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sábado, 19 de julio de 2014

LA LLORONA Marina Cuéllar Martínez

LA LLORONA
MARINA CUÉLLAR MARTÍNEZ


 En el Tajín –por los arroyos secos, que pasan en medio de la gran ciudad totonaca, por la rivera del río Tlahuanapa, que corre sigiloso por las cercanías de Papantla, o por el Caracatloco, que corre detrás de las pirámides de Tajín, al lado de un viejo camino de herradura que va directo a Papantla- una mujer transparente deambula al filo de la media noche llorando por sus hijos; se queja ¡Jae kin kamán! ¡¿ni ku tawalana kin kamán?! (¡Ay mis hijos!, ¡¿dónde están?!).

     Siempre busca a sus hijos que se le perdieron mientras jugaban en el río atrapando acamayas con una fizga. Al perderlos enloqueció y se murió de tristeza.

     De tan triste que estaba no pudo encontrar el camino por donde se van los muertos y se perdió buscando a sus niños perdidos. De tanto caminar, se le acabó el cuerpo y su traje blanco se quedó relleno de aire; por eso se mete entre las corrientes del viento que corre junto a los ríos para poder desplazarse como si se deslizara sobre las olas del mar.

      De lejos, pareciera que flota como una pluma blanca al lado de la corriente de los ríos. Apenas le quedó su largo cabello –que nunca dejó de crecerle- y el recuerdo de su rostro indígena, hermoso y moreno, que el viento nunca pudo olvidar. Por eso –con la ayuda de las sombras de la noche- el aire lo reconstruye para que la naturaleza disfrute de su belleza triste.

     Cuando los totonacas pasan –a media noche- por los caminos oscuros que van al lado de los ríos y los arroyos, la Llorona se aparece y repite: ¡Jae kin kamán! ¡¿ni ku tawalana kin kamán?! Se desliza hacia los caminantes creyendo que son los hijos que tanto busca. Por eso, al distinguirla entre las sombras, los viajeros rápidamente se quitan la blusa o la camisa y se la ponen al revés, hacen una cruz con sus dedos sobre el pecho y caminan con la cabeza agachada y los ojos cerrados para no ver su rostro, o se acercan a las encrucijadas de los caminos para que ella se pierda de nuevo y no se los lleve o los ahogue con el aire enrarecido que lleva en su aliento.

     Dicen que nadie puede verle el rostro sin que su vida se extinga sin remedio. Sin embargo, hay quienes han obedecido al llamado de la Llorona y han podido mirar de frente su hermoso rostro indígena y las pesadas lágrimas que sus ojos derraman.

     Los que la han visto, aseguran que sólo los hombres que se conmuevan con su dolor podrán sobrevivir al embrujo de su mirada triste, a través de la oscura transparencia de su quexquen, envejecido por el viento y la sal de sus lágrimas infinitas.

     Si alguien anda a media noche por la Plaza del Arroyo –o el camino que va junto al Tlahuanapa- y escucha una voz totonaca antigua y hueca como una cueva, un lamento de viento y dolor, es necesario voltearse las ropas al revés, acercarse rápido a una encrucijada del camino o prepararse para conocer el rostro totonaca más hermoso y triste que jamás haya existido en toda la historia de El Tajín.



Marina Cuéllar Martínez. Cuando los muertos regresan a Tajín. Relatos de tradición oral en el Tajín. Primera edición 1999. Papantla, Veracruz, México.


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