En un prólogo cuya
acción transcurre en el Cielo y que comienza con un concepto
platónico-pitagórico puesto en boca del arcángel San Rafael, el Señor autoriza
a Mefistófeles para inducir a la tentación al doctor Fausto, “cuyo espíritu
cabalga por los espacios”, según la frase del propio demonio.
El doctor Fausto, sabio profesor para
quien las ciencias no tenían ya secretos, es presentado en su
estudio-laboratorio, rodeado de libros, ochentón, anhelante del conocimiento de
lo sobrenatural y hastiado del mundo hasta el extremo de pensar en quitarse la
vida. El tañido de las campanas que anunciaban la Pascua de Resurrección le
hace volver el pensamiento a Dios y desistir del intento suicida.
Meditabundo y triste, el doctor sale a
pasear por el campo con su criado-discípulo, Wagner, y al caer la tarde se le
aparece el Diablo en figura de perro, siguiéndole a su casa con ánimo de
tentarle. Adoptando la forma humana, le promete devolverle la juventud perdida,
hacerle conocer prácticamente el mundo y los goces del amor - de los cuales Fausto solo tenía
conocimiento por los libros- y revelarle
los misterios de la vida futura; y el viejo sabio, a cambio de todo eso, a
cambio de poder decir un solo instante que es feliz, consiente en ligarse para
siempre a su tentador, al cual firma el pacto con su sangre.
Mefistófeles empieza
por llevar a su protegido a la bodega de Auerbach, donde pasan un rato con
alegres compañeros y realiza aquel el prodigio de obsequiar a todos con
variados vinos que saca del tablero de una mesa dándole un taladro; después
conduce a Fausto a la cocina de una hechicera, y allí le hace beber el filtro
que ha de rejuvenecerle y que “le hará ver una Helena en cada mujer que
encuentre”. En el perol de la hechicera ve un rostro femenino del cual se
enamora, ella es Margarita.
Ya rejuvenecido el sabio doctor, pasa con
su diabólico acompañante a una ciudad en la que encuentra a Margarita, muchacha
pobre e inocente, por la cual el artificial doncel se siente inflamado de amor.
Tratan de vencer fácilmente la frágil virtud de la casta doncella merced al
regalo de unas joyas –suministradas por Mefistófeles- y con la complaciente
ayuda de la buena amiga Marta, que presta su casa y jardín para las entrevistas
de los amantes, pero Margarita desechando lo material sólo llega a sucumbir a
base de atenciones que le solicita a su pretendiente. Fausto proporciona a su
adorada un brebaje para que se lo administre a su madre y la haga dormir
profundamente, con el fin de que pueda la joven recibirle en su habitación sin
peligro de ser sorprendidos, como así se realiza.
Mas, al salir de casa de Margarita,
tropieza Fausto con Valentín, militar y hermano de aquella, el cual pide
cuentas al seductor por la deshonra de la inocente muchacha; y Fausto
aconsejado y ayudado por el Diablo, provoca y mata al ofendido, huyendo
inmediatamente después.
Mefistófeles conduce a su protegido a la
montaña de Harz, donde le hace asistir a un aquelarre. Después tiene Fausto la
visión de Margarita presa y condenada a muerte, y obliga a Mefistófeles a
llevarle al calabozo de su ex amante y a prestarle ayuda para ponerla en
libertad. Pero la joven pecadora –que fue a causa de la muerte de su madre por
excederse en la administración del brebaje somnífero y que además quitó la vida
al hijo que tuvo como fruto de sus amores con
Fausto-, con la razón trastornada, se niega a seguir a su seductor por
una inspiración divina, y, horrorizada, se refugia en un rincón del calabozo
mientras Mefistófeles arrastra fuera de allí a fausto, al mismo tiempo que “una
voz de lo alto” clama: “ ¡Está salvada!...”
Finalmente Fausto se
convierte en un amo muy rico y poderoso, gracias a haberle regalado el rey una
provincia como gratitud a un favor. Más
no se siente feliz, pese a haber ayudado a toda la gente a su cargo con hospitales
y mucha ayuda humanitaria. Ciego y anciano maldice de su suerte. Pronuncia la
frase final del pacto. Acude Mefistófeles, pero no puede llevarse su alma por
existir al final del contrato una cláusula que lo anula en caso de portarse con
pureza y benevolencia. Así que finalmente los espíritus que se llevan su alma
son los espíritus celestiales.
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