HAMBRE
KNUT HAMSUN
Noruego 1859-1952. Premio Nobel de Literatura 1920.
En forma autobiográfica hace Hamsun, con impresionante realismo, una minuciosa transcripción de los padecimientos físicos y morales de un joven escritor acosado por el hambre y dominado por la abulia, al cual nos presenta divagando por Cristinía (Oslo) durante unos meses, sin comer más que de cuando en cuando con el producto de un artículo periodístico, y alternando los míseros albergues, que no siempre puede proporcionarse, con las noches pasadas a la intemperie.
En forma autobiográfica hace Hamsun, con impresionante realismo, una minuciosa transcripción de los padecimientos físicos y morales de un joven escritor acosado por el hambre y dominado por la abulia, al cual nos presenta divagando por Cristinía (Oslo) durante unos meses, sin comer más que de cuando en cuando con el producto de un artículo periodístico, y alternando los míseros albergues, que no siempre puede proporcionarse, con las noches pasadas a la intemperie.
La incongruencia característica de las
acciones y reacciones de un semiloco es la nota dominante en la conducta del
pobre hambriento. Hallándose sin comer y sin un céntimo, vende el chaleco para
dar una moneda a un cojo – que la desprecia y la arroja al suelo-; acosa estúpidamente
a dos señoritas, diciéndoles con maniática insistencia, que han perdido un
libro; se dirige a Dios con absurdos reproches, en los que alterna la devoción
con la blasfemia al sentirse víctima de los rigores del destino; pasa una
velada de insomnio en el departamento de indomiciliados de la Dirección de policía –
donde se presenta simulando ser un alegre calavera medio borracho – una triste
noche en la que no sabía dónde meterse;
trata tozuda e inútilmente, de empeñar los botones de la americana para comprar
un panecillo; arroja sobre el mostrador de una taberna el dinero que un tendero
compasivo le había dado como vuelta de cinco coronas imaginarias al adquirir
una bujía, creyendo que se trataba de una equivocación con la que le parecía
indigno lucrarse, sin pensar en devolver aquellas monedas al supuesto
equivocado; y, después de otras diversas andanzas, torturado siempre por el
hambre, que es su fiel compañera, e impotente para escribir una sola cuartilla
sin desvariar, acaba por partir en un buque mercante ruso, a cuyo capitán se
ofrece angustiosamente para el trabajo que le quiera encomendar.
Una aventura erótico-sentimental con una
de aquellas señoritas a quienes persiguió asegurándoles que habían perdido un
libro, y que tuvo el raro capricho de enamorarse de él, a pesar de su
repugnante y desastroso aspecto, pone algunos matices de melancólica ternura en
el sombrío cuadro. Y, aparte de esa extravagante enamorada, la única persona
que muestra compasión por el desventurado es el director de un periódico,
quien, después de rechazarle un artículo, le encuentra en la calle, y
adivinando su angustiosa situación, le regala diez coronas.
Es opinión corriente, fundada, al parecer,
en manifestaciones del propio Knut Hamsun, la de que estas páginas reflejan
experiencias e impresiones personales de los tiempos de lucha y de miseria que
en la azarosa vida del autor dejaron la huella de un recuerdo imborrable. Sea de
esto lo que fuere, lo que no tiene duda es que la detallada descripción que
hace de los tormentos y alucinaciones producidos por el hambre es algo
formidable. Pero no es menos digno de notarse el acierto con que logra reducir
su pensamiento a frases tan justas, que en unas cuantas palabras pintan
acabadamente una situación o encierran un cúmulo de ideas. Por ejemplo, al
narrar el encuentro con una desdichada a quien confiesa que no tiene un céntimo
y que, a pesar de eso, atraída por su lenguaje insólito, le brinda sus favores
gratuitamente –cosa que él rechaza con dulzura, afirmando que es pastor, y
exhortando a la pecadora a volver al camino de la virtud-, inicia la escena con
estos trazos, breves y definitivos: “Serían las once aproximadamente. La calle
estaba bastante oscura; por todas partes, hombres silenciosos, silenciosas
parejas y grupos murmuradores. Comenzaba la hora propicia y cómplice de los
instintos, la hora medular y valetudinaria de la aventura fútil y descocada. Mujeres
de vida inquieta, corazones palpitantes, alientos sobreexcitados, impaciencias
sofocadas. En el extremo de la calle, una voz llamando a Emma; y toda ella, un
lodazal inmenso abierto a las perversiones del instinto.”
Como contraste magnífico con esas
miserias, en el relato de las impresiones de una de las veladas pasadas a la
intemperie entre los árboles de un bosque se leen estas palabras: “El hálito
silencioso de la noche daba un rumor quedo; todo estaba silencioso; todo. Solo arriba,
en lo alto, palpitaba el eterno canto, el aliento del mundo que nunca cesa. Yo percibía
tan profundamente ese rumor de las cosas eternas que acabó por aterrorizarme. Era,
sin duda, la sinfonía de las moles estelares, de la rotación de los astros
milenarios que se derrumbaba sobre mí como un himno de estrellas…”
En suma: la admirable novela acusa una
originalidad y unas dotes de escritor realmente notables.
Luis Nueda y Antonio Espina. MIL
LIBROS. Ediciones Aguilar, 1970, Madrid, España.
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