TONALLI
(TONA)
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen de Internet |
En Mesoamérica, el individuo tenía desde
su nacimiento algún tipo de vínculo con los animales. Si nacía en uno de los
días del calendario adivinatorio (tonalpohualli, tzolkin), que llevaba un
nombre de animal (cocodrilo, lagartija, serpiente, venado, conejo, perro, mono,
jaguar, águila o zopilote), se verían influidos su carácter y su destino. Así,
el desventurado nacido en un día conejo sería un borracho empedernido; el
afortunado nacido en un día zopilote gozaría de una larga vida; el que nacía en
un día cocodrilo, tendría todo si es que no lo pierde por flojera; el que nacía
en un día venado sería cobarde y pusilánime, debería trabajar para conservar la
buena fortuna; el que nacía en un día flor sería alegre, ingenioso e inclinado
a la música y a los placeres, y las mujeres buenas lavanderas y liberales de su
cuerpo, mientras que el venido al mundo en un día perro tendría inclinaciones
lujuriosas.
Espinosa (1910: 106), refiere que en la
tribu matzateca cuando hay pleito entre marido y mujer sujetan sus disputas al
dictamen del hechicero y muchas veces este opina que están peleando sus tonas y
que ellos deben ser más prudentes y reconciliarse en beneficio propio.
Pozas (1959: 203), comenta que entre los chamulas, pueblo tzotzil, se tiene la creencia, de no enterrar a los muertos hasta que el Chultotic (el sol) no entre en el Olontic (inframundo); porque sus almas se quedarían en la tierra. Existe una dualidad espiritual que supone la existencia de dos almas en el hombre: una, el chulel, encarna en un animal que vive en el monte; la otra, la ánima, permanece en el cuerpo y va a morir al Olontic cuando el hombre muere. Pozas (2000: 94, 116). El Chamula pone con el muerto un par de zapatos nuevos para el viaje al Olontic, “hasta abajo”. Hay que pasar tres portones y cruzar un lago con ayuda de perros antes de llegar al lugar de destino.
Ch´ulel, proviene del
maya kulel, de k´ul, santo, divino + el, sufijo formativo para partes del
cuerpo o de la persona: “alma” o “lo sagrado de uno”.
Según William R. Holland (1960:), desde el
punto de vista tzotzil, el espíritu (ch´ulel) es la fuerza vital del ser humano
dentro de la cual esta expresa la esencia de su carácter y de su personalidad.
La relación entre el cuerpo y el espíritu es interdependiente y dinámica;
muchas cosas que afectan al espíritu también influyen sobre el cuerpo y
viceversa. Los componentes materiales e inmateriales son diferentes en clase y
condición, siendo, sin embargo, el primero finito y mortal y el último infinito
e inmortal. El cuerpo persiste únicamente mientras el individuo vive, en tanto
que el espíritu existe desde antes que la persona nazca y después de que muere,
en uno y otro caso, liberado de sus confines corporales.
Hay por lo general cinco animales que son
considerados por los tzotziles como tonas: el tigre (bolom), el coyote (ok´il),
el puma (bankilal bolom), la onza y el gato montés (itzinal bolom); la carne de
estos animales no se come y se distinguen porque tienen cinco dedos en las
patas (Scheffler 1992: 90).
Refiere James W. Dow (1974: 95), entre los
otomíes la fuerza o esencia vital que compone la personalidad de los seres
vivos se llama zaki, el cual se encuentra más allá del ser consciente. La
persona desanimada ha perdido el zaki. Caerá enferma porque ha perdido aquello
que le permite enfrentarse a los retos de la vida. El zaki se representa con
muñeco de papel. El zaki otomí es el equivalente del ch´ulel tzotzil, traducido
por “alma” (Vogt, 1996:115).
James W. Dow (1974: 102) refiere que el
otomí de la Sierra cree que cada ser humano tiene uno o más espíritus animales
compañeros (rogi) con destino paralelo al suyo propio. Viven en el bosque cerca
de la persona y a veces se les ve rondando la casa. Como su zaki es muy fuerte
pueden andar muy de prisa entre los bosques. Sin embargo, la persona nunca
puede saber con seguridad que animales son sus espíritus afines. Uno puede
vislumbrar a su rogi, pero para el hombre ordinario, es completamente imposible
distinguirlo de un animal común. Los chamanes y los dioses si saben y pueden
dar órdenes a su rogi. El destino del ser humano es paralelo al de su rogi, así
que, si una persona tiene un solo rogi y el rogi muere, la persona también
muere.
Los rogi desempeñan una función en las
ceremonias de cura. El chamán invoca al rogi del enfermo para que ayude a
curarlo, para lo cual incorpora las figuras del rogi con los muñequitos de
papel que representan el zaki del enfermo. Estos muñequitos se utilizan en el
ritual de la curación. Si es caso de brujería, el chamán envía a sus rogi a
luchar con los rogi del brujo. En ciertas ceremonias contra la brujería el rogi
del chamán lleva las malignas mixturas de brujos desde dondequiera que éste los
implantó, hasta la parte de la casa del enfermo o hasta el interior, donde se
está efectuando la ceremonia. Con un gesto dramático, el chamán saca la
asquerosa implantación, para que todos la vean y luego la neutraliza ante la mirada
de los espectadores.
El puma y el águila son los espíritus
animales afines de los curanderos; la zorra y la lechuza, los de los brujos y
del diablo. Cuando aúlla la zorra dicen que busca a un hombre y como nadie sabe
a cuál, todos tienen miedo. Para el otomí el sol es bueno y la luna es mala –es
sumamente peligrosa para las mujeres embarazadas y es portadora de
enfermedades. Los de San Pablito creen en un rogi legendario, propio de su
pueblo, que es el Águila de cuatro cabezas.
Montoya (1964: 165), comenta que entre los
náhuatl de Puebla se cree que las almas de los suicidas “no son bien recibidas
en el otro mundo y que por eso sufren mucho”.
Mounsey (1975: 59), refiere que los
indígenas nahuas de Huitzilan, Pue., no creen que el alma de los difuntos vaya
al cielo. Aseguran que se quedan vagando por los alrededores y así es como
explican muchos fenómenos que no parecen tener causas tangibles. Hay espíritus
malos y espíritus buenos que han obtenido la gracia de Dios.
Turner (1973: 123), comenta que en Oaxaca,
los chontales de los altos, creen que el alma de uno que muere asesinado está
condenada a vagar eternamente en este mundo por los alrededores de donde lo
mataron. Por lo que es probable que un asesino huya de su población porque le
dé miedo el vivir tan cerca del alma de su víctima.
Carlos Basauri (1990: 627-628) al estudiar
la población negroide de la Costa Chica desde Acapulco, Guerrero, hasta Puerto
Ángel, Oaxaca, descubrió que ellos creen en el tono, por lo que, cuando nace un
niño, es llevado a las 12 en punto de la noche a algún camino que sea
transversal a otro, es decir, que esté en cruz, y lo colocan sobre una cama de
ceniza, esperando ver que pase un animal o identificándolo por sus ruidos,
rugidos, etc. Este animal será el tono del niño, una especie de ángel de la
guarda.
Se cuenta, y de ello
están firmemente convencidos, que un negro fue salvado por su tono en un río.
El tono era un caimán; el hombre, borracho y perseguido por algunos enemigos,
se arrojó al agua y estaba a punto de ahogarse a la mitad del río, que era muy
caudaloso, cuando el caimán se le acercó y tomándolo muy suavemente con las
mandíbulas, lo transportó a la otra orilla. El mismo interesado nos narró este
acontecimiento, y algunas personas que se encontraban presentes nos aseguraron
haber sido testigos de ello.
Cuando algún mestizo mata
o hiere a un tigre en las selvas cercanas, inmediatamente algún negro enferma
gravemente, pues su tono así se encuentra. En estos casos acostumbran disparar
al aire una escopeta, lavan el interior del cañón del arma con agua del río y
se la dan al enfermo, con lo que seguramente sana.
Séjourné (1985: 52-53), refiere que entre
los zapotecas de Cuixtla, Oaxaca existe ésta misma costumbre: Cuando alguna
persona sufre algún ataque o vértigo y su tono es algún animal silvestre, se le
dispara un balazo de pistola o escopeta lo más cerca posible de los oídos. Con
esto recupera la salud. Estas gentes cuidan de que no se les haga daño a
aquellos animales que son sus tonos, y se cuenta que pueden acariciarlos y
convivir con ellos, aun cuando se trate de animales feroces. Nuevamente, comenta Séjourné (1985: 53-54), que,
entre los zapotecas de Santa Lucía, cuando se espera el nacimiento de un niño,
se rodea la casa con un cinturón de ceniza sobre el cual, una vez llegado el
recién nacido, se busca la huella del animal que pasó por allí y con el que el
nuevo ser humano quedará ligado toda su vida. Cuando el niño tiene ocho meses,
se le lleva durante la noche a la montaña, y se le deja solo para que trabe
conocimiento con su tono. Se han visto, así, niños en compañía de tigres,
águilas o serpientes, sin que sufrieran ningún daño.
Montoya (1964:166), comenta que en la
comunidad náhuatl de Atla, municipio de Pahuatlán, Puebla, se tiene la creencia
“cristianizada” de que al morir no se acaba todo. Aquellos que “cumplieron con
los mandamientos” almas buenas o cuale
itonal, se vuelven a introducir en el vientre de una mujer para nacer de
nuevo y convertirse una vez más en “cristianos”. Pero si se trató de un hombre
malo o amo cuale itonal, en lugar de
renacer en el vientre de una mujer lo hará en de un animal, el vientre de una
res, de un puerco o de un perro; muere el animal y muere el alma.
Bennett y Zingg (1986: 372), citando a
Lumholtz comentan que al morir un tarahumara es colocada comida en un lugar
cercano fuera de la casa durante la primera noche, y que se esparcen cenizas
todo alrededor, para descubrir las huellas del animal que se acerca para
comerla. Así se determina en qué animal se convertirá el alma.
Mariángela Rodríguez (1986: 90),
estudiando a los indios Mayos refiere que cuando se transgrede la norma de no
hacer vida marital entre compadres (que es el parentesco más sagrado), cuando
la persona se muere se convierte en coyote, pero conserva su cara de hombre y
sale a recorrer los siete centros ceremoniales de los mayos y pasa un año en
cada uno de ellos, para comerse a los niños que no estén bautizados. Para
ahuyentarlo, en las casas ponen cruces de palma y a los niños se les rocía con
agua bendita.
Ichon (1973: 210), en su estudio sobre los
totonacas de la sierra, comenta: Las madres, después de haber guardado cierto
tiempo al alma del niño, pueden hacerla reencarnar. Es incierto que reencarne
en la misma familia. Se dice que cuando una mujer ha permanecido estéril mucho
tiempo, y que al fin espera un niño, en éste viene el alma de otro que murió y
que retorna al mundo.
Reyes (1990: 24), estudiando a los nahuas de
Zongolica, Ver., refiere que todos los seres humanos poseen una tonal o fuerza
vital que se puede sentir en las articulaciones. Y puede tener existencia
momentánea fuera del cuerpo. Se sueña porque nuestro tonal vaga.
Quezada (1997: 363-364), reporta que en
Huexotla, jurisdicción de Texcoco los indios sacan cotidianamente las cenizas
de los braceros y fogones que usan, apartándola en lugar inmediato a la casa y
evitando que se junte con la basura. Pues creen que, al resucitar después del
juicio, volverán a vivir en el mundo y que su mantenimiento ha de ser comer
ceniza y sólo los que la guardan ahora se mantendrán inmortales. Los que no la
guardan en esta vida volverán a morir para nunca más resucitar.
Según Samael Aun Weor, todo ser humano
nace en cada reencarnación humana bajo un astro distinto a fin de irse
redondeando el Ego poco a poco.
Dolores Rodríguez, me comenta que, si la
persona muere el día de su cumpleaños, su tona muere para siempre; nunca más
vuelve a reencarnarse.
Münch (1994: 192) comenta: entre los
nahuas y los popolucas se ha perdido la idea de que cuando nace un hombre, al
mismo tiempo aparece su animal compañero o tona, con quien comparte
características semejantes. Creen en la inmortalidad del espíritu, en el paraíso,
el infierno y la reencarnación. Se cree que el alma de los muertos por hechicería
va al infierno, bajo el dominio de Satanás y jamás disfrutarán de la gloria o
cielo. El poder de los hechiceros trasciende a la vida futura.
Flanet (1977: 74-75, 110-111, 114),
refiere que entre los mixtecos el día del bautizo católico, los padres del niño
ofrecen el animalito de éste a Dios –“para que nada vaya en contra del tono del
niño”-, de ahí, las familias van a la casa del padrino para efectuar el ritual
indígena: el padrino llama a su “nahual” para recomendarle la vida del animal
compañero de su ahijado; así a través de su propio animal, el padrino velará
por la vida de su ahijado. El tono de las niñas se llama “uviña” y el de los niños “uvira”. Del mixteco uvi,
dos, doble + ña, afijo, pronombre femenino; y ra, pronombre masculino. El
individuo adulto que quiere cometer actos prohibidos en su grupo, va a utilizar
a su “doble-animal” para obtener sus fines y actuar con impunidad. De ese modo
el individuo se protege, sobre todo, de la Justicia del Tribunal: “Ya no quiero
hacer esas pendejadas de matar a alguien; no quiero encontrarme en el
bote;…mejor con la movida del tono”. Las formas para perjudicar son: actuar
–directamente- sobre el nahual de su enemigo. Pero, algunos nahuales que son
fuertes (“tigre”, serpiente, escorpión…) pueden matar a un enemigo, para ellos
es fácil; “hay que pedírselo al nahual y él lo hace”.
Thomas (1974: 78, 80, 103), refiere que
entre los zoques de Chiapas, los brujos que tienen el poder de quemar el
espíritu se reúnen de noche en un lugar secreto para hacer juntos sus oraciones
al mal espíritu (yach pa’ti) antes de separarse para cumplir individualmente
con sus perversas misiones. Sus oraciones pueden hacer que el alma (angs’suk) de
una víctima sea arrojada al fuego de la casa, provocándole la muerte.
Weitlaner (1977: 168), comenta que los
chinantecos creen que cuando es herida la tona, el individuo enfermo puede
salvarse si obtiene la piel o la carne de la tona, entonces se come la carne
cruda junto con una yerba olorosa, y la tona se cambia a la cría.
Furst (1972: 75-76, 78), comenta que entre
el lapso de vida de los Huicholes la fuerza esencial de la vida o alma, será
llamada kupúri, que literalmente quiere decir “pelusilla” y que se refiere al
“punto blando” o corona de la cabeza (fontanela). Cuando ha sido capturada por
el mará’akáme en su manifestación post-mortem como insecto luminoso se la llama
xáipi’iyári (xáipi, mosca o insecto volador; ‘iyári, corazón o esencia). En su
nueva forma de cristal de roca se le conoce con varios nombres: Tewarí, abuelo;
uquiyári, guardián, protector o jefe; o ‘uru’iyári y ‘urukáme, de ‘uru, flecha.
Estos nombres se refieren a la flecha a la que se atan éstos cristales de roca,
envueltos en una especie de algodón virgen y cosidos dentro de un kauxé’,
bolsita de algodón especialmente preparada y decorada. Los dos términos más
comunes son ‘urukáme y tewari, siendo empleado el último en el sentido de
antepasado. Se convierten en ‘urukáme solamente las almas que tuvieron sesenta
o setenta años, la gente vieja, la de sabiduría regresan a los cinco años;
aquellos de más de cincuenta años que también tienen experiencia, sabiduría,
conocimientos, pues son mará’akáme ya han ido por el peyote (a Wirikúta)
regresan después de los cinco años.
‘Urukáme, es la transformación que sufre
durante los cinco años el alma del muerto y consiste en que año tras años se
juntan pequeños huesitos del difunto hasta formar un pequeño cristalito de
roca, estos pequeñísimos cristales, son muy bellos, brillantes de colores, muy
transparentes. El ‘urukáme contiene todo lo que pertenece a esa vida y tiene
poderes como los otros dioses para poder ayudar a sus familiares.
Wirikúta, es el mágico país del Divino Venado-Peyote,
ubicado aproximadamente a 500 km al Este de la actual tierra natal de los
Huicholes en el alto desierto norte-central de San Luís Potosí. Anguiano (1978:
8).
Cruz (1946: 129-131), refiere que los
zapotecas denominan a la tona como quella, guella o guenda. Las guendas más
usuales son el tigre (béeche), el búho (tama xihui), el águila (picija o
biciáa), el gavilán (bisiá huiini’), el lagarto (chilla), la culebra (pela o
benda), el cuervo (biyacqui o bia’ki’), el zopilote (so’pe’) y el zanate
(bigose). El olivo silvestre (biahuitao) y el zapote (biahui) son sus guendas
vegetales. Antes del cristianismo se señalaba la guenda por medio del
Tonalpohualli o calendario ritual de los zapotecas. Posteriormente para buscar
la guenda se valieron de la identificación de huellas que aparecieran en las
cenizas regadas alrededor del petate del recién nacido, o de escuchar con mucha
atención cualquier ruido o rumor y/o de la observación de cualquier
acontecimiento extraordinario que ocurriera en las cercanías.
Huerta (1981: 224-226), comenta que en
Oaxaca, entre los triques, éstos piensan que si una persona tiene como tona un
animal con garras (tigre, león, lobo, etc.) y se recorta las uñas de pies y
manos, a la tona le sucede algo similar y con sus garras mutiladas, tiene
entonces dificultades para subir a los árboles o a las laderas de los cerros.
Si una persona es “principal” tiene dos tonas, y éstas mueren al morir la
persona. Con motivo de ciertas venganzas, matan al animal que se supone es la
tona del enemigo y la persona cuya tona muere sangra por nariz y boca, pero se
puede salvar esta persona tomando cierta mezcla de hierbas en la cual se lava
un “bastón de mando” de un “principal”. La tona madura física y espiritualmente
a la par del hombre, y su importancia es paralela a la del estatus de la
persona.
Incháustegui (1977: 141, 151, 154),
refiere que los mazatecos tienen su “Shimajo”, que quiere decir “segundo”
(tona). Pueden ser Shimajo el tigre (shaee) o el tigrillo (cha’chitú).
Según los catequistas, el alma se pierde
al pecar en contra de Dios, la Virgen o los Santos.
Tomado del libro de mí
autoría.
Los Tuxtlas nombres
geográficos pípil, náhuatl, taíno y popoluca. Analogía con las cosmologías de
las culturas mesoamericanas. Incluye diccionario de localismos y mexicanismos.
Ediciones Culturales Exclusivas. 2007.
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