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jueves, 9 de abril de 2015

REMOLINO Eduardo Turrent Rozas

REMOLINO
(LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN LA COSTA DE SOTAVENTO)
EDUARDO TURRENT ROZAS

Proemio del libro
     
     La Revolución Mexicana fue en su cuna remolino formado a impulsos de un despertar de conciencias que por luengos años soportaron azotes, discriminaciones, encierros, despojos, privilegios, compadrazgos espúreos e iniquidades sin cuento. Vientos leves al principio precursores del meteoro en formación que al tomar cuerpo acogió en su vórtice, -vientre maternal- a los desheredados i soñadores que luego abonaron el suelo patrio con su sangre i con su pensamiento para que fructificara la simiente de anhelos acariciados.

     A ello el título de Remolino de este libro; porque su contenido es en su totalidad trasunto de los vientos que soplaron en el Sur del Estado de Veracruz, -al igual que por todo el país- cuajados en el meteoro que hecho bomba, estalló en manos de Aquiles Serdán en la heroica Puebla el 18 de noviembre de 1910.

     Cada capítulo de los que se compone la obra es un cuadro de ese pasado; causales del movimiento unos i de sucedidos durante la contienda otros. Gajos de historia escritos con aleación de cuento.

     No quise adentrarme en la precisión exacta de las fechas de sucedidos, ni de lugares ni en el de las personas actuantes a las que cito con nombres escogidos al azar. Sépase sólo que si hablo de “colgados”, se debe a que antes del movimiento era uno de los drásticos castigos que se aplicaba a los desafectos al régimen, como lo fuera también en plena lucha entre las tropas del gobierno i las del pueblo. Que si digo “despojo”, es porque en todas las municipalidades eran dueños de vidas i haciendas los caciques del lugar en connivencia con “la justicia” siempre en manos venales. Que el cuerpo de Rurales a que aludo, sólo servía para perseguir i matar a los que se oponían a los dictados i caprichos del poderoso –con facultades irrestrictas entre otras, la de formar consejo a quienes caían en sus manos i aplicarles la pena de muerte si ese era su criterio o la consigna recibida-; i que dentro del estado feudo-carcelario imperante, la gente era befada i las mayorías sufrían el atropello manifiesto de unos cuantos que pisoteaban todo derecho amparados con el fuero de la influencia o el poder.

     El primer relampagueo de la conflagración que más tarde abarcaría todos los confines del suelo mexicano, tuvo efecto en la costa de Sotavento el 30 de septiembre de 1906 cuando el incansable e idealista sin mácula Hilario C. Salas llegó en abierta rebeldía hasta el corazón de la ciudad de Acayucan al frente de los nativos de la sierra de Xoteapan; hecho de armas que fracasó por haberse dispersado su desorganizada gente al saber que lo habían herido. Para esta acción de armas aprovechó Salas el descontento de los rebeldes ante la pérdida de sus tierras que les habían sido arrebatadas por los sucesores de don Manuel Romero Rubio, firmemente apoyado por las autoridades del lugar. En dicho ataque silbaron las flechas de los serranos entre el fragor de los disparos de las escopetas, el centellear de los machetes i los gritos proferidos en su dialecto por los atacantes que con arma i voz protestaban por el despojo de su heredad. Pocos días después, el 3 de octubre, hubo otro levantamiento en el pueblo vecino de Ixhuatlán. (Estos brotes tuvieron conexión con el de Cananea que encabezaron Manuel M. Diéguez, Esteban Baca Calderón, Francisco Ibarra i otros muchos.

     Al ser conocido en la costa de Sotavento el Programa de Principios del Partido Liberal Mexicano expedido en San Luis Missouri el 1º. De julio del propio año de 1906, los simpatizadores del movimiento en gestación lo acogieron con el mayor entusiasmo sin temor a las bayonetas pretorianas, instalando desde luego el Club Liberal “Valentín Gómez Farías” en Coatzacoalcos, el “Vicente Guerrero” en Chinameca i otros más en distintos lugares del sur del Estado de Veracruz; i la región de Los Tuxtlas se constituyó en sede principalísima de agitación i propaganda, pasando de mano en mano i reimprimiéndolos, todo manifiesto escapado a la vigilancia del gobierno pese a las drásticas medidas tomadas para impedirlo.

     En CATEMACO destacaron con peligro de su vida i más tarde dieron su sangre unos i su dinero otros, Teodoro Constantino Gilbert –que llegó a ser Coronel en el período constitucional-, su padre del mismo nombre i Lauro T. Cadena i Rosendo Pérez los que fueron aprehendidos en dicha villa junto con Fausto O. Rosario i otros el 15 de octubre de 1906 sumando esa sola vez 29 los apresados. En ZAPOAPAN, sierra arriba de Matacanela donde tenía instalado su trapiche de caña, Pedro Carvajal que ya en plena revolución entró a Catemaco al frente de sus fuerzas acompañado de su segundo, el Gral. Paredes. (Carvajal fue quien prendió fuego a la casa que el eterno Alcalde del pueblo tío Pancho Mortera había mandado construir a un costado de la iglesia i en la que esperaba pasar sus últimos días. Se creía merecedor de respeto por su edad i por su política siempre tibia, sin iniciativa de maldad, aunque fiel obediente al mandato i a la consigna). En CALERÍA se sumaron a la causa: Apolinar Martínez, Manuel Turrent, Teófilo Villegas, José Cariño, Onésimo Cadena, Feliciano Herrera, Feliciano Tepax, Eleuterio Canela, Leopoldo Martínez, José i Francisco Rosas, Ramón Chávez, Joaquín i Enrique Acosta, Eduardo Pardeiz, Florentino Xagala, Eugenio Cruz Hernández, Vicente Tornado, Antonio Osorio, Rafael Martínez, Agustín Fermán e Ignacio Guzmán. En SANTIAGO TUXTLA el Prof. Juan de Dios Palma que más tarde figuró en la política militante i le tocó firmar en Querétaro la Constitución de 1917 que nos rige; i en SAN ANDRÉS TUXTLA, el periodista Juan B. O’ Bando, Rafael Carrión Álvarez, el poeta Primitivo R. Valencia, (a éste se le debe considerar como precursor aunque pueda aplicársele el cuento del perico, porque más que por convicción entró a la lucha empujado por las circunstancias); el abogado Gabriel Figueroa, Julio Lara Delfín i uno que otro más que sumados a los anteriores no llegaron a diez. San Andrés era el centro, la madriguera de la reacción formada por los poseedores de la riqueza i el poder, por sus alcahuetes i por quienes recibían sus mendrugos que temerosos de perderlos no osaban siquiera levantar la voz. Vivía confiado en el seguro fracaso de los de abajo. En el Casino se tomaba champaña i se hacía escarnio de la pobreza entre el bailar de polkas i lanceros mientras en las afueras arrastraba su sable sobre el empedrado de la calle i el enladrillado de la banqueta, el Cabo de Rurales Luis Castillo, a quien a la vuelta de sus incursiones se le aplaudía i agasajaba al saber de uno que otro enemigo del régimen al que le hubiera echado la soga al cuello.



     Tomado del libro REMOLINO  de Eduardo Turrent Rozas. Primera edición 29 de julio de 1958 EDITORIAL VERACRUZ, México, D. F.



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