MANUEL
GUTIÉRREZ NÁJERA
“El
Duque Job”
POETAS
MODERNISTAS DE MÉXICO
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Nació en 1859 en la
casa número 2 de la calle del Esclavo, hoy Rep. De Chile, en la ciudad de
México. En los primeros años se dedicó al comercio, en los que sus parientes
querían que hiciese su carrera; pero muy pronto se revelaron su talento de
escritor y su vocación de poeta, que fue verdaderamente irresistible.
Pocas veces la palabra poeta y lo que ella
implica de creación y maravilla, es tan justamente aplicada. Se trata de un
verdadero poeta, de un portalira de derecho divino, de un cantor por obra y
gracia de la Naturaleza. El poeta, según la palabra griega de que deriva esta
voz, crea, inventa; el vate, vaticina; el bardo, canta como los druidas
inspirados, en la solemnidad de la fe; el trovador peregrina y entona trovas
lisonjeras y galantes. Gutiérrez Nájera no tuvo del vate; tuvo, sí, del bardo,
por sus composiciones iniciales, llenas de unción, y por su constante
misticismo. Y fue por excelencia poeta.
Comenzó a publicar sus versos – que
causaron una verdadera revolución literaria en México, como que fue el
introductor de la literatura moderna en este país –, en los principales
periódicos de la época. Fue un poeta altísimo, exquisito, de una delicadeza
incomparable, que además de la gracia, de la morbidez formal y de la nota de
quejumbre o amargor sentimental, caracteriza a Gutiérrez Nájera, en cuanto
poeta, la voluptuosidad, una voluptuosidad casi femenina por recatada y un
suave misticismo persistente, ajeno a los dogmas, un noble sentimiento religioso.
Sus méritos como prosista no son menos, escribió cuentos primorosos, que se
publicaron principalmente en la “Revista Azul”, semanario de arte que él
fundó. Publicó también notas
humorísticas deliciosas, que vanamente han querido imitar otros escritores;
escribió también artículos de sabia crítica literaria y teatral, que afianzaron
su reputación de hombre de letras notable. Sin llegar a la popularidad banal, “El Duque Job” fue amado
por la juventud intelectual de México, y forma con Amado Nervo y Salvador Díaz
Mirón, la trilogía de los mejores poetas mexicanos.
Su nombre de letras más usual era “El
Duque Job”, y se dice que adoptó este seudónimo después de leer la comedia de
León de Laya, en la que el principal personaje es Jean de Rieux, tipo simpático
por su desinterés y que apodaban “El Duque de Job” por su extraña pobreza.
Algunos de sus versos. Como La Serenata de
Schubert, La Duquesa Job, Para un Menú, etc., son tenazmente recitados por los
declamadores.
Manuel Gutiérrez Nájera falleció el años
de 1895, en la ciudad de México, en la casa número 46 de la Calle de Brasil.
Escribía entonces crónicas para “el
Universal”, (aquel “Universal” que fundara Reyes Spíndola, y que después fue de
don Eusebio Sánchez). Por esa circunstancia, su muerte fue dolorosamente
sensacional, pues los lectores metropolitanos estaban muy acostumbrados a las
crónicas de “El Duque Job”, y amaban a su poeta, ya célebre desde sus primeros
artículos en otras publicaciones periódicas de entonces.
Lo que más se lamentaba era que Gutiérrez
Nájera fenecía cuando apenas llegaba a los treinta y seis años, y casi
súbitamente, pues duró poco tiempo enfermo, y se esperaba mucho de su musa
privilegiada y de su prosa distinguida, siendo de suponer que algo de lo suyo
quedara inconcluso en poder de su viuda, que fue Directora de la Casa de
Maternidad.
También en la Revista Moderna, de Jesús
Valenzuela, colaboró Manuel Gutiérrez Nájera, publicándose allí algunos de sus
versos más delicados y originales, con gran beneplácito de la sociedad mexicana
honesta y culta, que lo tenía en alta estima, por la aristocracia y la finura
que se descubría en cuanto “el Duque Job” daba al libro o al periódico.
La Librería de Bouret fue la primera que
presentó en dos hermosos tomos las poesías del trascendental reformador de
nuestra lírica, poesías que aparecieron dos meses después de su muerte, y cuya
publicación se debió a gestiones de sus amigos.
Esos libros, así como el tomo de los
“Sermones”, están hoy agotados, y por eso debe considerarse como loable todo
esfuerzo editorial que se haga por difundir la obra del gran artista del verso
y conservarla pura en la memoria del público, ya que es difícil que volvamos a
tener otro “Duque Job”.
Como que, hablando de él, Juan Ramón
Jiménez decía en Madrid a un periodista que iba de acá:
“Lo que más me interesa de México es
Gutiérrez Nájera. ¿Cómo me haría de algunos de sus libros?”
No sabía el poeta andaluz que aquí, en
México, nos hacíamos la misma pregunta, sin poder encontrar ningún cuaderno del
gran bardo citadino. Cuanto se imprimía de él, cuanto se agotaba. Y sigue
pasando lo mismo: las ediciones de Gutiérrez Nájera se consumen rápidamente,
por la misma calidad de su contenido y por el amor que el público le sigue
teniendo.
Es un poeta del hogar, de la familia, del
amor, del dolor y de la vida; un poeta que se debe tener siempre en casa,
porque, cuando menos se piensa, la vida misma presenta un dolor como el de sus
versos o una alegría como la de sus brindis…
“Las novias pasadas son copas vacías”…
Prólogo del libro
Manuel Gutiérrez Nájera. El Duque Job.
SUS MEJORES POESÍAS. Edición Ilustrada con el Retrato y Biografía del
Autor. El Libro Español, México D. F. 1941.
La Revista Azul, núcleo
del Modernismo en México, fue fundada por Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz
Dufoo, El secretario de redacción de la revista fue Luis G. Urbina. Fue publicada
como un suplemento dominical del periódico El Liberal del 6 de mayo de 1894 al
11 de octubre de 1896. La publicación expuso a diversos autores europeos e
hispanoamericanos del modernismo, tendencia literaria de la época. Llegó a ser
portavoz de este movimiento en América Latina, el cual se caracterizó en
renovar la prosa y poesía hispánica evitando caer en el exceso de la retórica
romántica.
PARA
ENTONCES
Manuel
Gutiérrez Nájera
Quiero
morir cuando decline el día,
en
alta mar y con la cara al cielo,
donde
parezca sueño la agonía,
y
el alma, un ave que remonta el vuelo.
No
escuchar los últimos instantes,
ya
con el cielo y con el mar a solas,
más
voces ni plegarias sollozantes
que
el majestuoso tumbo de las olas.
Morir
cuando la luz, triste, retira
sus
áureas redes de la onda verde,
y
ser como ese sol que lento expira:
algo
muy luminoso que se pierde.
Morir,
y joven: antes que destruya
el
tiempo aleve la gentil corona;
cuando
la vida dice aún: soy tuya,
aunque
sepamos bien que nos traiciona.
PARA
UN MENÚ
Manuel
Gutiérrez Nájera
Las
novias pasadas son copas vacías,
en
ellas pusimos un poco de amor;
el
néctar tomamos… huyeron los días…
¡Traed
otras copas con nuevo licor!
¡Champán
son las rubias de cutis de azalia;
borgoña
los labios de vivo carmín;
los
ojos obscuros son vino de Italia
los
verdes y claros son vino del Rhin!
¡Las
bocas de grana son húmedas fresas;
las
negras pupilas escancian café,
son
ojos azules las llamas traviesas
que
trémulas corren como almas del té!
¡La
copa se apura, la dicha se agota;
de
un sorbo tomamos mujer y licor…
Las
copas dejemos…; si queda una gota,
que
beba el lacayo la heces de amor!
AMADO NERVO (1870-1919)
Nació en Tepic. Vivió en Francia, donde estuvo
en contacto con Rubén Darío. Vive trece años en Madrid desempeñando labores
diplomáticas y escribiendo para periódicos. Muere en Montevideo, siendo
ministerio plenipotenciario en Argentina y Uruguay.
Amado Nervo es el poeta
central del Modernismo mexicano, es el punto medio entre el afán renovador de
Gutiérrez Nájera y la plenitud de López Velarde. Los mejores poemas de Nervo
son aquellos en los que se busca nuevos ritmos que se aparten de las normas
académicas y expresen la nueva sensibilidad de novecientos y su propio
conflicto entre el erotismo y la fe religiosa. (El blog de Marubuelna).
EN PAZ
Amado Nervo
Muy
cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque
nunca me diste ni esperanza fallida,
ni
trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque
veo al final de mi rudo camino
que
yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que
si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue
porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando
planté rosales, coseché siempre rosas.
...Cierto,
a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas
tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé
sin duda largas las noches de mis penas;
mas
no me prometiste tú sólo noches buenas;
y
en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé,
fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida,
nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
SALVADOR DIAZ MIRON
(1853-1928)
Estudio en el Seminario de Xalapa. A los
veinte años comienza a publicar en periódicos. Dedicado a la política en su
estado natal, Veracruz, fue diputado en varias ocasiones. Durante el periodo de
Victoriano Huerta fue director del periódico oficial de la dictadura. A la
caída de Huerta se refugió en España y Cuba, regresando a Veracruz varios años más
tarde.
En su obra mantiene los valores de la
generación liberal, quiere ser "paladín contra los tiranos" dar
ejemplos de altivez y rebeldía, habla de las ansias de justicia social. Su
poesía, aunque grandilocuente y a veces demagógica, muestra su don de forma, su
búsqueda de concisión, muy cerca del ideal parnasiano, y abre posibilidades
rítmicas al español. En los últimos años de su vida abandona la oratoria, deja
de buscar el brillo, buscando ahora la forma perfecta. El combate ya no es
contra los enemigos de la dignidad humana, sino contra la tiranía del idioma.
Esa actitud hizo que su última poesía sea la de menor interés poético. (El blog
de Marubuelna).
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A
GLORIA
Salvador
Díaz Mirón
No
intentes convencerme de torpeza
con
los delirios de tu mente loca:
mi
razón es al par luz y firmeza,
firmeza
y luz como el cristal de roca.
Semejante
al nocturno peregrino,
mi
esperanza inmortal no mira el suelo;
no
viendo más que sombra en el camino,
sólo
contempla el esplendor del cielo.
Vanas
son las imágenes que entraña
tu
espíritu infantil, santuario oscuro.
Tu
numen, como el oro en la montaña,
es
virginal y, por lo mismo, impuro.
A
través de este vórtice que crispa,
y
ávido de brillar, vuelo o me arrastro,
oruga
enamorada de una chispa
o
águila seducida por un astro.
Inútil
es que con tenaz murmullo
exageres
el lance en que me enredo:
yo
soy altivo, y el que alienta orgullo
lleva
un broquel impenetrable al miedo.
Fiando
en el instinto que me empuja,
desprecio
los peligros que señalas.
«El
ave canta aunque la rama cruja,
como
que sabe lo que son sus alas».
Erguido
bajo el golpe en la porfía,
me
siento superior a la victoria.
Tengo
fe en mí; la adversidad podría,
quitarme
el triunfo, pero no la gloria.
¡Deja
que me persigan los abyectos!
¡Quiero
atraer la envidia aunque me abrume!
La
flor en que se posan los insectos
es
rica de matiz y de perfume.
El
mal es el teatro en cuyo foro
la
virtud, esa trágica, descuella;
es
la sibila de palabra de oro,
la
sombra que hace resaltar la estrella.
¡Alumbrar
es arder! ¡Estro encendido
será
el fuego voraz que me consuma!
La
perla brota del molusco herido
y
Venus nace de la amarga espuma.
Los
claros timbres de que estoy ufano
han
de salir de la calumnia ilesos.
Hay
plumajes que cruzan el pantano
y
no se manchan... ¡Mi plumaje es de esos!
¡Fuerza
es que sufra mi pasión! La palma
crece
en la orilla que el oleaje azota.
El
mérito es el náufrago del alma:
vivo,
se hunde; pero muerto, ¡flota!
¡Depón
el ceño y que tu voz me arrulle!
¡Consuela
el corazón del que te ama!
Dios
dijo al agua del torrente: ¡bulle!;
y
al lirio de la margen: ¡embalsama!
¡Confórmate,
mujer! Hemos venido
a
este valle de lágrimas que abate,
tú,
como la paloma, para el nido,
y
yo, como el león, para el combate.
Otro gran poeta, considerado postmodernista, RAMON
LOPEZ VELARDE (1889-1921) Jerez, Zacatecas, México.
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EL
RETORNO MALÉFICO
Ramón
López Velarde
Mejor
será no regresar al pueblo,
Al
edén subvertido que se calla
En
la mutilación de la metralla.
Hasta
los frenos mancos,
Los
dignatarios de cúpula oronda,
Han
de rodar las quejas de la torre
Acribillada
en los vientos de fronda.
Y
la fusilería grabo en la cal
De
todas las paredes
De
la aldea espectral,
Negros
y aciagos mapas,
Porque
en ellos leyese el hijo prodigo
Al
volver a su umbral
En
el anochecer del maleficio,
A
la luz de petróleo de una mecha
Su
esperanza deshecha.
Cuando
la tosca llave enmohecida
Tuerza
la chirriante cerradura,
En
la añeja clausura
Del
zaguán, los dos púdicos
Medallones
de yeso,
Entornando
los párpados narcóticos,
Se
miraran y se dirán: ¿Qué es eso?
Y
yo entrare con pues advenedizos
Hasta
el patio agorero
En
que hay un brocal ensimismado,
Con
un cubo de cuero
Goteando
su gota categórica
Como
un estribillo plañidero.
Si
el sol inexorable, alegre y tónico,
Hace
hervir a las fuentes catecúmenas
Si
se afana la hormiga;
Si
en los techos resuena y se fatiga
De
los buches de tórtola el reclamo
Que
entre las telarañas zumba y zumba;
Mi
sed de amar será como una argolla;
Empotrada
en la losa de una tumba.
Las
golondrinas nuevas, renovando
Con
sus noveles picos alfareros
Los
nidos tempraneros;
Bajo
el ópalo insigne
De
los atardeceres monacales,
El
lloro de recientes recentales
Por
la ubérrima ubre prohibida
De
la vaca, rumiante y faraónica,
Que
al párvulo intimida;
Campanario
de timbre novedoso;
Remozados
altares;
El
amor amoroso
De
las parejas pares;
Noviazgos
de muchachas
Frescas
y humildes, como humildes coles,
Y
que la mano dan por el postigo
A
la luz de dramáticos faroles;
Alguna
señorita
Que
canta en algún piano
Alguna
vieja aria;
El
gendarme que pita...
...
y una íntima tristeza reaccionaria.
Y no podemos irnos sin mencionar al máximo poeta modernista: Félix Rubén García
Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18
de enero de 1867-León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta, periodista y
diplomático nicaragüense, máximo representante del modernismo literario en
lengua española. después de haber hecho triunfar en España el modernismo con sus Prosas Profanas (1896), escribió versos hondos y combativos en sus Cantos de vida y esperanza (1905). Es, tal vez, el poeta que ha tenido mayor y más duradera
influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado
príncipe de las letras castellanas.
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SONATINA
Rubén
Darío
La
princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa?
Los
suspiros se escapan de su boca de fresa,
que
ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La
princesa está pálida en su silla de oro,
está
mudo el teclado de su clave de oro;
y
en un vaso olvidado se desmaya una flor.
El
jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina,
la dueña dice cosas banales,
y,
vestido de rojo, piruetea el bufón.
La
princesa no ríe, la princesa no siente;
la
princesa persigue por el cielo de Oriente
la
libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa
acaso en el príncipe del Golconsa o de China,
o
en el que ha detenido su carroza argentina
para
ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O
en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
o
en el que es soberano de los claros diamantes,
o
en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!
La pobre princesa de la boca de rosa
quiere
ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener
alas ligeras, bajo el cielo volar,
ir
al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar
a los lirios con los versos de mayo,
o
perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya
no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni
el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni
los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y
están tristes las flores por la flor de la corte;
los
jazmines de Oriente, los nulumbos del Norte,
de
Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita
princesa de los ojos azules!
Está
presa en sus oros, está presa en sus tules,
en
la jaula de mármol del palacio real,
el
palacio soberbio que vigilan los guardas,
que
custodian cien negros con sus cien alabardas,
un
lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh
quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
La
princesa está triste. La princesa está pálida…
¡Oh
visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién
volara a la tierra donde un príncipe existe
La
princesa está pálida. La princesa está triste…
más
brillante que el alba, más hermoso que abril!
¡Calla,
calla, princesa dice el hada madrina,
en
caballo con alas, hacia acá se encamina,
en
el cinto la espada y en la mano el azor,
el
feliz caballero que te adora sin verte,
y
que llega de lejos, vencedor de la Muerte ,
a
encenderte los labios con su beso de amor!
VENUS
Rubén
Darío
En
la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En
busca de quietud, bajé al fresco y callado jardín.
En
el oscuro cielo, Venus bella temblando lucía,
como
incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A
mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que
esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,
o
que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante
y luminosa, recostada sobre un palanquín.
«¡Oh
reina rubia! -dije-, mi alma quiere dejar su crisálida
y
volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
y
flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y
en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.»
El
aire de la noche, refrescaba la atmósfera cálida.
Venus,
desde el abismo, me miraba con triste mirar.
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