REENCUENTRO
CON EL PASADO
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen Internet
Compré varios libros en
la Ciudad de México. De regreso al hotel me metí a un café. Con calma chequé mis nuevos libros, y
escogí uno de poesía para leer en lo que disfrutaba mi café americano. La lectura
y el café provocaron que me evadiera transportándome a mundos paradisiacos, no
sé, Arcadia, Parnaso, o tal vez, Shangri-La.
-¿Me puedo sentar a su mesa? Esa voz,
llegó a mis oídos como un armónico sonido traído por una suave brisa. Levanté la
cara para verla y responderle que sí. Y qué dicha más grande al descubrir
frente a mí, a la mujer de mis sueños, a aquella amiga de juventud de la cual
estuve profunda y platónicamente enamorado. Ese amor que nunca perdió el
reflejo de su imagen en los espejos de mi alma. ¡Y ahí estaba ella…!
Todo turbado me apresuré a separar y cederle
un asiento, sentí que aquella vieja timidez regresaba a mí, tartamudeé para
decirle. - ¡Hola que gusto volver a verte…cómo estás? Ella, no tardó en
reconocerme, alcancé a verle un fino temblor corporal, cómo si se estremeciera
al igual que yo, de nuestro fortuito reencuentro. Nos abrazamos fuerte y
cariñosamente como dos grandes amigos. Derramé lágrimas de alegría, ella me
tomó de las manos y apretándolas me dijo: -No llores, estamos vivos, y qué
maravilloso es que así sea. Quiero que sepas que nunca te he olvidado, tienes
un lugar especial en mí corazón. Al salir de la secundaria te extrañé tanto,
que creo estaba enamorada de ti…
Fuimos interrumpidos por el mesero. En ese
inter ella tomó el libro que yo estaba leyendo, y me preguntó: -¿sigues
escribiendo poesía? Siempre me encantó que me leyeras tus poemas, aunque nunca
me hayas querido decir quién era la musa en qué te inspirabas. Estaba a punto
de decirle, de gritarle… que ella había sido el gran amor de mi vida, cuando
junto a nosotros se presentó una bella joven acompañada de un señor maduro con
bastón diciéndole: -Mamá, papá y yo ya terminamos ¿nos podemos ir?
Ella, toda nerviosa por la presencia de su hija, me regresó el libro de poemas que tenía en las manos, no sin antes colocar dentro de él, un carnet. Y como cualquier desconocida se despidió de mí.
Ella, toda nerviosa por la presencia de su hija, me regresó el libro de poemas que tenía en las manos, no sin antes colocar dentro de él, un carnet. Y como cualquier desconocida se despidió de mí.
Esa noche, en mi hotel, no supe si lo del café había
sido real, o había sido uno de mis escapes al paraíso al cual me dirijo cada
vez que siento que se me hace pesada e insoportable esta humanidad.
No me atrevo a abrir el libro de poemas, me da miedo no encontrar ese carnet, el cual sería un boleto a la realidad.
No me atrevo a abrir el libro de poemas, me da miedo no encontrar ese carnet, el cual sería un boleto a la realidad.
Xalapa, Ver. México. 07.08.17
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