OMETEÓTL
Y EL OMEYOCAN
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO
Ometéotl. Era la deidad
suprema y el principio fundamental de todo lo que existe. Era la divinidad
creadora de la vida, el cielo y la tierra. Era dual: Ometecuhtli era su parte
masculina y Omecíhuatl la femenina. También recibía el nombre de Tloque
Nahuaque, “dueño del junto y del cerca”. No intervenía directamente en los
asuntos humanos, los cuales delegaba principalmente en sus manifestaciones Ometecuhtli y Omecíhuatl, los que a su vez en
sus advocaciones de Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl se encargaron de crear a los
demás dioses. Principalmente a los cuatro Tezcatlipocas, dioses que tuvieron
una parte activa en la creación: Tezcatlipoca azul o Huitzilopochtli;
Tezcatlipoca rojo o Camaxtle; Tezcatlipoca negro o Tezcatlipoca y
Tezcatlipoca blanco o Quetzalcóatl.
A Camaxtle se conoce además como
Tlatlauhqui Tezcatlipoca. Era el dios principal de Tlaxcala y de Huexotzinco.
Tezcatlipoca negro o Yayauhqui Tezcatlipoca, era el principal de sus hermanos, estaba en todo lugar, sabía todos los pensamientos, conocía los corazones.
A Huitzilopochtli se le conoce además con los nombres de Omiteotl e Inaquiscoatl, que nació sin carnes o con solo los huesos en forma de esqueleto.
Tezcatlipoca negro o Yayauhqui Tezcatlipoca, era el principal de sus hermanos, estaba en todo lugar, sabía todos los pensamientos, conocía los corazones.
A Huitzilopochtli se le conoce además con los nombres de Omiteotl e Inaquiscoatl, que nació sin carnes o con solo los huesos en forma de esqueleto.
Omecihuatl. De ome, dos + cihuatl, mujer: Señora-dos o de la dualidad. Representa la forma
femenina de la divinidad. Es la personificación del principio femenino y en la
abstracción de los sabios, la faz pasiva de la realidad. Llamada también
Tonacacihuatl (“Señora de nuestra carne, de nuestro sustento”). Es la comparte
de Ometecuhtli o Tonacatecuhtli.
Ometecuhtli. De ome, dos + tecutli, señor: Señor-dos o de la dualidad. Llamado también
Ometéotl o Tonacatecuhtli (“Señor de nuestra carne, de nuestro sustento”). Dios
Creador de los Cielos, su consorte era Omecihuatl, y moraban en Omeyocan. Allí
crearon los cielos sacándolos de la oscura nada, para que sirvieran de morada a
los dioses y a otros seres encargados de alumbrar al mundo y de darle la vida.
Los cielos creados
fueron doce:
1. Omeyocan, cielo lugar de la dualidad, esto es,
morada de Ometecuhtli y de Omecihuatl, su mujer.
2. Teotlatlauhco, en (donde está) el dios rojo,
esto es, el dios del fuego.
3. Teocozauhco, en (donde está) el dios amarillo,
el sol.
4. Teoiztac, en (donde está) el dios blanco, la
estrella vespertina.
Los cuatro cielos anteriores formaban el
Teteocan, lugar de los dioses. Siguen los cielos inferiores, los que están a la
vista del hombre.
5. Itzapannanazcayan, cielo de las tempestades,
donde mora el dios de los muertos y en que vive la luna.
6. Ilhuicatl xoxouhco, el cielo azul que se ve de
día.
7. Ilhuicatl
yayauhco, el cielo negro de la noche.
8. Ilhuicatl
mamaloaco, el cielo en que se ven los cometas.
9. Ilhuicatl huitztlan, el cielo en que se ve la
estrella de la tarde.
10. Ilhuicatl tonatiuh, el cielo en que se ve el
sol.
11. Ilhuicatl tetlaliloc, el espacio, o Citlalco,
el cielo en que se ven las estrellas.
12. Ilhuicatl Tlalocan Metztli, el cielo en que se
ve la luna y en el cual están las nubes y el aire.
En el poema “Los Cuatro
Soles”, se describe la creación de los cielos, en los versos siguientes:
I.
El
Gran Ometecuhtli, en Omeyocan,
Morada
de placer y de riquezas,
Con
Omecihuatl, su inmortal consorte,
Formó
los cielos de la oscura nada,
Para
que moren los infinitos seres
Que
al mundo habrán de dar luz y la vida.
Teotlatlauhco,
mansión del dios del fuego,
Cielo
esplendente de rojiza lumbre,
Salió
el primero de la mente increada
Para
alumbrar el anchuroso espacio:
El
Teocozauhco, el amarillo fuego,
El
cielo donde el sol su luz difunde
Con
que ilumina espléndida la esfera,
Ardoroso
surgió del arco empíreo:
Véspero
su mansión tiene en Teoiztac,
Do
blanca luz difunde rutilante:
Estos
tres cielos forman el Teteocan.
II.
Regiones
inferiores que se llaman
Cielos
también, salieron de su seno
Cuando
el Teteocan hubo terminado.
Itzapan
Nanazcayan, la terrible
Morada
de los muertos, donde el cetro
Mictlantecuhtli
empuña majestuoso,
Es
la postrer mansión de los humanos;
Allí
mora la luna, y a los muertos
Melancólica
fase los alumbra;
Es
la región do piedras de obsidiana
Con
gran rumor sobre las aguas crujen
Y
rechinan y truenan y se empujan
Y
forman tempestades pavorosas:
Y
sigue otra región, Xoxouhco claro,
Ese
es el cielo azul que todos vemos
Mientras
el sol alumbra esplendoroso:
Viene
después el cielo de la noche,
Yayauhco
triste, de tiniebla densa:
El
cielo que se hiende o se taladra,
Mamaloaco
sin fin, del firmamento
Ocupa
alta región, y las estrellas
Errantes,
vagarosas, o veloces
Lo
cruzan por doquier, siempre brillando;
Los
funestos cometas se divisan
En
ese espacio de terrores lleno,
Taladrando
con cauda refulgente,
O
crínitos, abismos insondables:
La
estrella “tira saeta”, Citlalmina,
A
menudo el pavor más grande infunde:
El
ardiente Huitztlan, el Mediodía,
Entre
celajes de esmeralda y oro,
A
Quetzalcóatl, el de plumero verde,
Transparente
mansión siempre prepara:
Cabe
la estrella vespertina alumbra
Hermoso
Tonatiuh, con rayos de oro,
Claridad
y calor siempre vertiendo:
Y
abajo el Tetlaliloc, el “espacio”,
Do
las estrellas sin cesar fulguran,
Citlalco
luminoso y coruscante;
De
allí las aguas en menuda lluvia
Se
precipitan al Tlalocan Metztli,
Donde
se cuajan en espesas nubes
Que
bajan a regar la tierra ardiente;
Desde
aquella región los vientos soplan,
Y,
o bien desciende cefirillo suave,
O
el violento huracán que todo arranca;
Y
en medio de los vientos y las nubes
Plácida
luna los espacios hiende.
Tomado del Minidiccionario Enciclopédico Náhuatl 2003, inédito, de mi autoría; del Diccionario de Mitología y Religión de Mesoamérica de Yolotl González Torres. Primera edición 1999. Editorial LAROUSSE; del Diccionario de Mitología Nahoa de Cecilio A. Robelo, Segunda edición 2001, Biblioteca PORRÚA de Historia, y de Historia General de las Cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún. Décima edición 1999. Editorial Porrúa, S. A. de C. V. México.
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