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viernes, 21 de septiembre de 2012

COFFE BREAK. Jorge Alejandro Vega


DOMINGO, 23 DE AGOSTO DE 2009




El viejo Reloj péndulo de columna marcaba las diez de la mañana de aquel nublado y lluvioso domingo de septiembre en interior del Café “El Ropero”, un centro cultural y artístico, que reunía a intelectuales, tribus urbanas, así cómo otros inadaptados e incomprendidos sociales, en el corazón de la Ciudad de Veracruz, tan viejo, pero tan vivo y palpitante a la vez.


Periodistas, académicos, escritores, pintores y escultores, así cómo Jóvenes Hippies, Emos, Darks y otras almas transgresoras y atormentadas se reunían volviéndose una sola. Vestían prendas y cabellos multicolores y proyectaban sentimientos encontrados, entre la euforia desenfrenada y la depresión auto asfixiante.



Ivonne, la hija de los propietarios, servía cuidadosamente cafés gourmets, tes y bebidas hindis, siendo estos el denominador común en cada mesa que conformaban los elementos de esta compleja ecuación con muchas incógnitas.



Su padre, José Francisco Mendoza del Campo, había decidido retirarse del periodismo de izquierda, en el cuál se había desempeñado desde que era estudiante activista de la UNAM en aquel ambivalente 1968. Decepcionado por la falta de cambios del sistema, decidió, hace cinco años, dejar la crítica política y la docencia universitaria para emigrar a Veracruz, su ciudad natal.



Al momento de entrar en aquella vieja bodega portuaria, que había heredado de su familia y de la cuál se había olvidado por muchos años, visualizó dentro de esas abandonadas galeras el santuario para su desarrollo intelectual y económico. No había que mucho que hacer, solo limpiar y acondicionar.



Después de raspar el moho y la humedad, José Francisco colocó sobre las paredes, con los ladrillos al descubierto, su colección de obras de Andy Warhol, retratos de las portadas de los primeros discos de Elvis Presley, The Beatles, John Lennon, Jim Morrison, Alex Lora, Michael Jackson, Madonna y El Chapulín Colorado.



Susana Corranti Rojas, su esposa y la madre de Ivonne, exiliada argentina, que llegó a México desde niña, decoró el lugar con libreros de finas maderas, colocando en estos su colección de libros de Truman Capote, Charles Bukowski, Julio Cortazar, Alejandro Jodorowsky, Jorge Luis Borges, Jorge Volpi, Rius y por supuesto, en lugar de honor, la colección de Mafalda y otras obras de Quino, derivada de más de treinta años dedicados al estudio y docencia de las Letras modernas.



A un bajo volumen, se escuchaban las operas Rock de Andrew Loyd Weber, seleccionada por Ivonne, quien entre semana estudiaba la Licenciatura de Música en Xalapa y los fines de semana viajaba a Veracruz a ayudar a sus padres a atender “El Ropero”, dentro del cuál, una mezcla de aromas y sabores a cafeína, pan, merengue, nicotina, libros y ropa vieja se extendía, mezclaba e impregnaba en cada rincón del ambiente.



Al marcar el reloj las diez con cinco minutos, Ivonne, Rubia y de ojos verdes, heredados de su madre, llevaba una charola que portaba dos impecables tazas de cerámica blanca con “Capuchino Moka” en su interior, al llegar a la mesa Cuatro los coloco con cuidado sobre esta.
- Aquí tienen Chicas- dijo al momento de servir, poniendo una gruesa servilleta blanca sobre la mesa debajo de cada taza - cualquier cosa que necesiten solo avísenme- se alejo esbozando una sincera y amistosa sonrisa.



En la mesa cuatro se encontraban Brenda y Giselle, dos hermosas y esculturales mujeres.



Hasta hace tan sólo unas semanas Giselle y Brenda eran unas completas desconocidas, no sabían una de la otra, y no les hubiera interesado conocerse, pero los dados el destino fueron arrojados y un leve roce causal unió sus vidas. Ese roce era Roberto, quien fue novio, amante y, sobre todo, la perdición de ambas.



En el fondo de su calamidad, concedieron una entrevista, a una periodista, a quien narraron sus experiencias. Años después, ya integradas a la sociedad, en proceso de sanar sus heridas y reconstruir sus vidas, estas entrevistas fueron publicadas en el Libro “Machitos”, al leerlo, se percataron de su pasado en común con Roberto. Supieron una de la otra, se contactaron por Internet, se reunieron, se conocieron y, decidieron ir visitar a Roberto, la noche anterior, para aclarar las cosas y, poder preguntarles lo que siempre habían querido saber, ¿Por qué?, ¿Por qué a ellas?



Pero no recibieron respuesta alguna, sólo agresiones y humillaciones de Roberto, quien una vez más se burlo y mofo de sus sentimientos.



Alteradas y con el estomago revuelto, salieron del departamento de Roberto. No tenían otra opción más que olvidar y dejar todo atrás. Comenzar de nuevo, construir una nueva vida, su vida, con sus proyectos, con sus ilusiones y sobre todo con sus esperanzas. Tristes y lastimadas llegaron a “El Ropero” a recobrar el aliento y a llorar, llorar con café y cigarrillos, sus eternos, fieles y únicos compañeros. Se consolaron mutuamente.



-¿Ya nos vamos?- pregunto nerviosa Giselle al terminar su octavo café.
- Sí, ya lloramos mucho- se lamentó Brenda, dejando un billete de doscientos pesos sobre la mesa.



Ambas salieron de “El Ropero” al estacionamiento y, secando sus lágrimas y encendiendo sus cigarrillos, se dirigieron a la camioneta de Brenda. En el interior, Brenda saco de su bolsillo su memoria USB y la conectó al transmisor FM de su estéreo. La música de Radiohead, se empezó a escuchar por las bocinas. Ambas esbozaron una tímida sonrisa, evocando los pocos recuerdos agradables de su adolescencia.



- ¿Qué hacemos ahora?- Pregunto Giselle intrigada.
- Vamos al sur, por los arenales – Propuso Brenda – Oye, ¿tendremos suficiente hielo, pasare por más?
- No, la hielera aun conserva el que compramos hace rato - Respondió Giselle
- ¡Que cosas ¿no?, un macho tan caliente y acaba bien frío! – Ironizó riendo Brenda.
- Ya pasó, Brenda. Ahora, vamos a apurarnos y terminar con todo esto- propuso Giselle, algo fastidiada.
-Yo también, cariño, yo también. Créeme sólo deseo bañarme y saber lo que es, por fin, poder dormir tranquilamente- Susurró Brenda, quien arrancando su camioneta, salió del estacionamiento y tomó la calle principal, hacia el boulevard que conducía a los arenales, mientras ambas cantaban y disfrutaban de la Canción “A Wolf At The Door” de Radiohead.

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