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Hará unos 50 años en
que en nuestras retinas quedaron plasmadas como fotografías antiguas, las
bellezas de nuestra paradisíaca Villa. Aunque las fotografías eran en blanco y
negro, ya existía la magia del retoque del color de Don Quintín Alvarado.
A mi generación nos tocó aún el remanente
de la belleza primigenia, de la primitividez, de la selva aún no totalmente
asesinada y destruida por la modernidad que daría el confort al sintético,
radiactivo, neurótico e inestable
“hombre moderno”.
En los sesentas, era lastimoso ver salir a
diario grandes camiones cargados con troncos de los árboles de nuestra región.
Nunca ha habido una ley que lo prohíba, y si la hay…lo permite. Aproximadamente
el 60% fue devastado por la ganadería, y por la fábrica de triplay instalada en
Santiago Tuxtla.
Para llegar a esta Villa, estaba aún
recién construido el tramo de la carretera que comunicaba a la región de “Los
Tuxtlas” con los puertos de Veracruz y Puerto México (Coatzacoalcos). San
Andrés Tuxtla como cabecera municipal fue además favorecida con la red
ferroviaria.
Hará unos 50 años, en que vivíamos en un
claro de la selva misma, un lugar sagrado heredado a nuestros abuelos y
bisabuelos por la raza popoluca,
descendiente y heredera ésta a su vez de la sabia raza Olmeca.
Debo aclarar que además ya había el
mestizaje con nahuas pipiles, que alrededor del año 300 d.C. habían construido
la ciudad más grande conocida en el sureste de Veracruz, la enclave
teotihuacana de Matacapan, con más de 30 mil pobladores.
Hará unos 50 años, en que los habitantes
de la Villa podíamos bajar al lago y gozar y admirar todo su natural y mágico
entorno: cerros, montañas y volcanes completamente cubiertos de un ropaje de
árboles, de una exuberante y explosiva vegetación tropical, las azules aguas
vivas algunas veces durmiendo en la placidez enviando a las orillas el fino
oleaje de sus suspiros, y otras veces en
plena vigilia a la frescura de los vientos de nortes y suradas nos regalaba grandes, hermosas y sonoras olas, que al romper, con
salpicaduras y chapoteos nos mojaba y refrescaba el cuerpo, pero esto no era
todo, por todos lados podías observar hermosas y policromas aves, algunas
volando, otras en sus nidos en las copas de los árboles, su canto era parte de
la magia, del ensueño, de la alegría natural, del deseo de vivir.
Las playas tenían libre acceso, no habían
hecho aún el malecón, podías meterte a nadar, bucear, chapotear y bañar en las
limpias aguas del lago, o bien, sacar ategogolos entre las piedras y entre las
raíces de los árboles de apompo. Por las mañanas, después de escuchar el aviso de
un toquido de caracol, se podía ir a comprar topotes, mojarras y una que
otra anguila que los pescadores vendían
arriba de sus lanchas. Algunos habitantes preferían ir con su caña de pescar
para hacerlo personalmente; y algunos estudiantes alquilábamos una lancha de
remos que nos servía de ejercicio y paseo. En algunos lugares cerca del puente,
enfrente del “Brujo” y de Koniapan podía uno observar a las mujeres lavando, a
golpes sus ropas contra una gran piedra
volcánica, con el dorso descubierto y sin que hubiera morbo sexual.
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Algunas noches nos
juntábamos en la playa, dónde ahora salen las lanchas del turismo, y
platicábamos nuestras historias de monstruos marinos, de la Llorona, de la Mano
Peluda, Yobaltavan, la Vieja Chichima y de chaneques. Regresábamos pronto a casa, nuestro permiso era hasta las 9 de la noche.
Hará unos 50 años, los niños y jóvenes de
entonces, nos internábamos en lóbregas veredas brincando los alambres de púas
de los corrales y atravesando cerros para poder llegar a lagunas inaccesibles,
como eran las de Axmolapan y la Laguna
Verde o Chalchoapan del cerro de
Cacahuateno, la vista desde este cerro es maravillosa, se aprecian
grandes extensiones de la laguna y por otro lado unas vistas increíbles del
Titepetl, y toda la serranía hacia San Andrés Tuxtla, aunque estaba
completamente plagado de viborillas que se hacían a un lado a nuestros pasos;
teníamos que ir abriendo maleza con nuestras manos para poder llegar a esta
laguna, y ya ahí contemplar toda su belleza con miedo y con asombro, estaba
completamente copada por la vegetación, nunca nos metimos en ella, el miedo a
encontrarnos fieras en su interior nos lo impedía. Su orilla estaba plagada de
chichicaste, lo cual hacia más difícil nuestra excursión. Regresábamos a casa
cargados de gran satisfacción, éramos “grandes”. Otras ocasiones, nos metíamos
a unos terrenos enfrente de Tebanca y descubrimos una cascada que al parecer
sólo se forma en épocas de lluvias. Los ascensos al cerro “Puntiagudo” eran
frecuentes y al “Mono Blanco” sólo una vez, y en Primer Viernes de Marzo. Las
idas a las playas del mar: Montepío, Xicacal, Balzapote, Playa Escondida y La
Barra, son otra historia. La modernidad, los caminos y los letreros han ido
terminando con esa magia.
Grandes recuerdos mi querido hermano que ahora la modernidad a estado destruyendo y terminara por completo con ese natural y precioso ecosistema, que muy pocos pudimos ver en su espoca pura y virgen.
ResponderEliminar( llena de chaneques )
me imaginé por un momento un lugar mágico. gracias
ResponderEliminarY así es, lo sigue siendo, gracias Anyelo
EliminartOÑO, FACINANTE (fASCINANTE ??) RELATO. cREO QUE INCLUSO TUS COMPAÑEROS DE AVENTURAS E INFANTILES TROPELIAS SE SENTIRAN ESTRUJADOS" POR EL RECUERDO. nIÑES QUE NI POR UN MILAGRO VOLVERAN A VIVIR. hERMOSO RE4LATO. tE FELICITO
ResponderEliminarGracias hermano y colega, realmente así me siento como en un viaje mágico al paraíso a través del tiempo. Tantos y tan bellos recuerdos nos conectan con la naturaleza misma.Un gran abrazo y felicidades por ser hoy tu cumpleaños.
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