“PRESAS
DEL ENCANTO” Crónicas de Son y Fandango
Andrés
B. Moreno Nájera
Cuando las jaranas y los violines eran hechos al filo del machete
“El
SON es la forma musical popular de expresarse de esta región de Veracruz y el
FANDANGO es la fiesta popular donde se canta y baila el SON”.
Eduardo
García Acosta.
Ayer leí, con gran
deleite, el libro “PRESAS DEL ENCANTO”. Crónicas de Son y Fandango. Compilado
con gran acierto por el maestro Andrés B. Moreno Nájera. Para mí, resultó todo
un manual sobre este apasionado estilo de vida, o como algunos lo llaman
“vicios”, de una innumerable cantidad de grandes músicos de jarana, guitarras
de son y violín, bailadores, cantadores o versadores. Hombres y mujeres
esperando o desesperados como si hubieran estado enjaulados, dando vueltas y
vueltas anhelando llegue el fin de semana, preferentemente los sábados, así
como días festivos del pueblo (día de los santos de los barrios o de la virgen)
y bodas, velorios, etc. Y ante la emoción de escuchar el estallido al llegar al
cielo del cohete de arranque, o corredizo, empezaban a prepararse para el
fandango. De momento, las veredas se llenaban de hombres a caballo y mujeres a
pie, algunas de ellas en burro, procedentes del pueblo y de diferentes
comunidades y rancherías. Los estallidos de los cohetes marcaban el rumbo, el
lugar de la fiesta.
Era tanto el fervor de la gente, que ni en
noches de luna llena opacada por negros nubarrones que corrieran por el cielo,
se desanimaban. Sabían que en el lugar disfrutarían el entablado de cedro o de
sabino y estarían guarecidos por grandes manteados. Y alumbrados por dos
grandes candiles de petróleo.
Hombres y mujeres muy bien acicalados. Las
mujeres mostrando su largo y sensual pelo tendido sobre la espalda, y sobre la
oreja una gardenia blanca que hacía contraste con su negro pelo suelto. Algunas
vestían una amplia pollera con aroma a pachulí.
Llegaban los músicos templando los
bordones de sus jaranas. Los bailadores con sus botines limpios y garbancillos
en los tacones, sonaban en el empedrado de la calle.
Muchos de los que llegaban a caballo,
sobre él, observaban la fiesta. Otros, buscaban algún árbol para persogar al
animal.
Llegando al lugar, la gente corría a
arremolinarse en la tarima. Las largas bancas de madera que estaban en su
alrededor eran ocupadas por las mujeres. Momentos después, los músicos
impacientes, para entrar en calor dan inicio con un “Siquisirí”,
instantáneamente la tarima se llenó de mujeres, moviéndose de un lado a otro.
El cantador se daba gusto echando versos. No faltó quien galeó a una mujer
poniéndole en la cabeza su sombrero. Muy clarito y muy animado, se escuchaba
fuerte el repiqueteo del entablado por el zapateo de los bailadores. En la
noche el fandango estaba encendido, en su punto, la música, los bailadores y
los cantadores eran una sola cosa. Los guitarreros disfrutaban pulsando sus
cuerdas con la espiga en la mano. Las cuerdas de tripas se reventaban y los
músicos presurosos entraban y salían del fandango para reemplazarlas por otras
nuevas y volver a afinar sus instrumentos. Versos tras versos cantaban los
verseros. Y entre trago y trago de aguardiente o mascando trocitos de canela
afinaban la garganta. En la tarima los bailadores se remudaban, secándose el
calor de la cara con el pañuelo al terminar cada copla, las mujeres subían y bajaban soplándose con
la punta del rebozo.
Imagen Internet
Galear. A veces en los fandangos un hombre
coloca su sombrero en alguna bailadora que le gusta o le gusta como baila. Si a
la mujer le gustaba quien le hacia la gala, ella con el sombrero sobre su
cabeza, se movía con mayor alegría o coquetería de un lado a otro de la tarima
ante la mirada de todos. Después del baile ella devuelve el sombrero y él está
obligado a invitarle un refresco o una cerveza, de acuerdo al gusto de la dama. Por otro lado, el quitarse o tirar un sombrero es un agravio para el dueño. Las coplas lo dicen todo:
A una que puse el sombrero
al suelo me lo tiró
qué tristeza compañeros
qué mal he nacido yo
ya no me alumbra el lucero
que en mi cuna brilló.
Ahora decirle quiero
a la linda princesita
con un respeto sincero:
"gracias fragante rosita,
por bailar mi sombrero".
A una que puse el sombrero
al suelo me lo tiró
qué tristeza compañeros
qué mal he nacido yo
ya no me alumbra el lucero
que en mi cuna brilló.
Ahora decirle quiero
a la linda princesita
con un respeto sincero:
"gracias fragante rosita,
por bailar mi sombrero".
Los cantadores afinaban la garganta para no
perder la claridad de la voz cuando desgranaban los versos en el fandango, mascando
trocitos de canela o tomando tragos de miel o tragos de aguardiente.
Si al caer la noche se sentía frío, para
calentar el cuerpo se repartía a los asistentes vasos de café y té con té, que
era una combinación de té de canela con té de patololote y su chorrito de
alcohol.
Todavía se comenta cuando las cuerdas de
la jarana eran de tripas, cuando tenían que revisarlas que no se las hubieran
comido las cucarachas. Cuando se prohibía tocarlas con las manos mojadas y
tenían que untarles un poco de aceite para aflojarlas. Cuando después de tres o
cuatro fandangos había que cambiarlas. Por lo que había que cargar siempre con
cuerdas de repuesto. Cuando por no alcanzar para comprarlas las hacían de
tripas de leche de res. Cuando los dedos se reventaban de tanto tocarlas
salpicando la jarana de sangre. Y qué decir, que eran sensibles a la humedad de
la noche. Y finalmente, cuando llegaron unas cuerdas especiales, más delgadas,
que aguantaban más, además de dar un sonido más fino. Descubriendo que el
fabricante salía en las noches a robar gatos los cuales mataba para hacer estas
cuerdas con las tripas de este animal. Lavaba las tripas, después las raspaba
con cuidado, les echaba sal y las amarraba de un extremo con un cordelito de
una viga y del otro extremo de una piedra para que se estiraran.
Una de las grandes ilusiones de los
músicos era tener una jarana que sonara ladina, aquella que al dar un tono más
alto opacaba las voces de las otras jaranas. Los ancianos decían que con un
cascabel de culebra amarrado con un cordelito a un trocito de cera de abeja debajo de la tapa de la jarana se
escuchaba más fuerte, más clarita y más bonita la música. Y que al terminarla
de tocar se destemplara y limpiara con aceite guardándola en una costalilla de
manta. Se sabía que “el amigo”, el Yobaltaban y otros seres malignos se
presentaban en algunos fandangos con estas jaranas ladinas o con violines para
retar a los mejores jaraneros del lugar.
Cuando se llega a un fandango la altura o
el tono lo ponen quienes llegan primero, los músicos que van llegando
posteriormente afinarán sus instrumentos al tono de los que están tocando. Por
lo regular el tono se pone tomando en cuenta al cantador de ese momento, si
alguien propone cambio de tono, tiene que ser por consenso de todos los
músicos. El cambiar de tono por otro grupo, es una falta de respeto a los
músicos presentes.
Versos de entrada, de relación y de
argumentar. Los de entrada: cuando el cantador pide permiso para iniciar el
canto. De relación: cuando los cantadores relacionan los versos por tema. Los de
argumentar: cuando el cantador hace preguntas y el otro responde, sin dejar
pasar la música. Llegado el punto más alto de la versada, a ese momento de
definiciones de los cantadores, se entraba en los versos de argumento mayor, a
donde no cualquiera podía cantar. Cuando los cantadores se picaban y nadie
quería quedar como perdedor, entonces daban inicio a los versos picones que
llevaban enojo, insulto al adversario y terminaban a golpes o machetazos y con
esto concluía la fiesta, dejando comentarios para mucho tiempo y escribiendo la
historia de los vencedores. Ejemplo de versos picones son los siguientes:
Cállate gallo picudo
o te sorrajo un revés
aquí no cantan rancheros
más que puro San
Andrés.
En el cantar soy parejo
y sé respetar tu
ciencia
si me insultan no me
dejo
me colmaste la
paciencia
cara de machete viejo.
No sabes perder mi
amigo
te hace falta prudencia
ya te fregaste conmigo
y perdiste la paciencia
ya me ves como enemigo.
Los hombres de edad madura tenían la idea
que la música de jaranas era un vicio, que atraía el encanto y el mal. El
demonio, “el amigo” siempre los tentaba en un fandango poniendo a prueba su
valor y su inquebrantable fe, por esta razón muchos jaraneros pegaban
estampitas de santos en el cabezal o dentro de la boca de sus instrumentos.
Otros limpiaban enfrente del altar de un velorio sus jaranas con flores. Había
quien, un viernes primero de marzo “curaba” su espiga, haciéndole incluso siete
rayitas como una colita de cascabel para
salvarse del maligno.
Por esta razón en un fandango los músicos
se sentían seguros y contentos cuando había un violín, instrumento que al
estarlo tocando hacia constantemente la señal de la cruz.
Después de tener encuentros con “el amigo”
se les ponía la “piel de gallina” y para darse valor bebían aguardiente toda la
noche hasta salir el sol. Se dice que por eso, para que no se les “enchine la
piel” los jaraneros toman mucho aguardiente cada vez que están tocando.
Pero también eran acosados por seres
mitológicos como los chaneques y el Yobaltaban.
Los chaneques les juegan bromas o encantos
a las gentes para que dejen de amanecer en los fandangos, y conserven sus
energías para otras actividades.
El Yobaltaban, les juega bromas o
maldades, puede cambiar a la gente: hacerlos beber, si no beben; hacerles dejar
de beber si son borrachos; despojarlos de lo que tienen si su ambición afecta a
los demás; meterle un susto a quien intenta acaparar la tarima o el fandango.
El cual era llamado Tavelilo, quizá un hipocorístico o eufemismo para no
invocar su presencia cada vez que se le nombra.
Estas crónicas comentan varios sitios
encantados donde viven estos seres: Cerro del Gallo, Ocelota (donde abundan los
ocelotes), la laguna Encantada (Yambigapan), Cerro del Coxole (faisán), Puente
Negro, y otros más.
¡No hermanito! La jarana y la mujer no se
prestan ni se tratan mal, porque las dos nos divierten y a las dos, con la
gracia de Dios, las queremos por igual.
Alfonso Chima
Semblanza con la compilación y
edición de recortes narrativos de sus bellas crónicas de son y fandango del libro .
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Xalapa,
Ver. 13.06.20
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