EL HOMBRE QUE SE TRANSFORMÓ EN ZOPILOTE
El haragán y el zopilote
Desde hace mucho tiempo se cuenta la leyenda de un hombre que se transformó en zopilote.
Según cuentan, ese hombre no quería trabajar, ni sabía como hacerlo. Cuando vio que ni él ni su familia tenían nada que comer, le dijo a su esposa:
- Voy a hacer nuestra milpa.
Se fue al lugar donde iba a hacer la milpa. Cuando llegó el tiempo de rozar, le pidió a su esposa:
- Ya llegó el tiempo de roza, sírveme de comer para ir a mi trabajo, necesito salir temprano.
- Está bien, si quieres salir temprano te daré de almorzar, pues ya es época de rozar.
- Sí, llegó el tiempo de salir temprano, porque el trabajo está lejos. Por el cerro grande rozaré la milpa; hasta allá iré a trabajar.
- Sea donde sea, está bien. Tú sabes dónde es mejor la tierra.
Le dio de almorzar. Cuando terminó de comer, salió rumbo al trabajo. Llegó al lugar donde pensaba hacer la milpa. Ahí había un árbol muy grande y frondoso, ahí se sentó a descansar, ahí se durmió. A la una de la tarde despertó y ya no quiso trabajar, mejor se regresó a su casa. Al llegar saludó:
- Ya vine, estoy cansado de tanto trabajar.
- Qué bueno que ya llegaste.
- Dame de comer, tengo mucha hambre pues trabajé bastante. Avancé mucho, dejé grande la labor.
- Está bien, ya que llegaste te serviré tu comida. Ten.
Acabó de comer. Su esposa no podía saber que no había trabajado. A la mañana siguiente, en su segundo día de trabajo, salió nuevamente a la labor. Terminando de almorzar le ordenó a su esposa que fuera a llevarle pozol a mediodía hasta el lugar donde trabajaba. La esposa obedeció y llegó hasta la orilla de un gran río. Desde allí le gritó a su marido, llamándolo:
- Ya puedes venir a tomar tu pozol, ya son las doce del día.
El marido no escuchó el grito, pues estaba durmiendo. La mujer volvió a gritar:
- Ven a tomar tu pozol.
- Ah, está bien, ahorita bajo a tomármelo.
La mujer vio que su marido no venía a recibir su pozol con gusto, se veía un poco triste cuando lo recibió. Estaban juntos a orillas del gran río y la mujer le rogaba para que comiera, porque ya era mediodía. Quería contentarlo, y le hablaba de buena manera. El hombre cedió a los ruegos de su mujer. Esta le preguntó dónde estaba que no la había escuchado. El hombre dijo a su esposa que el trabajo iba muy avanzado. Cuando el hombre se terminó el pozol, la mujer le preguntó con mucho respeto:
- ¿Dónde está tu trabajo? Yo no veo nada; se me hace que no hay nada.
- Ah, es hasta allá detrás del cerro. Creo que para mañana terminaré de limpiarlo completamente.
- Ah, bueno, está bien entonces, ha de ser una milpa grande.
- Ya puedes irte, te alcanzo en nuestra casita. Voy a quedarme otro rato para poder seguir trabajando. La señora regresó a su casa.
Al tercer día el hombre salió nuevamente a trabajar. Le dijo a su esposa lo mismo: que le fuera a dejar su pozol a mediodía. Obediente, la esposa llegó a gritarle a esa hora, tal y como se lo había pedido su marido. Pero ya no le gritó desde la orilla del río, fue hasta el lugar donde su esposo estaba trabajando. ¡Y Que lo va viendo! El hombre estaba acostado a la sombra de un árbol grande. Al ver que no estaba trabajando, no le habló; fue a traer la coa que estaba tirada en el suelo y la escondió. Se regresó al río grande y desde allí le gritó a su señor esposo:
- Ya estoy aquí, ven a tomar tu pozol, ya es mediodía.
- Lo llamaba.
El hombre tardó en oírla, pues estaba durmiendo bajo el gran árbol, en la sombra. Al oírla, vino a tomar su pozol. Caminaba tímidamente.
- ¿Por qué no me gritaste fuerte? ¿De casualidad no te topaste con alguien en el camino? Se llevaron mi coa, se perdió, ya no está donde la puse, no la encuentro.
- Ah no, no vi pasar a nadie. Pero, ¿cómo perdiste tu coa, que no la estás utilizando en tu trabajo?
- No, es que la dejé en el suelo, al lado de un árbol, porque en ese momento estaba yo trabajando con el machete, estaba cortando en trozos los árboles que había tumbado, por eso no vi quien se la llevó.
- Ah bueno, pues a ver si la encuentras; yo no vi pasar a nadie cuando venía.
La señora regresó a su casa con la coa. Más tarde llegó el hombre; avergonzado vio en la puerta de su casa la coa que su señora se había traído.
- ¡Qué raro! Aquí está mi coa. ¿Tú te la trajiste?
- Ah, estaba tirada en el suelo. Yo no sabía que era tuya, la encontré tirada a la sombra de un árbol donde puede descansarse, se ve que ahí se sientan muchas personas, quién sabe quiénes, pero se ve que hace días que se sientan ahí.
- ¿Por qué no me avisaste? Te la trajiste a escondidas.
- No, no te dije porque no había nadie en ese lugar; pensé que la coa se perdería.
- Ah no, porque yo estaba descansando ahí, la verdad es que no estaba trabajando. Estaba cansado de tanto trabajar y por eso descansé un rato en la sombra, por eso estaba yo dormido. Pero no importa, ya está grande el trabajo, es poco lo que queda por rozar.
Al cuarto día el hombre se fue nuevamente a trabajar. En el camino se toó con un pájaro llamado zopilote.
- Sobrino, sobrino, ¿a dónde va?
- Ah, voy a mi trabajo, pero no lo hago bien. Mi corazón tiene ganas de que alguien me ayude a trabajar.
- Ah, si usted quiere cambiamos de ropa. Usted puede utilizar mis plumas y yo su chamarro. Yo iré a trabajar en su lugar.
- Ah, está bien. Puedes utilizarlo, pero ¿qué voy a comer?
- Ah, mis alimentos son buenos. Fácilmente podrás encontrarlos cuando empieces a volar, así podrás alimentarte.
Pero en realidad los alimentos del zopilote son caballos, perros y otros animales muertos; su pan son los excrementos.
El hombre se quitó la ropa y el zopilote las plumas, intercambiaron sus ropas. Cuando el zopilote se puso la ropa del hombre se convirtió en persona y se fue a trabajar. Al cambiarse de ropa, le enseñó al hombre a volar.
- Vuela, a ver si puedes.
- Está bien.
El hombre intentó volar, pero no pudo. Cayó al suelo cuan largo era.
- No puedo volar, no puedo elevarme.
- Sí, vuelve a intentarlo.
El hombre insistió y de nuevo cayó.
- Así no, para poder volar sube hasta la cima de ese cerrito; empieza desde ahí.
- Está bien.
El hombre intentó nuevamente desde arriba del cerrito.
La mujer fue otra vez a dejarle el pozol a su esposo. Llegó al mismo lugar, a donde dizque trabajaba aquél. Llegó gritando:
- Ya estoy aquí otra vez, ven a tomar tu pozol, ya son las doce – lo llamaba desde la orilla del río.
- Ah, está bien – contestó el hombre zopilote.
Ya había trabajado.
- Vino usted a dejarme mi pozol.
- Sí vine a traérselo.
- Ah, está bien, empieza a batirlo entonces; debo beber mi pozol, pues tengo mucha hambre. Está grande mi trabajo, ¿quieres verlo?
- No, no es necesario que lo vea.
- Ah, está bien, si no quieres ver mi trabajo, tomaré mi pozol.
- Está bien, también yo traigo hambre. Además, ya me dijiste que tu trabajo va muy avanzado. Estoy tan cansado que casi no puedo levantarme – dijo el pajarraco.
La mujer ignoraba quién era en verdad este hombre extraño a quien le estaba dando pozol.
- ¿Por qué estás tan negro? - le preguntó.
- Ah, es el tizne de las hojas del árbol, el polvo y otras cosas que ensucian cuando trabaja uno mucho. Por eso estoy mugroso.
- Ah, está bien, claro que sí.
Al terminar de beber el pozol, el zopilote le dijo a la mujer que la vería más tarde:
- Ya se está haciendo tarde, ve a la casa que yo llegaré más tarde; voy a quedarme un buen rato trabajando todavía, pues ya se me pasó el hambre.
La mujer obedeció al hombre zopilote. De alguna presentía que no era su esposo.
Más tarde el hombre zopilote llegó a su casa y saludó a su mujer.
- Ya vine
- Está bien, ya está lista la comida; hace un rato que te estaba esperando.
- Pero todavía no voy a comer, no tengo hambre. Primero voy a bañarme, traigo mucha suciedad de los árboles.
- Está bien te daré tu agua y tu amole para que te laves el cuerpo y la cabeza, estás muy sucio.
El zopilote se bañó, pero no cambió de color: seguía igual de negro. Acabando de bañarse se sentó a comer con la señora que convertiría en su esposa. Ella seguía sin saber que ese hombre, que pronto sería su esposo, era un zopilote y que ambos iban a procrear familia; creyó que era su verdadero esposo. Así que le preguntó:
- ¿Por qué apestas? ¿Qué traes en la ropa?
- Ah, es que estuve sudando mucho. Trabajé mucho para tener bastante milpa.
Al otro día se fue a trabajar nuevamente y le dijo a su mujer que regresaría en la tarde.
- Está bien, ¿quieres que te vaya a dejar alimentos a mediodía?
- No, no es necesario; me aguantaré, comeré cuando regrese.
El legítimo hombre convertido en zopilote se estaba muriendo de hambre, pues no podía comer animales muertos, excrementos, animales agusanados. El pobre hombre le dijo al zopilote:
- Ah, no puedo comer lo que me dijiste, ¿por qué me engañaste? ¿Por qué dijiste que comería buena carne, que comería panes? Tu pan no es sino excrementos, tu carne es carne muerta de animal podrido, perros muertos, caballos muertos. Fue mi culpa por querer que alguien me ayudara. Regrésame mi chamarro porque ya no aguanto el hambre.
- No puedo regresártelo, ya hicimos un trato. Así tienes que quedarte, comiendo animales muertos y excrementos. Aguántate y come lo que hay.
El hombre ya no pudo regresar con su mujer. La mujer quedó embarazada del zopilote. Nació un niño y le llamaron Mentez Xulem (Méndez Zopilote). De ahí proviene ese nombre, pues los que lo llevan son hijos de ese zopilote.
Así termina la leyenda del hombre que se convirtió en zopilote y que nunca pudo prosperar, por ser tan holgazán.
me confundió un poco la redacción, o la memoria, tenia como 10 años que no leía esta historia, es bueno que aun se conserve
ResponderEliminarAsí es amy heartstrings, lo más importante es el rescate y la promoción de nuestras leyendas indígenas.
ResponderEliminarno encontre lo que queria
ResponderEliminary no me sirvio de nada
Uno de los principales enunciado de La Lógica, es qué todo, bien o mal, es conocimiento.
EliminarMis padres me lo contaban pero con otra versión. Igual son muy buenas las dos. El caso es que el "haragán" se hizo muy trabajador porque aprendió la lección, ya que ser zopilote también era difícil.
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