillas de mostaza alrededor del jacal, si las viejas fueran brujas no lograrían pasarlo. Llegado el
momento escuché un silbido que era la señal, las viejas dormían por lo que pude
salir y estar al lado de mis amigos. Media hora después empezó a llover, con
truenos y relampagazos, para guarecernos de la lluvia tuvimos que
improvisar un tapechtle con unos palos de palancas de los tendederos de la ropa,
ramas y palmas caídas de unos cocoteros, todos estábamos
ahí calladitos, abrazados y con mucho miedo pero con la firme convicción de
terminar con las supuestas brujas. La tormenta agarraba fuerzas, los rayos
crujían el cielo y reventaban en la tierra no muy lejos de nosotros. Las viejas
salieron llamándome a gritos por mi nombre -¡Pancho, Pancho! ¿Dónde andas?
Todos quietecitos sin hablar ni moverse. Unos relampagazos nos descubrieron
ante ellas, y al querer alcanzarnos se acercaron
al círculo de las semillas de mostaza y ya no pudieron avanzar hacia el frente.
Regresaron al jacal para salir volando cada una en su escoba y se acercaron enfurecidamente
a nosotros amenazándonos: -¡Regresáremos a comernos a todos sus hijos! Levantaron
el vuelo, la amiga cargaba al tecolote y a la gata preñada, y mi madrina al
perro sarnoso. No habían tomado aún suficiente altura cuando un potente rayo
dio sobre ellas. Las dos brujas y sus mascotas cayeron muertas en la laguna,
formando una pequeña isleta de roca la cual se conoce desde entonces como “La Piedra
de las Brujas”, enfrente de la playa de Expagoya.
Algunos vecinos comentan que en noches de luna llena se escuchan en ese lugar ladridos de perros, maullidos de gato y el ulular de algún tecolote. Incluso don Juan Paxtian, una ocasión que andaba bolo, llegó a escuchar los chillidos de un recién nacido...
Algunos vecinos comentan que en noches de luna llena se escuchan en ese lugar ladridos de perros, maullidos de gato y el ulular de algún tecolote. Incluso don Juan Paxtian, una ocasión que andaba bolo, llegó a escuchar los chillidos de un recién nacido...
Foto P. Villegas
Expagoya. Del pipil
ex(pa), tres veces + pago(a), alegrarse, estar contentos + ya(n), lugar: “Lugar
en donde se está tres veces contentos” O todo el tiempo contento. ||
Bonita playa del lago de Catemaco.
Hola Toño quiere decir que me tomaron foto sobre las brujas cuando era pequeña? tengo foto sobre la piedra que luego te mostrare!
ResponderEliminarExcelente Conchita, será muy agradable ver las fotos y comentarlas con un buen cafecito. Un abrazote, cuídate mucho, aunque seas brujita.
EliminarToño.- Me encantan tus relatos.- Lástima que no me enseñó nadie a contar las anécdotas tan originales que a veces me parecen productos de tu fantasía
ResponderEliminarJorge, eres un excelente narrador, y de un humor pícaro formidable, para muestra la señorita piruja y los compadres, entre otros.Un gran abrazo.
Eliminar