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lunes, 9 de mayo de 2016

ATRAPADO EN EL INFRAMUNDO Antonio Fco. Rodríguez A.

ATRAPADO EN EL INFRAMUNDO
Antonio Francisco Rodríguez Alvarado

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Era una noche de miedo, entre fantasmas y casas encantadas, en donde no podías estar seguro en lado alguno, pues hasta la misma iglesia tenía sus demonios, y hacía años que ningún cura llegaba al pueblo. El último salió despavorido y blasfemando en contra de sus propios santos y dioses. Imperaba una densa oscuridad desde el mediodía, como si hasta el mismo sol tuviera miedo de estar presente en ese lugar. Impenetrables nubes bloqueaban la nocturnal luz de la luna. Era la invisibilidad de todo concepto material y humano. Era un reino donde el color dejó de existir, poblándose de penumbras y sombras.


     Las palabras y los gemidos, se apagaban, morían… en ese silencioso sepulcral del sonido, de la luz y de la vida misma.
   
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     La acrómica alborada era un halo de luz mortecina, rodeada de neblina que daba paso a las tinieblas.

     Mi cuerpo era abrazado por un gélido aire, que dificultaba mi respiración y mi andar.

     Además de ciego, sordo, mudo y aterido de frío, me embargó el miedo, el temor ante lo inexplicable. No estaba leyendo una novela de Dante ni de Rulfo, era yo el protagonista de una de ellas…



     Pero siento que me abandonaron y dejaron olvidado a “mi propia suerte” a expensas de lo mucho, poco o nada que yo había aprendido de ellos.

     No escuchaba ladrar a los perros, y hasta en el caso de que los hubiera, el silencio apagaría sus furiosos o lastimeros ladridos.


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     Virgilio, pienso que, nunca guiaría a un completo desconocido. Así que tenía que valerme por mis propios medios para salir de este mundo aberrante y poder sobrevivir.

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     Empecé a idear una estrategia maniqueísta. Le prendí fuego a varias casas, y junté todos los troncos, ramas y material combustible que había a mi alrededor y, situándome en medio de un gran círculo, incendié todo. Las grandes y potentes llamaradas de fuego consumían, además, la densa oscuridad, la cual chispeaba y se quejaba como si tuviera vida propia. Seres alados que osaban atravesar el círculo en donde me encontraba, eran igualmente destruidos por las llamas.  Con el calor y la luz de las flamas regresaron el color y el sonido, y desapareció el frío glaciar. El sol hizo como nunca su aparición, corrí desesperadamente hacia él, hasta caer exhausto. Había regresado a mi mundo, volteé la vista atrás, todo estaba espléndidamente iluminado por el astro…


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