LA
GUARDIANA DE LA POZA
DIANA
PITCHER
En una tierra lejana hay un gran lago. El agua
encuentra una pequeña vía de escape en
un extremo del lago y se abre camino, gorgoteando, hacia las llanuras. Corre por
estrechas gargantas almenadas de rocas, salta por precipicios y fluye entre la
tierra parda y la hierba verde hasta que tres inmensas rocas le cortan el paso.
Allí el río gira y gira en redondo, en
busca de una salida; a fuerza de girar y girar, cada vez más deprisa, crea un
gran remolino que traga las hojas doradas y rojas caídas de los árboles umsasa, los mosquitos que surcan veloces
la superficie del agua y las mariposas que revolotean entre las aromáticas
flores blancas de las plantas lacustres que crecen en la orilla.
Al fondo del remolino vive una inmensa
serpiente pitón de agua plateada, con sus relucientes anillos, sus reptilianos
ojos entrecerrados ante los rayos de luz que hienden las aguas y su convulsa
lengua: esta hermosa y temible pitón de agua plateada es la guardiana de la
poza.
No se trata de una pitón común y
corriente, pues el tacto de su fría y viscosa piel es curativo: la curación de
todas las enfermedades y dolencias de hombres y mujeres está reservada a quienes
tienen el valor de bajar a visitarla a su hogar de las profundidades.
Ngosa estaba sentada junto a la poza,
contemplando el furioso torbellino de las aguas. El sol brillaba sobre su suave
piel oscura y le calentaba el tembloroso cuerpo. Su madre estaba enferma, muy
enferma. Ngosa sabía que moriría si no le proporcionaba auxilio. Para ello,
tendría que sumergirse en aquellas aguas turbulentas, tocar a la serpiente
plateada, mirar de frente sus ojos negros, acercarse a su convulsa lengua…
Ngosa se estremecía a pesar del calor. Estaba asustada.
La Pitón observó a Ngosa desde el fondo de
la poza y vio que era hermosa, supo que sentía miedo y anheló tranquilizarla.
Ngosa oyó un grito a sus espaldas y, al
volverse, vio a su hermana menor atravesando los campos a la carrera.
- ¡Ngosa! ¡Ngosa! –la llamaba-. Date prisa,
estoy segura de que nuestra madre se muere.
Entonces Ngosa recordó muchas cosas. Recordó
cómo la había consolado su madre cuando el Cocodrilo estuvo a punto de arrastrarla
al río y cómo pasó la noche sentada a su lado, cantándole nanas; recordó que su
madre había caminado muchos kilómetros en busca de raíces de rábano rojo para curarle
el terrible dolor provocado por la picadura del Escorpión; recordó que su madre
espantó a golpes al peludo y monstruoso Babuino que trató de raptar a su
hermanito; y recordó cómo compartía discretamente su propia ración de gachas de
maíz con sus hijos cuando se abatió sobre ellos una gran sequía y los hombres
morían de hambre.
Ngosa se lanzó al furioso remolino.
La lengua de la Pitón se agitó una vez y luego permaneció
inmóvil. Sus ojos negros se cerraron. Ngosa extendió el brazo y acarició la
piel fría y húmeda de la serpiente. Luego, azotando el agua con brazos y
piernas, salió a la superficie de la poza y echó a correr por los campos hacia
casa, para transmitir a su madre el toque sanador de la Pitón.
Esa misma noche, cuando la luna llena se
elevó roja como la sangre sobre los montes,
la Pitón desenroscó su cuerpo plateado y subió lentamente a la superficie. De las
aguas emergió un joven. Su cabeza, hermosa y erguida, estaba cubierta de
apretados rizos negros. Tenía intrépidos ojos castaños y poderosos brazos y
piernas. Era, sin duda, el hijo de un jefe. Y, al igual que antaño lo hiciera
el primer hombre, miró alrededor y vio que la tierra era buena.
Atravesó a paso largo los campos y llegó
al semicírculo de chozas. En el corral rumiaban pacíficamente las reses y el
brillo de la luna aterciopelaba sus pieles negras y blancas. Una cabra amamantaba a su cría.
-Ngosa –llamó quedamente- . Ngosa, tu
valentía me ha salvado. Cuando la hechicera de las aguas me convirtió en
serpiente, me hundí hasta el fondo de la poza. Allí debo permanecer para
siempre durante el día, al cuidado de la poza. Pero ahora, gracias a tu coraje,
de noche podré adoptar mi forma humana. De noche podré revelarme a quienes son
valientes y hermosos. A ti, sin duda, no te falta valentía, puesto que me
visitaste bajo mi forma de pitón, y veo que eres hermosa. Ven.
Cuando Ngosa salió de la choza, el hijo
del jefe le puso al cuello un collar de piedras de luna, de un azul y un verde
lechosos, ensartadas en un hilo plateado de luz de luna.
Y ahora Ngosa pasa casi todo el día al
borde del remolino, tocando dulces melodías en su ugubhu, porque a las pitones les encanta la música de los seres
humanos.
Y, de noche, Ngosa se pone el collar de piedras
de luna al cuello y espera a que el hijo del jefe emerja de las aguas.
Ugubhu. Instrumento de música de una sola
cuerda que se toca con arco. Una calabaza hace las veces de caja de resonancia.
TOMADO DEL LIBRO
MIS CUENTOS AFRICANOS
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