¡ESCAPÁNDOSE DEL KÍNDER!
(¡ATRÁPALO, ALLÁ VA!)
¡Atrápalo, allá va! gritaban dos policías
en lo que corrían en pos de un chiquillo de 5 a 6 años de edad, sobre el cual
tenían órdenes de aprehender si
lo veían en la calle en horas de clases.
Una vez a la semana Enrique Morales Moreno “Piñón” (QEPD) y yo nos escapábamos del kínder del colegio de monjas, realmente nos resultaba muy fácil y divertido juntar unas piedras junto al tronco de un viejo árbol de cedro, alcanzar una de sus ramas la cual llegaba a un callejón fuera del colegio, tirarnos sobre un cerro de arena y de ahí salir disparados rumbo al lago, vagar por gran parte de la playa admirando la inmensidad de él, recoger en sus orillas unas “tejas”, tiestos de barro o tepalcates, y jugar competencias aventándolas sobre el agua con el fin de que “planearan” dando el mayor número de saltos sobre ella, ocasionalmente soltábamos una lancha de remos que estuviera amarrada a una gran piedra, o al tronco de algún sauce o apompo, y en caso de ser vistos tener que correr también de los pescadores y lancheros. ¡Ah, pero nuestra máxima dicha! era meternos al agua, así aprendimos a medio nadar. Nos quitábamos la ropa y nos metíamos en puros calzones. No había mayor placer que golpear y aventarnos el agua con nuestras manos y sumergirnos aguantando la respiración. ¡Cuántas veces estuvimos a punto de ahogarnos cuando intentábamos llegar a un pilote clavado dentro del agua a unos 40 metros de la orilla! Fue nuestra primera gran odisea acuática, llegar hasta él.
Una vez a la semana Enrique Morales Moreno “Piñón” (QEPD) y yo nos escapábamos del kínder del colegio de monjas, realmente nos resultaba muy fácil y divertido juntar unas piedras junto al tronco de un viejo árbol de cedro, alcanzar una de sus ramas la cual llegaba a un callejón fuera del colegio, tirarnos sobre un cerro de arena y de ahí salir disparados rumbo al lago, vagar por gran parte de la playa admirando la inmensidad de él, recoger en sus orillas unas “tejas”, tiestos de barro o tepalcates, y jugar competencias aventándolas sobre el agua con el fin de que “planearan” dando el mayor número de saltos sobre ella, ocasionalmente soltábamos una lancha de remos que estuviera amarrada a una gran piedra, o al tronco de algún sauce o apompo, y en caso de ser vistos tener que correr también de los pescadores y lancheros. ¡Ah, pero nuestra máxima dicha! era meternos al agua, así aprendimos a medio nadar. Nos quitábamos la ropa y nos metíamos en puros calzones. No había mayor placer que golpear y aventarnos el agua con nuestras manos y sumergirnos aguantando la respiración. ¡Cuántas veces estuvimos a punto de ahogarnos cuando intentábamos llegar a un pilote clavado dentro del agua a unos 40 metros de la orilla! Fue nuestra primera gran odisea acuática, llegar hasta él.
Imagen de Internet
Los días que me atrapaban me llevaban a la
Comandancia Municipal en donde el comandante Don “Chimino” al verme esbozaba una gran sonrisa, me mecía los
cabellos con la mano y me decía: -¡Mi
amigo “El Gallón”, hoy es día de clases!
Él era gran amigo de mi papá Don
Panchito Rodríguez, (quien era boticario y había sido Presidente Municipal) tenía la consigna de “corregirme”, de esta
manera Don Chimino me enseñó a leer por medio de la “cartilla”, y lo hacía con gran paciencia
y cariño que llegué a sentirlo como de la familia. Esas mañanas las pasaba yo
aprendiendo a leer, y viendo como limpiaban y engrasaban sus viejos fusiles los
policías, por lo que el olor a grasa era parte del ambiente del lugar.
Palacio Municipal, imagen de Internet
Don Chimino que conocía muy bien el
carácter regañón de mi papá, prefería mejor dirigirse a mi mamá, Doña "Toñita" Alvarado, que aunque
ella no me pegaba, si me aplicaba la “ley del hielo”, me dejaba de hablar, y
eso me dolía, creo que hasta más. Pero, por otro lado, las monjitas me
expulsaban del colegio, y ahí sí que tenía que ir Don Panchito, quien nos tenía
a todos sus hijos en el mismo plantel, y era uno de los mayores benefactores
del mismo. A él no podían negarle nada pues, además, siempre las apoyaba en caso de enfermedad. Así
que me volvía a quedar en el colegio y en la primera oportunidad me escapaba
siempre acompañado de mi gran amigo.
El lugar en donde estaba el Colegio Rafael Guízar y Valencia, anteriormente había sido el hotel "Los Volcanes".
Imagen de Internet
El lugar en donde estaba el Colegio Rafael Guízar y Valencia, anteriormente había sido el hotel "Los Volcanes".
A la salida de clases, nos dirigíamos a
una tiendita que estaba enfrente del colegio, en donde comprábamos por cinco
centavos un par de dulces tehuanos, o los dulces de melcocha y las famosas
trompadas, que de tan duras más bien parecían “rompedientes”.
En
casa de “Piñón”, su papá, Don Jerónimo, de castigo lo ponía a trabajar en el
molino de maíz. Don Jerónimo era otro gran señor. Varias veces lo acompañábamos
en su camioneta a comprar costales de maíz a las comunidades cercanas. El
trayecto era muy ameno pues a él le gustaba mucho cantar mientras manejaba, de
él aprendimos varias canciones del folclore ranchero.
¡Del cielo cayó una rosa y en tu pelo se
ha prendido… dime que tienen tus ojos que por ellos me he perdido!
Pasamos mí amigo y yo a la primaria, ya no
nos escapábamos, creció nuestro círculo de amigos y la mayoría nos íbamos a
chapucear y nadar al lago, a playas más retiradas del centro, usualmente a una
muy cercana a la conocida como “La Punta”, en donde una gran rama de un árbol que se internaba al agua,
nos servía para tirarnos nuestros “clavados”.
Cambiamos los dulces de trompadas por trompadas de pleitos infantiles entre el mismo grupo. Frecuentemente “Piñón y yo nos liamos a golpes. Tanto que en una ocasión en que fui al mercado municipal, estaban él y su papá tomando un chocomilk en la nevería de Don “Chaluca” y al pasar escuché que le dijo a su papá: -¡Míralo ahí va, ayer le pegué! Me sentí muy molesto así que me les acerqué y le grité: -¡Mentira, ayer te pegué yo! Don Jerónimo sin dejar de reír, me hizo sentar en un banco en medio de ellos dos y pidió un chocomilk para mí. ¡Qué rico chocomilk, granizado y con su polvito de canela! !Umm qué delicia, después del coraje que había hecho..!
Ese día aprendí una cuádruple lección:
1a. Que Don Jerónimo sabía ser amigo de los amigos de sus hijos;
2a. Que se puede sacar "buen provecho" (jeje) de una reclamación;
3a. Que "Piñón" solía ser algo mentiroso, y
4a. Que los chocomiles del "Tío Chaluca" eran los más sabrosos en todo Catemaco.
Tenía algunos años que quería escribir este pequeño recuerdo biográfico, en el cual aparecen personajes que fueron muy significativos para mí, y lo dedico a la memoria de ellos tres: De Don Chimino (Maximino Díaz Alcázar), de Don Jerónimo y de mi amigo de aventuras infanto-juveniles Enrique.
Bañistas, imagen de Internet
Cambiamos los dulces de trompadas por trompadas de pleitos infantiles entre el mismo grupo. Frecuentemente “Piñón y yo nos liamos a golpes. Tanto que en una ocasión en que fui al mercado municipal, estaban él y su papá tomando un chocomilk en la nevería de Don “Chaluca” y al pasar escuché que le dijo a su papá: -¡Míralo ahí va, ayer le pegué! Me sentí muy molesto así que me les acerqué y le grité: -¡Mentira, ayer te pegué yo! Don Jerónimo sin dejar de reír, me hizo sentar en un banco en medio de ellos dos y pidió un chocomilk para mí. ¡Qué rico chocomilk, granizado y con su polvito de canela! !Umm qué delicia, después del coraje que había hecho..!
Ese día aprendí una cuádruple lección:
1a. Que Don Jerónimo sabía ser amigo de los amigos de sus hijos;
2a. Que se puede sacar "buen provecho" (jeje) de una reclamación;
3a. Que "Piñón" solía ser algo mentiroso, y
4a. Que los chocomiles del "Tío Chaluca" eran los más sabrosos en todo Catemaco.
Tenía algunos años que quería escribir este pequeño recuerdo biográfico, en el cual aparecen personajes que fueron muy significativos para mí, y lo dedico a la memoria de ellos tres: De Don Chimino (Maximino Díaz Alcázar), de Don Jerónimo y de mi amigo de aventuras infanto-juveniles Enrique.
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