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jueves, 9 de agosto de 2012

HAMBRE, KNUT HAMSUN



HAMBRE
KNUT HAMSUN
Noruego 1859-1952. Premio Nobel de Literatura 1920.



En forma autobiográfica hace Hamsun, con impresionante realismo, una minuciosa transcripción de los padecimientos físicos y morales de un joven escritor acosado por el hambre y dominado por la abulia, al cual nos presenta divagando por Cristinía (Oslo) durante unos meses, sin comer más que de cuando en cuando con el producto de un artículo periodístico, y alternando los míseros albergues, que no siempre puede proporcionarse, con las noches pasadas a la intemperie.
    La incongruencia característica de las acciones y reacciones de un semiloco es la nota dominante en la conducta del pobre hambriento. Hallándose sin comer y sin un céntimo, vende el chaleco para dar una moneda a un cojo – que la desprecia y la arroja al suelo-; acosa estúpidamente a dos señoritas, diciéndoles con maniática insistencia, que han perdido un libro; se dirige a Dios con absurdos reproches, en los que alterna la devoción con la blasfemia al sentirse víctima de los rigores del destino; pasa una velada de insomnio en el departamento de indomiciliados de la Dirección de policía – donde se presenta simulando ser un alegre calavera medio borracho – una triste noche en la que no sabía  dónde meterse; trata tozuda e inútilmente, de empeñar los botones de la americana para comprar un panecillo; arroja sobre el mostrador de una taberna el dinero que un tendero compasivo le había dado como vuelta de cinco coronas imaginarias al adquirir una bujía, creyendo que se trataba de una equivocación con la que le parecía indigno lucrarse, sin pensar en devolver aquellas monedas al supuesto equivocado; y, después de otras diversas andanzas, torturado siempre por el hambre, que es su fiel compañera, e impotente para escribir una sola cuartilla sin desvariar, acaba por partir en un buque mercante ruso, a cuyo capitán se ofrece angustiosamente para el trabajo que le quiera encomendar.
     Una aventura erótico-sentimental con una de aquellas señoritas a quienes persiguió asegurándoles que habían perdido un libro, y que tuvo el raro capricho de enamorarse de él, a pesar de su repugnante y desastroso aspecto, pone algunos matices de melancólica ternura en el sombrío cuadro. Y, aparte de esa extravagante enamorada, la única persona que muestra compasión por el desventurado es el director de un periódico, quien, después de rechazarle un artículo, le encuentra en la calle, y adivinando su angustiosa situación, le regala diez coronas.
     Es opinión corriente, fundada, al parecer, en manifestaciones del propio Knut Hamsun, la de que estas páginas reflejan experiencias e impresiones personales de los tiempos de lucha y de miseria que en la azarosa vida del autor dejaron la huella de un recuerdo imborrable. Sea de esto lo que fuere, lo que no tiene duda es que la detallada descripción que hace de los tormentos y alucinaciones producidos por el hambre es algo formidable. Pero no es menos digno de notarse el acierto con que logra reducir su pensamiento a frases tan justas, que en unas cuantas palabras pintan acabadamente una situación o encierran un cúmulo de ideas. Por ejemplo, al narrar el encuentro con una desdichada a quien confiesa que no tiene un céntimo y que, a pesar de eso, atraída por su lenguaje insólito, le brinda sus favores gratuitamente –cosa que él rechaza con dulzura, afirmando que es pastor, y exhortando a la pecadora a volver al camino de la virtud-, inicia la escena con estos trazos, breves y definitivos: “Serían las once aproximadamente. La calle estaba bastante oscura; por todas partes, hombres silenciosos, silenciosas parejas y grupos murmuradores. Comenzaba la hora propicia y cómplice de los instintos, la hora medular y valetudinaria de la aventura fútil y descocada. Mujeres de vida inquieta, corazones palpitantes, alientos sobreexcitados, impaciencias sofocadas. En el extremo de la calle, una voz llamando a Emma; y toda ella, un lodazal inmenso abierto a las perversiones del instinto.”
     Como contraste magnífico con esas miserias, en el relato de las impresiones de una de las veladas pasadas a la intemperie entre los árboles de un bosque se leen estas palabras: “El hálito silencioso de la noche daba un rumor quedo; todo estaba silencioso; todo. Solo arriba, en lo alto, palpitaba el eterno canto, el aliento del mundo que nunca cesa. Yo percibía tan profundamente ese rumor de las cosas eternas que acabó por aterrorizarme. Era, sin duda, la sinfonía de las moles estelares, de la rotación de los astros milenarios que se derrumbaba sobre mí como un himno de estrellas…”
     En suma: la admirable novela acusa una originalidad y unas dotes de escritor realmente notables.

     Luis Nueda y Antonio Espina. MIL LIBROS. Ediciones Aguilar, 1970, Madrid, España.


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