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domingo, 23 de febrero de 2014

LA ABUELITA BRUJA Cuento zapoteco

LA ABUELITA
CUENTO ZAPOTECO



Era una tarde misteriosa de otoño. La neblina brotaba de los arroyos aledaños, resbalaba sobre las piedras húmedas, se retorcía alrededor de los árboles, volando sus formas agresivas.

     En una choza apartada, una mujer campesina se hallaba inclinada sobre el metate, moviendo hábilmente el metlapil para ablandar la masa de las tortillas. Su hijo, de escasos seis meses, se había callado al fin y parecía dormir. En un momento en que levantó los ojos pudo distinguir a través de las rendijas del cerco la figura de una anciana que se acercaba con pasos rápidos. Se asustó al principio, pero luego se dio cuenta de que era la abuelita. Cubrió entonces con una servilleta las tortillas que estaban sobre el comal y salió a recibirla.

     ─Buenas tardes tenga su señoría─ saludó cortésmente la supuesta abuelita, mientras en una mirada desplegaba su gran poder mental sobre la mujer.

     El niño estalló en llantos otra vez, como si se despertara con hambre. La abuelita se aproximó a la cuna de bejucos, colocada en el rincón opuesto al del brasero, y dijo:

     ─ ¡Oh mi amor! No llores, precioso.
Lo cargó luego en sus brazos y comenzó a arrullarlo con ternura.

     ─Yo me ocuparé del niño; tú prepárame un atole de elote ─ordenó la anciana.

     La mujer cogió un cántaro y fue hasta el arroyo a traer agua. Como se hallaba retirado, y se entretuvo allí con unos pececillos, demoró en regresar. Encontró a la abuelita acuclillada junto a la cuna, haciéndose pequeñita, como si no quisiera molestar. La penumbra era ya más densa en ese rincón, por lo que pensó que venía la noche. Se puso a pelar los elotes. Un pájaro chilló entre los árboles vecinos. Llegó luego a los oídos de la mujer un ruido muy leve.

     ─ ¿Qué comes abuelita? ─ le preguntó sin desatender su trabajo.

     ─Estoy comiendo semillitas ─ respondió la anciana con voz cascada y humilde.  

     Cuando dejó de masticar el silencio adquirió un peso mayor. En cierto instante la anciana se incorporó con un ligero rumor de ropas, y entonó frente a la cuna un canto muy antiguo y muy extraño. El canto se fue haciendo cada vez más finito, como si proviniera ya de un ser del otro mundo. Recién entonces la mujer reaccionó, comprendiendo lo que sucedía, y se volvió hacia la falsa abuelita, pero  no percibió más que una sombra que se escurría entre los harapos de la niebla.

     Se arrojó desesperada sobre la cuna, más en lugar del niño encontró al metlapil envuelto en sus pañales. En el suelo, desparramados, quedaban algunos huesos.


     La mujer pidió auxilio, se hundió en la bruma gritando que la bruja se había comido a su hijo, llorando tropezó contra las piedras, pero sus lamentos se perdían en esa soledad inmensa de la montaña.






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