Érase una vez una mujer
que temía a la muerte.
- Si
pudiera encontrar la forma de vivir eternamente – decía - .
Si no tuviera que
morir…
-
La muerte llega – le decía todo el mundo -. Nadie vive eternamente.
Me gustaría encontrar
una forma – contestaba.
Un día dejó su pueblo y
viajó hasta encontrar a la anciana de los bosques, de la que había oído hablar.
Cuando llegó, le preguntó:
-
¿Puedes decirme cómo vivir eternamente?
-
¡Oh no! – contestó la vieja -. Nadie vive eternamente. Yo te puedo decir
sólo cómo vivir quinientos años, cosa
que creo que es suficiente. Si quieres vivir más, has de ir al hombre que vive
en la cima de la montaña. Es más viejo que yo y es posible que sepa.
Así, la mujer partió y después de muchos
días llegó a lo alto de la montaña, donde un hombre, con aspecto muy, muy
viejo, estaba sentado, completamente inmóvil. Al principio, la mujer pensó que
estaba muerto, pero al fin se volvió y la miró.
¿Puedes decirme cómo vivir eternamente? –
preguntó la mujer.
- No sé – contestó el viejo -. No creo
que nadie viva eternamente, pero yo vivo desde hace muchos, muchos años, y
tienes que quedarte aquí si quieres aprender lo que yo sé. – Así pues, la mujer
se quedó con él cientos de años. Un día decidió que quería volver a su pueblo,
sólo para echar un vistazo. El viejo le aconsejó que no fuera, pero estaba tan
decidida que al final le dio un caballo para el viaje.
- No bajes del caballo – le advirtió -.
Cabalga hasta el pueblo, echa un vistazo y después vuelve directamente. Tienes
que estar de vuelta antes de la puesta del sol.
La mujer prometió hacerlo así y partió.
Cuando llegó a su pueblo no reconoció nada, de tantos años como habían pasado.
Dio unas vueltas a caballo y después partió para volver a la montaña.
En
el camino, la detuvo una carreta cuyo contenido se había volcado. Esparcidos
por el camino había pilas y pilas de zapatos usados. Era imposible pasar por
ningún lado. La mujer con el aspecto más viejo que ella había visto en su vida
estaba recogiendo los zapatos, uno a uno. Se movía muy lentamente porque estaba
claro que le dolía la espalda cuando se inclinaba a recoger un zapato. También
tenía dificultad en levantar los brazos para colocarlos en la carreta.
- Date prisa, por favor – decía la mujer
-. Tengo que volver a mi casa de la
montaña.
-
No puedo ir más de prisa – dijo la vieja –. A lo mejor puedes ayudarme.
La mujer miró las
enormes pilas y pensó: “Pasaran días antes de que lo haya recogido todo”. Miró
a la vieja luchando con su tarea y pensó: “Pobre vieja”.
Así, empezó a desmontar del caballo,
preguntando mientras lo hacía:
-
¿De dónde has sacado todos esos zapatos tan gastados?
-
Yo misma los he llevado – dijo la vieja -. He estado caminando por toda
la tierra, año tras año, buscándote. Yo soy la Muerte.
Y cuando tocó tierra con el pie, la mujer
se deshizo en huesos. La Muerte recogió con cuidado sus restos. “Nadie vive
eternamente”, musitó suavemente, mientras se la llevaba.
Esa mujer en que nos
convertimos: Mitos, cuentos y leyendas sobre las enseñanzas de la edad /
Thomas, Ann G. - Paidós.- 1999.
367 p. Resumen: En este
libro la psicoterapeuta Ann G. Thomas explica como la mujer se va transformando
física, emocional y psicológicamente hacia la edad de la vejez. Reflexiona
sobre educar para la vejez, es decir, concebir el tránsito de la menopausia a
la ancianidad como un proceso cargado de dificultades y satisfacciones. La
autora presenta una serie de historias o cuentos populares colmados de conocimientos
psicológicos modernos acerca del envejecimiento y la muerte. Mediante
narraciones y metáforas expone seis tareas o senderos del viaje hacia la última
edad. Las seis tareas son las siguientes: 1. Aceptar emocionalmente la realidad
de la muerte personal y espiritual como parte del desarrollo humano, pues
"nadie vive eternamente", 2. Aceptar las limitaciones de la vida,
ello implica explorar, comprender, lo que se ha realizado a lo largo de la vida
y aceptar fracasos y decepciones, 3. Penetrar en los más profundo e interno de
nuestras vidas. El inconsciente colectivo, la sombra o la psique es el
arquetipo al que queremos llegar a ser o queremos que influya directamente, 4.
Explorar el obscuro femenino, es decir, qué papel va adoptar frente a la
sociedad, o en que se quiere convertir, en una hechicera malévola o en una
mujer sabia, 5. Propone descubrir el arquetipo de la "buena madre"
para sí mismas, 6. Evitar caer en el arquetipo de lo masculino, más bien
integrar la energía del "animus", es "ser una misma".
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