MI
MAESTRO DE ANATOMÍA
ANTONIO
FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO
Ser estudiante
universitario no es nada fácil, máxime si eres foráneo y de escasos recursos
económicos como fue mi caso. Cuando se es pobre, cuando para la sociedad no se
es nadie, una de nuestras mejores armas es la de perseverar al doble o al triple
para poder ir adaptándose a las circunstancias adversas que se nos presentan
día a día como un estado normal en nuestras vidas. Si queremos estudiar y
prepararnos para ser alguien el día de
mañana, requerimos de mucha entrega y sacrificios para llegar a la meta
deseada, la cual a su vez será el peldaño para continuar nuestro camino hacia
más amplios y mejores horizontes.
Facultad de Medicina. Imagen de Internet.
Gracias al apoyo de mi hermano Guillermo
Francisco y a nuestro amigo de la infancia José Antonio Morales Moreno el cual
era mejor conocido en la Facultad como “El Capi”, pude inscribirme en la
Facultad de Medicina “Miguel Alemán Valdés” de la ciudad y puerto de Veracruz.
Incluso “El Capi” fue quien me recomendó con los mejores maestros del primer
semestre.
Ese primer semestre debido a problemas de
diversa índole, entré con un retraso de diez a quince días a clases, por lo que
el doctor Antonio Remes Fernández no me quiso aceptar aduciendo que su grupo
iba bastante adelantado, tuvo que abogar por mí “El Capi”; así que todos los días el doctor al
primero que preguntaba la clase era a mí: ¡A
ver doctor Rodríguez Alvarado, denos la clase! Fue tanta la presión que a
diario tenía que estudiar la clase del día, y una o dos anteriores para poder
nivelarme en poco tiempo. El doctor miraba con agrado mi motivación y esfuerzo,
aunque no era un hombre que sonriera o te pusiera la mano al hombro, se intuía
su afecto; era por demás, serio, exigente y muy regañón. ¡Ah, pero compartíamos el gusto por los cigarros sin filtro! Todos
los días a las 6 de la mañana lo encontrábamos
fumando y esperándonos con todo su material didáctico listo. ¡Cuando le faltaban cigarros, sabía quién
fumaba de los suyos!
Los primeros días noté que tanto Ludivina
Milla González como Demetrio Hernández Castillo llevaban la batuta de la
clase. Pero también me fui metiendo
tanto a la anatomía que en poco tiempo me sentía como pez en el agua. Siempre
estaba levantando la mano queriendo contestar antes que nadie todas las
preguntas que nos hacía el maestro,
entonces él me ignoraba, y me preguntaba sólo en caso de que los dos o tres primeros compañeros no supieran la respuesta.
El problema para todos fue cuando nos tocó
estudiar el corazón, no le hallábamos “cuadratura”, a mí se me ocurrió
improvisar un corazón de cartón, para entender mejor sus caras, sus
compartimentos y su sistema arteriovenoso, de esta manera hasta entendí un poco
de su fisiología. Así que esa mañana yo fui el más atrevido para dar la clase,
y casi por terminar mi exposición quise lucirme hablando de la hematosis, por
lo que el Dr. Remes todo molesto me ordenó sentarme, no le gustaba que nos
saliéramos de los parámetros marcados. Todos en nuestro Grupo, el 105, éramos
muy unidos, llegamos a sentirnos como una hermandad cuya figura paterna recaía
en el Dr. Antonio Remes.
Algunos me decían “Catemaco”, pero mis lindas y queridas amigas Mirna Heréndira Jácome
González, Angélica Viveros Gallardo, Teresa Aurora Conde Pérez, María Elena “Elenita”
Díaz, Malena Dávalos Majul, Rebeca Chiñas Velázquez, Margarita “Mago” Cortés,
entre otras, me empezaron a decir “Neumogástrico”, un apodo muy ad hoc con la anatomía. Víctor Hugo
Vargas Atilano, Sabel Cornazzani Reyes, David Contreras Figueroa y Pedrito “El Gordo” Fadul (QEPD) conformamos una
pequeña e inolvidable cofradía.
Tantísimos y bellos recuerdos que como
lazos de sangre se reactivaron muchos años después al volver a
encontrarnos.
El Anfiteatro al inicio nos repelía con su
desagradable olor, poco a poco nos fuimos acostumbrando hasta casi dejar de
percatarnos de él. No solo era desagradable el aroma, sino hasta los cadáveres
los cuales estaban enjutos y con la piel oscura, grasosa y con suturas en
diferentes áreas. Todos debidamente vestidos con bata, guantes, gorra y
cubre boca nos peleábamos alrededor de la
plancha para apreciar mejor las indicaciones del maestro al hacer la disección.
Al doctor no le gustaba repetir sus explicaciones, así que todos estábamos
obligados a estar lo más atento posible. ¡Ay
de aquel que preguntara algo ya comentado por el maestro! No lo bajaba de
bruto. ¡Daba bastante miedo preguntarle! Jejeje
En la siguiente vez que acudimos al
anfiteatro, después de mi clase sobre el corazón, el maestro abrió el área
precordial del cadáver, se me quedo viendo y me dijo: -¡Doctor Rodríguez Alvarado localíceme la vena ácigos menor! Lo
primero que hice fue buscar en la parte izquierda de la vena ácigos mayor el
pequeño cayado en donde desemboca la ácigos menor, sin encontrar la vena. Me
quedé bloqueado y con dudas sobre mi exploración. No tuve más remedio que decirle
a mi maestro que no la encontré... que no estaba. Él inmediatamente explotó regañándome,
pidió un par de guantes y se propuso mostrarnos dónde estaba la vena,
tardó un tiempo semejante al mío, y
entonces todo molesto empezó a vociferar: -¡Estos
embalsamadores irresponsables son unos burdos carniceros, no saben respetar las
referencias anatómicas! ¡No está la ácigos menor! Vi la mirada de
comprensión de mis amigos. Nunca escuché que el maestro se disculpara conmigo.
Días antes de terminar el semestre
acordamos hacerle al maestro como agradecimiento una comida en un restaurante que se
encontraba atrás del Hotel Tierra y Mar. Pero todos se habían puesto de acuerdo
en que yo tenía que dirigirle las palabras de agradecimiento. Me sentí inseguro
¡en ese momento comprendí el miedo que tuvo el ratón que tenía
que ponerle los cascabeles al gato! Pero me sentí muy honrado de parte de mis
amigos, y acabé aceptando el compromiso. Ya en el evento, Ludivina, Demetrio,
yo y dos amigas más compartimos la mesa con el maestro, él como siempre fue
bastante lacónico, pero amable. Poco tiempo después de comer pidió disculpas
para retirarse, entonces mis amigos empezaron a codearme para que yo hablara.
Me paré bastante nervioso, y alzando la voz le dirigí unas emotivas palabras de
admiración y agradecimiento por su paternal amistad y sus valiosas enseñanzas.
La misma emoción me contuvo de no seguir hablando, y creí verle una mirada de satisfacción antes
de despedirse de todos nosotros.
Y llegó el día del examen final, siempre era de carácter oral, yo estaba bastante temeroso porque de los dos primeros exámenes parciales, por problemas personales, falté al segundo y nunca tuve el valor para decirle al maestro si podía hacérmelo extemporáneo. En el primero saqué diez. No sabía que iba a pasar con mi promedio, y si la calificación de este último no era suficiente para aprobar. Estaba muy tenso, nunca pensé en llegar a este momento. Miraba que entraban y salían mis amigos del examen denotando en sus gestos diferentes emociones. Sentí que mi corazón pegó un brinco cuando me llamaron, llegué ante el maestro el cual obviamente notó mi gran nerviosismo, y entrecerrando los ojos esbozó una fugaz sonrisa, al tiempo que me decía:
-¡Doctor
Rodríguez Alvarado, déjeme felicitarlo, está usted exento, tiene un siete de
calificación!
¡No podía creerlo, me estaba otorgando un
diez en el examen final, y sin realizarlo!
Así era de impredecible, mi querido
maestro de anatomía, el Dr. Antonio Remes Fernández.
EXTRAORDINARIO RELATO QUE DISFRUTO MUCHO COMO SI LO ESTUVIERA VIVIENDO.
ResponderEliminarFELICIDADES MI QUERIDO COLEGA Y AMIGO.
Gracias hermano, realmente es muy emotivo recordar esas vivencias. Y haber tenido ese cariñoso afecto de algunos mentores. Un cariñoso abrazo.
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