COVADA
O COUVADE
PUERPERIO
DE LOS HOMBRES
Antonio
Francisco Rodríguez Alvarado
Es un ritual de parto que
lleva a cabo el padre de una criatura mientras la madre está dando a luz. El
padre se recluye, imita algunas de las conductas del alumbramiento, observa
ciertos tabúes. Michael Rhum.
Luis Pancorbo. Covada/couvade.
Parodia o simulación del parto por parte del hombre. Estrabón atribuyó esa
costumbre a los cántabros. También fue común en el país vasco hasta mediados
del siglo XVIII, y más aún en Asturias (Caro Baroja, 1981). En La Armuña, provincia
de Salamanca, por donde las lentejas pasan por ser muy especiales, “la mujer da
luz de pie y el marido la anima con gritos y palabras gráficas. Esta costumbre
guarda estrecha relación con las de algunos puntos de León, donde el marido se
mete en una cesta de paja y, puesto de cuclillas, cacarea” [Gómez-Tabanera,
1950]. Enrique Casas Gaspar publicó en 1924 un recorrido por las costumbres de
covada en medio mundo, además de la simulación con hijos falsificados,
historias de álter ego y otras concomitantes. Destaca la del marido zapoteca
del Istmo de Tehuantepec (México): cuando su mujer iba a parir, dibujaba en el
suelo varios animales y los iba borrando. El que por fin coincidía con el parto
se convertía en el álter ego del recién nacido. En Venezuela, a esto se llamaba
“empolladura”: la madre, tras el parto, se incorporaba a sus trabajos, y el
marido se metía en la cama quejándose de dolores abdominales.
Spix y Martius, Travels in Brazil, vol. ll, pág. 247. Sobre los Coroados, Bororos o Parrudos del Brasil cuenta Martius que tan pronto como una mujer está evidentemente en cinta o a dado a luz, el hombre se retira. Antes del nacimiento se observa un régimen muy rigoroso: el hombre y la mujer se abstienen durante algún tiempo de la carne de ciertos animales, y viven principalmente de pescados y frutas.
Brett. Indian Tribes of
Guiana, pág. 355. Refiere, más al Norte,
en la Guayana, algunos hombres de los pueblos Acavoio y Caribe, antes de
concebir a sus hijos se abstienen de algunas clases de alimentos por temor de
que el hijo esperado pudiera resentirse de alguna manera misteriosa. Así,
rechazan el agutti, por temor de que el niño sea flaco como ese animalito; el
ahímara, por temor de que sea ciego, en atención de que la envoltura externa de
los ojos de ese pez se parece a una nube o catarata; el labba, por temor de que
la boca del niño sobresalga hacia adelante o se cubra con las mismas manchas
que la del labba –manchas que a la postre se convertirían en úlceras-; el
marudi, por temor de que el hijo nazca muerto, toda vez que el grito de esa ave
se considera augurio de muerte. Y en otra parte añade: Al nacer el niño, la
antigua costumbre requiere que el padre se eche en su hamaca, donde permanece
algunos días como si estuviese enfermo, y recibe las felicitaciones de sus
amigos a la vez que las demostraciones de sentimiento por su estado. Yo mismo
pude observar un ejemplo de esta costumbre: un hombre de robusta salud, de
excelente constitución y sin la menor dolencia, yacía en su hamaca de la manera
más provocativa, esmerada y respetuosamente cuidado por las mujeres, mientras
la madre del recién nacido andaba cocineando, sin que nadie se ocupase de ella.
Relatos semejantes han
hecho otros viajeros, entre ellos De Tertre, Giliz, Biet, Fermin, y en resumen
casi todos los que han escrito sobre los indígenas de la América Meridional.
En cuanto a la América
del Norte, Bancroft cita la existencia de una costumbre parecida entre los
indígenas de California y de Nuevo México. Remy cuenta que, cuando una mujer de
los xoxones está de parto, también el marido debe permanecer separado de todo
el mundo, aun de su consorte. En Groenlandia después del alumbramiento de la
mujer, el marido debe dejar de trabajar por espacio de algunas semanas y
ninguno de los dos ha de entregarse a ningún tráfico durante ese tiempo. En
Kamchatka, cierto periodo antes del nacimiento de un niño, el marido no debe
hacer ningún trabajo penoso. En el Sur de la India, según referencia de Mr. F.
W. Jennings, citada por Mr. Tylor, entre los indígenas de las castas superiores
del territorio de Madrás, un hombre, al tener al primer hijo varón o hembra de
su mujer preferida, o cualquier otro varón después, se queda en cama durante un
mes lunar, viviendo principalmente de arroz, absteniéndose de todo alimento
excitante y de fumar. También en Fiyi, cuando nace un niño, los padres se
privan de toda comida que pueda no convenir a la criatura.
Análogas ideas imperan
entre los chinos del Yunnán occidental, entre los dayaks de Borneo, en Madagascar,
en la costa occidental de África, entre los cafres, en el Norte de España, en
Córcega, y en el Sur de Francia, donde dicho uso se llama faire la couvade.
Pero, aunque estimo esta curiosa costumbre de mucho interés etnológico, no
puedo considerarla, a la manera de Mr. Tylor, como prueba de que las razas que
la practican pertenecen a una variedad de la especie humana. Creo, por el
contrario, que ha nacido independientemente en diversas partes del mundo.
Es evidente que una
costumbre tan antigua y tan extendida debe tener su origen en alguna idea que
satisfaga el espíritu del salvaje. Se han propuesto varias explicaciones. El profesor
Max Müller, por ejemplo, escribe lo siguiente: es claro que el pobre marido se
vio tiranizado en un principio por todas sus parientas, y luego atemorizado por
la superstición. Empezó por ser mártir hasta que se puso realmente enfermo, o
se metió en la cama en propia defensa. Por extraña y absurda que parezca a
primera vista la couvade, hay en ella algo que, en mi sentir, puede atraer las
simpatías de muchas suegras. Lafiteau, la considera hija de un vago recuerdo
del pecado original, y rechaza la explicación de los Caribes y Abipones, que
para mí es sin duda alguna la exacta, a saber: que hacen eso porque creen que,
si el padre se entregase a una ruda labor o no guardase dieta, perjudicaría al
niño, y éste participaría de todos los defectos propios de los animales que el
padre hubiese comido.
Por su parte, Charles
Winick en su Diccionario de Antropología, comenta las siguientes teorías: durante
ese periodo el padre debe cuidarse para evitar un daño que podría serle
transmitido al niño por magia simpática. Otra asegura que el padre afirma su
paternidad al compartir los trabajos del parto. Una tercera explicación dice
que el padre simula las acciones de la esposa con el propósito de focalizar la
atención de los espíritus maléficos sobre sí, para evitar que lo hagan sobre su
compañera que se encuentra en grave trance.
Volviendo a las características
de las dietas. Esta idea de que una
persona adquiere los caracteres del animal que come está muy generalizada. En
la India, según Forsyth, los mahauts suelen dar a su elefante un trozo de
hígado de tigre para que se haga valiente, y los ojos de la lechuza para que
pueda ver bien por la noche. Los malayos de Singapur, según Keppel, visit to
the Indian Archipelago, pág. 13, aprecian también mucho la carne del tigre, no
porque les guste, sino porque creen que el hombre que la come adquiere
sagacidad y el valor de ese animal, idea corriente entre varias tribus
montañesas de la India, Dalton, Des. Ethn. of Bengal, pág. 33.
Keppel, Expedition to
Borneo, vol l, pág. 231. Los dayaks de Borneo tienen prevención contra la carne
de ciervo, que no deben comer los hombres, aunque es permitida a las mujeres y
a los niños. La razón que dan es que, si los guerreros comiesen la carne del
ciervo, se volverían tan tímidos como este animal. Inman, Ancient Faiths in
Ancient Names, pág. 383. En tiempos antiguos los que deseaban tener hijos
solían comer ranas, porque ponen muchos huevos.
Los caribes no quieren
comer cerdo ni tortuga por temor de que se les queden los ojos tan pequeños
como los de éstos animales. Los dacotas comen hígado de perro para poseer la
sagacidad y el valor de ese cuadrúpedo. Los árabes atribuyen el carácter
apasionado y vengativo de sus compatriotas al uso de la carne del camello. En
Siberia se come oso con la idea de que su carne estimula a la caza, y fortifica
contra el miedo. Los cafres preparan también un polvo hecho de la carne seca de
varias fieras, a fin de hacer partícipes a los hombres de las cualidades de
varios animales, mediante la administración de ese compuesto.
Tylor, Early History of
Man, pág. 131. Comenta que en Shangai, algunos chinos comían el corazón de
algún rebelde para hacerse valientes. Yate, New Zealand, pág. 82. Refiere que
los neo-zelandeses, después de bautizar un niño, solían hacerle tragar chinitas
(mariquitas o catarinas), feroces depredadoras, para que se le endureciese el
corazón y fuese incapaz de piedad. El canibalismo es debido a veces a esta
idea, y los neo-zelandeses se comen a sus más formidables enemigos, en parte
por esta razón.
En mi libro LOS TUXTLAS.
Recabo toda la siguiente información, aplicada generalmente a nuestros pueblos
indígenas de Mesoamérica. LLORO, EL. Entre los nahuas de Mecayapan y
Tatahuicapan, Veracruz, cuando, nace un niño, el padre debe guardar de 21 a 37
días, abstinencia de bebida y sexual, prohibiéndosele además que salga en las
noches a vagar. De hacerlo, al niño le podrá pegar “el lloro”, enfermedad
sobrenatural que equivale al “mal viento”. Hasta por el año de 1970, la suegra
de la muchacha llevaba a la vivienda de los recién casados comida durante dos
semanas, en las cuales, el joven no iba trabajar y permanecía encerrado con su
joven esposa. Sedeño y Becerril (1985: 49-51).
|| Greenberg (1987: 151-153) refiere que, en Oaxaca, entre los chatinos,
el padre del recién nacido debe efectuarse un baño ritual en el río, debe tener
cuidado de no estar cerca de una fiesta, de acudir a un velorio o de tocar a
una mujer. Si lo hace, el niño puede enfermar y morir, puesto que se piensa que
es susceptible a los peligros mágicos durante los primeros veinte días de vida,
debido a que su identidad no ha llegado a establecerse por completo. A los 21
días se celebra una pequeña fiesta para descubrir el “tona” del niño, después
de lo cual se levantan las restricciones impuestas sobre el ritual. En relación
a la abstinencia sexual, se sabe que el acto sexual produce “calor”. Este
“calor” cubre al niño en forma de sangre y, por eso, debe ser eliminado.
Siguiendo la misma lógica, con el objeto de mantenerse “limpios y frescos” los
miembros de la familia y los abuelos deben observar también la abstinencia
sexual. || Bennett y Zingg (1986: 369) estudiando a los tarahumaras mencionan
que posterior al parto, el marido no trabaja por tres días. || Ochoa (1978:
223) comenta que, entre los kiliwa de Ensenada, Baja California, después del
nacimiento del niño, como conducta que parece estar muy vinculada con el
pensamiento religioso, el padre se queda en la casa por un mes cuando menos. No
trabaja ni sale a visitar a sus parientes. Este tipo de couvade* es muy común
en toda el área. || Entre las tribus
guaraníes de Paraguay, parte de Brasil y de Argentina, luego del parto de su
mujer, el hombre se metía en la hamaca por unos 8 a 10 días. Pensaban que el
niño estaba aún demasiado unido al padre y lo que le sucediera a él le
sucedería al niño. Por este motivo no
hacía ningún corte con el machete, no tiraba ningún tiro, no armaba trampas, ni
cazaba ni salía de su hamaca. Si tenía algún accidente o si veía algo que lo
impresionaba, podía dañar al niño haciéndolo enfermar y morir. Así el hombre se
quedaba acostado por mucho tiempo.
*Couvade o covada
proviene del francés couver que significa incubar o criar. a) Covada ligera:
preceptos de dieta, prohibición de alimentos y otras medidas de abstinencia y
precaución para ambos cónyuges en el periodo anterior y posterior al nacimiento
de un hijo dictados en más de 250 tribus de pueblos primitivos con el fin de
impulsar el sano crecimiento y desarrollo del niño. b) Covada fuerte: también llamada puerperio
masculino, síndrome de couvade o embarazo empático, es poco frecuente. Es un
ritual de parto que lleva a cabo el padre de una criatura mientras la madre
está dando a luz. El padre se recluye, imita algunas de las conductas del
alumbramiento, no hace ningún trabajo y se deja cuidar, indica posiblemente,
una unión mística entre padre e hijo. Es frecuente entre parejas con deseos de
tener hijos y con problemas de infertilidad y también en padres que fueron
hijos adoptivos.
John Lubbock. Menciona
que Béarn al descubrir esta costumbre fue quien la llamó COUVADE.
Escribe Lubbock. Dobritzhoffer, observó esta práctica entre los abipones de Argentina.
BIBLIOGRAFÍA
Rodríguez Alvarado,
Antonio Francisco. LOS TUXTLAS Nombres geográficos pipil, náhuatl, taíno y
popoluca. Primera edición enero 2007. Editorial Ediciones Culturales Exclusivas.
Boca del Río, Veracruz.
E. Adamson Hoebel. El
hombre en el mundo primitivo. Edición 1961. EDICIONES OMEGA, S. A. Barcelona.
Bennett, Wendell C. y
Robert M. Zingg. Los tarahumaras. Una tribu India del Norte de México. Primera
edición 1986. Instituto Nacional Indigenista, México, D. F.
Greenberg, James B.
Religión y economía de los chatinos. Primera edición 1987, Instituto Nacional
Indigenista, México, D. F.
Ochoa Zazueta, Jesús
Ángel. Los Kiliwa, y el mundo se hizo así. Primera edición 1978. Instituto
Nacional Indigenista, México, D. F.
Charles Winick.
DICCIONARIO DE ANTROPOLOGÍA. Primera edición 1969. Editorial Troquel S. A.
Buenos Aires.
Luis Pancorbo. ABECEDARIO
DE ANTROPOLOGÍAS. Primera edición junio 2006. Editorial SIGLO XXI. Madrid.
John Lubbock. LOS
ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN. Primera edición enero 1987. Editorial Alta Fulla. Barcelona.
Sedeño, Livia y María Elena Becerril. Dos culturas y una infancia: psicoanálisis de una etnia en peligro. Primera edición 1985. Fondo de Cultura Económica, México, D. F.
Veracruz, Ver. 30 Enero 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario