LA
RECREACIÓN DEL MUNDO
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Ocasionalmente, disfruto irme a sentar sobre las finas arenas de las vastas playas de nuestro inmenso mar tropical, y caminar descalzo, brincando por ratos para chapotear con mis pies sus tibias y cristalinas aguas. Mirar el mar, y sentir mi espíritu pleno, entre la tierra, el cielo, el agua y el candente calor del sol.
Tan entusiasmado me encontraba, que me
puse a meditar, y mi cuerpo se reanimó con
la frescura y humedad del viento.
Aspiré el aire y el virginal aroma marino, me trajo las imágenes de hermosas
sirenas que entonaban una melodiosa canción,
ellas, como sacerdotisas del mar imponían en sus cantos el embrujo que
obnubilaba nuestras mentes, volviéndonos esclavos de su voluntad.
De momento, el viento arreció con tal
fuerza que empezó a abatir las altas palmeras, cuyos troncos pendulaban entre
el cielo y la tierra, era tal su furia que arrancó casi la totalidad del espeso
verdor. Solamente los resistentes y flexibles uveros resistieron con estoicismo
el embate del fuerte y breve “Norte”. Afortunadamente, este evento, me libró de
la confusión mental en que me hallaba.
Ahora, sólo estaba espantado por todo lo sucedido. En gratitud, me sentí grande, y a la vez solo,
cómo un punto perdido, como una arena de mar.
Era temprano aún. Algo en mi interior me
decía, que debía de permanecer más tiempo en este lugar. Acaté este instinto o presentimiento que no
sabía a dónde me iba a llevar. Me senté nuevamente, mirando por encima de la
superficie del mar hasta topar mis ojos
con el lejano horizonte que se encontraba semioculto por un par de hermosas y
grandes islas.
Empezó a atardecer. Parecía que el Sol
estaba desesperado por irse, se movía con mayor rapidez y mudaba repetidamente
su color, en un abrir y cerrar de ojos se precipitó limpiamente al mar, sin
levantar su oleaje, sin calentar sus aguas, y tiñó momentáneamente al azul
marino de un rojo y amarillo incendiarios, como las flamas de una hoguera. Las
aves volaron, raudamente también, a buscar sus nidos.
El viento fresco y húmedo, se había
oscurecido. Se estaba desprendiendo del cielo el negro manto de la noche,
cubriéndolo todo. Se hizo un silencio espeso, sólo roto por el estallido de
alguna rezagada ola.
Y después, siguiendo el mismo camino. Se
desprendió de las alturas un vaho
oscuro, era el sutil ropaje que cubría a la Luna, ya liberada envió sus haces de luz cuyos brillos
marmóreos difuminaron la negrura aclarando el entorno.
La antítesis del día pletórico de luces
multicolores, lucía ahora toda una hermosa gama claro oscura. El mundo tiene
dos rostros: el día es hombre, y la noche es mujer.
Al final. Me sentí testigo o espectador de
una recreación del Mundo hecha por el Creador del Universo.
Valió la pena que me haya quedado a ver
esta cosmogonía.
Xalapa, Ver. México.
02.11.21.
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