LAS CASAS DE PLACER EN EL VIRREINATO
Pequeña y recoleta era la ciudad de México
en los siglos del Virreinato, con sus numerosas iglesias y conventos; con las
mansiones lujosamente aderezadas de los ricos señores; con las amplias casas de
la burguesía y las humildes viviendas de los pobres.
La actividad de la ciudad dependía del
calendario de las fiestas religiosas; numerosas eran las novenas, los
octavarios, los triduos en honor de los santos patronos. Aún quedan por allí
ejemplares del calendario dispuesto por don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, hábil
matemático de la corte y agrimensor titulado por su majestad, de tierra, agua,
minas de todo el reino, para el año bisiesto del Señor de 1788. Calendario con
los signos del zodiaco, con notas cronológicas, con las fases de la luna, con
las fiestas movibles y las de fecha precisa.
Pero, como todo en la ciudad, no podían
faltar las fiestas de tipo mundano, las reuniones, los saraos de la corte, las
ferias de barrio. Más estas reuniones no tuvieron lugar tan sólo en las casas
citadinas, sino también en las casas de campo de las inmediaciones. Fueron notables
los huertos y jardines de San Cosme, San Ángel y San Agustín de la
Cueva. La arquitectura en sí de estas casas
de campo no tuvo nada que admirarse: en ocasiones lucía la fachada el escudo de
armas de su dueño, una o dos hornacinas con motivos religiosos, puerta de
madera entablerada y grandes ventanas protegidas de gruesas rejas de madera o
de fierro. Mas era en su interior en donde había que admirar la riqueza de los árboles,
de las plantas, flores y frutos de las especies más variadas y ricas; cerezas,
ciruelas, melocotones, albaricoques, higos, uvas, melones, manzanas, peras,
zapotes, guayabas y otras frutas propias de los climas tropicales. Entre las
casas de campo o de placer como entonces se llamaban, fueron notables las del
Marqués del Valle, la una situada en donde estuvo el cementerio inglés y la
otra en la antigua Tlaxpana.
El padre Betancourt, en su Teatro Mexicano, al comentar los
alrededores de la ciudad de México, tuvo a bien escribir:
“Todo lo más de la comarca, en cinco
leguas en contorno, está poblada de huertas, jardines y olivares, con casas de
campo que los ricos de la ciudad han edificado para su recreo: en San Agustín
de las Cuevas, paraíso occidental, donde se compiten con gastos excesivos los
dueños de las huertas, a cual más curiosa la tiene, con intervenciones de agua
que entretienen; donde la Peña
pobre, con lo rico de sus aguas, abastece la huerta del Tesorero de la Casa de Moneda; hace salir de
sus casillas para verla aún a los más serios: Cuyuacán, Mixquac y Tacubaya,
donde el olivar del Conde de Santiago, aunque con los aceitunos y olivares todo
es uno, precede a todos los olivares como solo; las lomas, y quebradas en
tiempo de verano son vistosas, con arroyos de agua tan sonoros, y florestas de
flores campesinas”.
Mas si de viejos textos se trata, citemos
aquí un curiosísimo texto de una información del año de 1556, en que un vecino
declara que: “Muchas personas se iban a las huertas desde la mañana hasta la
noche y muchas de ellas sin oír misa y otras personas estaban tres y cuatro días
en sus regocijos y pasatiempos, sin tornar a la ciudad, donde se hacían ofensas
a Dios nuestro Señor”.
Hasta aquí estos curiosísimos relatos que
con la venia del bondadoso lector hemos citado. Pero no siempre ocurrían en las
casas de placer esta clase de regocijos y pasatiempos: servían también como
retiro, fuese para entregarse a la lectura o bien para buscar la salud, a la
sombra de las frondas de los árboles, en el deleite de los frutos, o bien en el
goce de las flores de la tierra de primavera y verdor.
Los que contribuyeron a los
progresos rápidos de la agricultura fueron sobre todo los frailes misioneros. Las
huertas de los conventos y de los curatos eran almácigos de donde salían los
vegetales útiles, recientemente aclimatados.
Francisco Santiago
Cruz. La Conquista
Florida. Flores y frutos en la historia de México. Primera
edición 1973. Editorial JUS, México, D. F.
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