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miércoles, 10 de septiembre de 2014

ADULTERIO EN EL MÉXICO PREHISPÁNICO

ADULTERIO
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO

Refiere Newbold (1975: 145) que entre los zapotecos del Istmo se supone que se castiga al marido infiel apedreándolo hasta que muera. Aunque en la actualidad se ha suprimido esta práctica, si se encuentra a un hombre muerto con una piedra sobre el pecho, todos saben cuál fue su crimen.

     De la Fuente (1977: 157-158, 186), comenta que entre los zapotecos debido a la irresponsabilidad de los padres de no cuidar a sus hijos e hijas como antaño; por obligarlos a casarse contra su voluntad, abrían con ello el camino para las infidelidades y las separaciones. La doncella renuente a casarse, recibe una paliza. Una esposa infiel es colgada por el marido del “palo de paloma” de la casa y golpeada para que confiese el nombre del amante. Algunas veces llega a matarla. En algunos casos, un marido no se separa de la infiel, por las ventajas que le reporta tener suegros ricos, o porque la esposa “le trajo buena suerte”. Algunas esposas llegan a golpear a sus maridos infieles. Una esposa o esposo infiel, o que abandona el hogar sin causa justificada, pierde teóricamente el derecho al dinero del fondo común, a las propiedades no registradas a su nombre y a los hijos. 

     Refiere Kearney (1971: 167) que las mujeres zapotecas de Ixtepeji son en su mayoría objetos pasivos de agresión abierta y de sexualidad masculina. Por lo menos en el folklore las mujeres se vengan y controlan a sus maridos, sobre todo a los infieles, echándoles toloache (Datura meteloides) en su comida, que los reduce a un estado de estupefacción, descrito como semejante al de un niño. Algunas mujeres conocen la receta para hacer este cocimiento, asociado con las casi matriarcales tehuanas de Tehuantepec, en el sur de Oaxaca. Ya que los hombres dependen de las mujeres para la preparación de su comida, es ésta un área en que las mujeres ejercen control sobre los maridos.

     Según Gutierre Tibón (1984: 243) hasta hace poco, entre los triquis de Oaxaca, el marido ofendido tenía el derecho de castigar a la esposa infiel y a su cómplice quitándole de una dentellada un pedazo de nariz.

     Refiere Gay, en su Historia de Oaxaca (1998: 72): en la mujer se castigaba severamente el adulterio. En Ixcatlán la adúltera comparecía ante los jueces, y si era convicta, luego sufría la pena, siendo despedazada y los cuartos de su cuerpo repartidos a los testigos. En la mixteca, daba el marido muerte al adúltero, limitándose a veces a cortarle las orejas, labios y nariz. En Ixtepeji la adúltera era mutilada y multada; pagaba nueve mantas para el cacique, y quedaba privada de las orejas y la nariz. En Huitzo debía ser acusada por el marido, y convicta, era repudiada, azotada y vendida por esclava. Entre los cuicatecas, sus bienes eran confiscados en beneficio del señor del pueblo, y en otros lugares les cortaban también los labios. Solían también multar al cómplice de la adúltera para sustentar la prole, si la había.

     Blom (1944: 20) señala que entre los mayas el adúltero era entregado al esposo burlado quien tenía el derecho de matarlo soltándole encima de la cabeza una pesada piedra.

     López de Cogolludo, citado por Villa Rojas (1995:461), refiere que los indios quejaches eran monógamos y castigaban con pena de muerte el adulterio. La sentencia era dictada por el sacerdote y se cumplía en las afueras del pueblo: a la mujer la mataban a pedradas y al hombre a flechazos.

     Según Marion Singer (1991) entre los lacandones, se sabe que en cuanto a las almas de los hombres o de las mujeres que fueron culpables de adulterio, su destino final es volverse mula, y que Kisin les queme los genitales en expiación de sus delitos.

     Lombardo (1944: 28-29), comenta que en Chiapas, las mujeres tzeltales son generalmente pasivas, sin embargo, existen algunas que son “muy ardientes” que son ellas las que buscan al esposo, y si éste no les cumple sus deseos, buscan a otro en cuanto se presenta una oportunidad, que es por lo general, un día de plaza en el que los hombres están “bolos” (borrachos) o durante algún acontecimiento del clan, en el que como es costumbre se pongan a beber chicha (chiljá). Se buscan estos momentos porque es cuando el esposo, entretenido en beber y platicar, no se da cuenta de la desaparición momentánea de su mujer.

     Pozas (1987: T1, 146-150), relata que en Chiapas, entre los chamulas, la separación y el adulterio aducen varias causas:
     Salida del hombre a trabajar como peón a las fincas cafetaleras de Soconusco, dejando sola a mujer e hijos;
     Insatisfacción sexual de la mujer: -¡Ah! mi marido no sabe dormir con mujer; pica más un piojo o una pulga que él.
     -Este hombre no sirve, sólo una vez me “hace” por la noche y luego ya no puede.
     En algunos casos se atribuye la insatisfacción sexual de la mujer a una enfermedad llamada “tzajal-shubit” (gusano rojo), que produce un deseo incontenible de tener contacto sexual. Le llaman shubit al oxiuro (Enterobius vermicularis), parásito intestinal que provoca mucha comezón y ardor en el ano, así como hiporexia e insomnio.
     En cierta ocasión, le preguntó una ladina a un chamula por que motivo había matado a su esposa y éste le contestó: -¡Porque tenía “tzajal-shubit”!
     En algunos casos de adulterio el hombre mata al amante o castiga a la mujer llegando hasta el homicidio. Inclusive algunas veces puede “medio matarla a golpes” delante de las autoridades sin que éstas intervengan.
     Es más frecuente la intervención de las autoridades para impartir el castigo en los casos de infidelidad conyugal. El castigo que imponen a las mujeres infieles es encerrarlas en el “cuarto del juramento” tres días, sin que comer, ni que beber; después las ponen a barrer la Presidencia Municipal; castigo muy humillante para la mujer.
     Es raro que una mujer que comete una falta la niegue después.

     Furst (1972: 44-45, 64) refiere que entre los huicholes la infidelidad es frecuente tanto entre los hombres como entre las mujeres. De ordinario esto no tiene consecuencias graves y se observa con impasibilidad por parte de la mayoría de miembros de la comunidad. Hay, sin embargo, una ocasión ceremonial en que esta conducta se examina en forma ritual y abierta ante todos, cuando se exige que cada adulto declare públicamente cada una de sus experiencias sexuales extramatrimoniales nombrando con quién las tuvo, aun cuando ambos amantes de los esposos estén presentes, como generalmente sucede. Estas confesiones públicas son una preparación ritual obligatoria para la peregrinación del peyote, y se requiere que las practiquen no sólo aquellos que participan, sino también sus familiares. Por cada nombre y por cada ocasión confesada, el mará’akame (chamán) hace un nudo en un cordel largo de fibra de yuca que finalmente arroja al fuego –esto es, a la deidad del fuego, Tatewarí-, cuyas flamas ocultan el pasado y purifican a los participantes para la jornada. Al fallecer,  y llegar al inframundo a la tierra de los muertos, los espíritus de los infieles tienen que cargar en las manos con todas las vaginas de esas mujeres que gozó. Y la mujer infiel camina ahí con todos esos penes. De todos esos que tuvieron placer con ella.

    El senado tlaxcalteca penalizaba con la muerte al adulterio, al hurto y a aquellos que gobernaban en daño a la República.

     Kearney (1971:42) refiere que entre los zapotecos de Ixtepeji, el adulterio de la mujer era fuertemente sancionado y se consideraba motivo para que el marido devolviera la mujer a su familia, lo cual era considerado como una gran afrenta.

     Espejo (1994: 201) relata que en la costa veracruzana es una creencia que si a un niño pequeño le sale una perrilla (chalazión, mal del ojo) durante Semana Santa, esto es señal de que su madre anda con otro hombre.

    En varias culturas (tzotzil, popoluca, etc), los adúlteros son castigados por seres sobrenaturales, véase Lúputi, Súnuti, Macti, Congelo, Vaginas dentadas, Señor del Monte.

    Los señores o “dueños” del monte  castigan a todos aquellos que utilizan el producto de la caza, pesca, agricultura, etc., para entregarlos a sus amantes. En Los Tuxtlas tenemos a “Terrón cagao”, peñasco marino en donde existe una prisión donde son conducidos estos infractores, aquí son amarrados con bejucos y castigados a latigazos por iguanas que pasan corriendo junto a ellos. Otra de las formas de castigarlos es dándoles mala suerte en estas actividades, etc.

    Tlaltecuhtli, el dios mexica de la Tierra era –cuando Tlazolteot no perdonaba la falta– el Dios vengador del adulterio.

     Extraído de mi libro: Los Tuxtlas nombres geográficos pipil, náhuatl, taíno y popoluca. Analogía con las cosmologías de las culturas mesoamericanas. Incluye diccionario de localismos y mexicanismos.




2 comentarios:

  1. Interesante. En los Andes Centrales (Perú), entre los quechuas, a las adúlteras aún las castigan trasquilándo la cabellera o reprimiéndola públicamente, haciéndola arrodillar y dándole tres chicotazos (en nombre del Padre, del Hijos y del Espíritu Santo). El último castigo se aplica también a los varones adúlteros.

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    1. Gracias amigo Godofredo Taipe por tu aportación que enriquece nuestra memoria histórica sobre nuestras antiguas culturas, saludos.

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