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lunes, 15 de junio de 2020

PRESAS DEL ENCANTO. Crónicas de Son y Fandango Andrés B. Moreno Nájera


“PRESAS DEL ENCANTO” Crónicas de Son y Fandango
Andrés B. Moreno Nájera

Cuando las jaranas y los violines eran hechos al filo del machete

“El SON es la forma musical popular de expresarse de esta región de Veracruz y el FANDANGO es la fiesta popular donde se canta y baila el SON”.
Eduardo García Acosta.

Ayer leí, con gran deleite, el libro “PRESAS DEL ENCANTO”. Crónicas de Son y Fandango. Compilado con gran acierto por el maestro Andrés B. Moreno Nájera. Para mí, resultó todo un manual sobre este apasionado estilo de vida, o como algunos lo llaman “vicios”, de una innumerable cantidad de grandes músicos de jarana, guitarras de son y violín, bailadores, cantadores o versadores. Hombres y mujeres esperando o desesperados como si hubieran estado enjaulados, dando vueltas y vueltas anhelando llegue el fin de semana, preferentemente los sábados, así como días festivos del pueblo (día de los santos de los barrios o de la virgen) y bodas, velorios, etc. Y ante la emoción de escuchar el estallido al llegar al cielo del cohete de arranque, o corredizo, empezaban a prepararse para el fandango. De momento, las veredas se llenaban de hombres a caballo y mujeres a pie, algunas de ellas en burro, procedentes del pueblo y de diferentes comunidades y rancherías. Los estallidos de los cohetes marcaban el rumbo, el lugar de la fiesta.


     Era tanto el fervor de la gente, que ni en noches de luna llena opacada por negros nubarrones que corrieran por el cielo, se desanimaban. Sabían que en el lugar disfrutarían el entablado de cedro o de sabino y estarían guarecidos por grandes manteados. Y alumbrados por dos grandes candiles de petróleo.


     Hombres y mujeres muy bien acicalados. Las mujeres mostrando su largo y sensual pelo tendido sobre la espalda, y sobre la oreja una gardenia blanca que hacía contraste con su negro pelo suelto. Algunas vestían una amplia pollera con aroma a pachulí.


     Llegaban los músicos templando los bordones de sus jaranas. Los bailadores con sus botines limpios y garbancillos en los tacones, sonaban en el empedrado de la calle.


     Muchos de los que llegaban a caballo, sobre él, observaban la fiesta. Otros, buscaban algún árbol para persogar al animal.


  Llegando al lugar, la gente corría a arremolinarse en la tarima. Las largas bancas de madera que estaban en su alrededor eran ocupadas por las mujeres. Momentos después, los músicos impacientes, para entrar en calor dan inicio con un “Siquisirí”, instantáneamente la tarima se llenó de mujeres, moviéndose de un lado a otro. El cantador se daba gusto echando versos. No faltó quien galeó a una mujer poniéndole en la cabeza su sombrero. Muy clarito y muy animado, se escuchaba fuerte el repiqueteo del entablado por el zapateo de los bailadores. En la noche el fandango estaba encendido, en su punto, la música, los bailadores y los cantadores eran una sola cosa. Los guitarreros disfrutaban pulsando sus cuerdas con la espiga en la mano. Las cuerdas de tripas se reventaban y los músicos presurosos entraban y salían del fandango para reemplazarlas por otras nuevas y volver a afinar sus instrumentos. Versos tras versos cantaban los verseros. Y entre trago y trago de aguardiente o mascando trocitos de canela afinaban la garganta. En la tarima los bailadores se remudaban, secándose el calor de la cara con el pañuelo al terminar cada copla,  las mujeres subían y bajaban soplándose con la punta del rebozo.

Imagen Internet


     Galear. A veces en los fandangos un hombre coloca su sombrero en alguna bailadora que le gusta o le gusta como baila. Si a la mujer le gustaba quien le hacia la gala, ella con el sombrero sobre su cabeza, se movía con mayor alegría o coquetería de un lado a otro de la tarima ante la mirada de todos. Después del baile ella devuelve el sombrero y él está obligado a invitarle un refresco o una cerveza, de acuerdo al gusto de la dama. Por otro lado, el quitarse o tirar un sombrero es un agravio para el dueño. Las coplas lo dicen todo:

A una que puse el sombrero
al suelo me lo tiró
qué tristeza compañeros
qué mal he nacido yo
ya no me alumbra el lucero
que en mi cuna brilló.


Ahora decirle quiero
a la linda princesita
con un respeto sincero:
"gracias fragante rosita,
por bailar mi sombrero". 


     Los cantadores afinaban la garganta para no perder la claridad de la voz cuando desgranaban los versos en el fandango, mascando trocitos de canela o tomando tragos de miel o tragos de aguardiente.


     Si al caer la noche se sentía frío, para calentar el cuerpo se repartía a los asistentes vasos de café y té con té, que era una combinación de té de canela con té de patololote y su chorrito de alcohol.


     Todavía se comenta cuando las cuerdas de la jarana eran de tripas, cuando tenían que revisarlas que no se las hubieran comido las cucarachas. Cuando se prohibía tocarlas con las manos mojadas y tenían que untarles un poco de aceite para aflojarlas. Cuando después de tres o cuatro fandangos había que cambiarlas. Por lo que había que cargar siempre con cuerdas de repuesto. Cuando por no alcanzar para comprarlas las hacían de tripas de leche de res. Cuando los dedos se reventaban de tanto tocarlas salpicando la jarana de sangre. Y qué decir, que eran sensibles a la humedad de la noche. Y finalmente, cuando llegaron unas cuerdas especiales, más delgadas, que aguantaban más, además de dar un sonido más fino. Descubriendo que el fabricante salía en las noches a robar gatos los cuales mataba para hacer estas cuerdas con las tripas de este animal. Lavaba las tripas, después las raspaba con cuidado, les echaba sal y las amarraba de un extremo con un cordelito de una viga y del otro extremo de una piedra para que se estiraran.


     Una de las grandes ilusiones de los músicos era tener una jarana que sonara ladina, aquella que al dar un tono más alto opacaba las voces de las otras jaranas. Los ancianos decían que con un cascabel de culebra amarrado con un cordelito a un trocito de cera  de abeja debajo de la tapa de la jarana se escuchaba más fuerte, más clarita y más bonita la música. Y que al terminarla de tocar se destemplara y limpiara con aceite guardándola en una costalilla de manta. Se sabía que “el amigo”, el Yobaltaban y otros seres malignos se presentaban en algunos fandangos con estas jaranas ladinas o con violines para retar a los mejores jaraneros del lugar.


     Cuando se llega a un fandango la altura o el tono lo ponen quienes llegan primero, los músicos que van llegando posteriormente afinarán sus instrumentos al tono de los que están tocando. Por lo regular el tono se pone tomando en cuenta al cantador de ese momento, si alguien propone cambio de tono, tiene que ser por consenso de todos los músicos. El cambiar de tono por otro grupo, es una falta de respeto a los músicos presentes.


     Versos de entrada, de relación y de argumentar. Los de entrada: cuando el cantador pide permiso para iniciar el canto. De relación: cuando los cantadores relacionan los versos por tema. Los de argumentar: cuando el cantador hace preguntas y el otro responde, sin dejar pasar la música. Llegado el punto más alto de la versada, a ese momento de definiciones de los cantadores, se entraba en los versos de argumento mayor, a donde no cualquiera podía cantar. Cuando los cantadores se picaban y nadie quería quedar como perdedor, entonces daban inicio a los versos picones que llevaban enojo, insulto al adversario y terminaban a golpes o machetazos y con esto concluía la fiesta, dejando comentarios para mucho tiempo y escribiendo la historia de los vencedores. Ejemplo de versos picones son los siguientes:


Cállate gallo picudo
o te sorrajo un revés
aquí no cantan rancheros
más que puro San Andrés.

En el cantar soy parejo
y sé respetar tu ciencia
si me insultan no me dejo
me colmaste la paciencia
cara de machete viejo.

No sabes perder mi amigo
te hace falta prudencia
ya te fregaste conmigo
y perdiste la paciencia
ya me ves como enemigo.

     Los hombres de edad madura tenían la idea que la música de jaranas era un vicio, que atraía el encanto y el mal. El demonio, “el amigo” siempre los tentaba en un fandango poniendo a prueba su valor y su inquebrantable fe, por esta razón muchos jaraneros pegaban estampitas de santos en el cabezal o dentro de la boca de sus instrumentos. Otros limpiaban enfrente del altar de un velorio sus jaranas con flores. Había quien, un viernes primero de marzo “curaba” su espiga, haciéndole incluso siete rayitas  como una colita de cascabel para salvarse del maligno.


     Por esta razón en un fandango los músicos se sentían seguros y contentos cuando había un violín, instrumento que al estarlo tocando hacia constantemente la señal de la cruz.


     Después de tener encuentros con “el amigo” se les ponía la “piel de gallina” y para darse valor bebían aguardiente toda la noche hasta salir el sol. Se dice que por eso, para que no se les “enchine la piel” los jaraneros toman mucho aguardiente cada vez que están tocando.


     Pero también eran acosados por seres mitológicos como los chaneques y el Yobaltaban.


     Los chaneques les juegan bromas o encantos a las gentes para que dejen de amanecer en los fandangos, y conserven sus energías para otras actividades.


     El Yobaltaban, les juega bromas o maldades, puede cambiar a la gente: hacerlos beber, si no beben; hacerles dejar de beber si son borrachos; despojarlos de lo que tienen si su ambición afecta a los demás; meterle un susto a quien intenta acaparar la tarima o el fandango. El cual era llamado Tavelilo, quizá un hipocorístico o eufemismo para no invocar su presencia cada vez que se le nombra.


     Estas crónicas comentan varios sitios encantados donde viven estos seres: Cerro del Gallo, Ocelota (donde abundan los ocelotes), la laguna Encantada (Yambigapan), Cerro del Coxole (faisán), Puente Negro, y otros más.


     ¡No hermanito! La jarana y la mujer no se prestan ni se tratan mal, porque las dos nos divierten y a las dos, con la gracia de Dios, las queremos por igual. 
Alfonso Chima


     Semblanza con la compilación y edición de recortes narrativos de sus bellas  crónicas de son y fandango del libro .


Antonio Fco. Rodríguez Alvarado
Xalapa, Ver. 13.06.20






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