METER
EL DIABLO EN EL INFIERNO
Tercera
Jornada - Narración décima
En la ciudad de Cafsa,
en Berbería, hubo hace tiempo un hombre riquísimo que, entre otros hijos, tenía
una hijita hermosa y donosa cuyo nombre era Alibech; la cual, no siendo
cristiana y oyendo a muchos cristianos que en la ciudad había alabar mucho la fe
cristiana y el servicio de Dios, un día preguntó a uno de ellos en qué materia
y con menos impedimentos pudiese servir a Dios. El cual le repuso que servían
mejor a Dios aquellos que más huían de las cosas del mundo, como hacían quienes
en las soledades de los desiertos de la Tebaida se habían retirado. La joven,
que simplicísima era y de edad de unos catorce años, no por consciente deseo
sino por un impulso pueril, sin decir nada a nadie, a la mañana siguiente hacia
el desierto de Tebaida, ocultamente, sola, se encaminó; y con gran trabajo
suyo, continuando sus deseos, después de algunos días a aquellas soledades
llegó, y vista desde lejos una casita, se fue a ella, donde a un santo varón
encontró en la puerta, el cual, maravillándose de verla allí, le preguntó qué
es lo que andaba buscando. La cual repuso que, inspirada por Dios, estaba
buscando ponerse a su servicio, y también quién le enseñara cómo se le debía
servir. El honrado varón, viéndola joven y muy hermosa, temiendo que el
demonio, si la retenía, lo engañara, le alabó su buena disposición y, dándole
de comer algunas raíces de hierbas y frutas silvestres y dátiles, y agua a
beber, le dijo:
-Hija mía, no muy lejos
de aquí hay un santo varón que en lo que vas buscando es mucho mejor maestro de
lo que soy yo: irás a él.
Y le enseñó el camino;
y ella, llegada a él y oídas de éste estas mismas palabras, yendo más adelante,
llegó a la celda de un ermitaño joven, muy devota persona y bueno, cuyo nombre
era Rústico, y la petición le hizo que a los otros les había hecho. El cual,
por querer poner su firmeza a una fuerte prueba, no como los demás la mandó
irse, o seguir más adelante, sino que la retuvo en su celda; y llegada la
noche, una yacija de hojas de palmera le hizo en un lugar, y sobre ella le dijo
que se acostase. Hecho esto, no tardaron nada las tentaciones en luchar contra
las fuerzas de éste, el cual, encontrándose muy engañado sobre ellas, sin
demasiados asaltos volvió las espaldas y se entregó como vencido; y dejando a
un lado los pensamientos santos y las oraciones y las disciplinas, a traerse a
la memoria la juventud y la hermosura de ésta comenzó, y además de esto, a
pensar en qué vía y en qué modo debiese comportarse con ella, para que no se
apercibiese que él, como hombre disoluto, quería llegar a aquello que deseaba
de ella.
Y probando primero con
ciertas preguntas que no había nunca conocido a hombre averiguó, y que tan
simple era como parecía, por lo que pensó cómo, bajo especie de servir a Dios,
debía traerla a su voluntad. Y primeramente con muchas palabras le mostró cuán
enemigo de Nuestro Señor era el diablo, y luego le dio a entender que el
servicio que más grato podía ser a Dios era meter al demonio en el infierno,
adonde Nuestro Señor lo había condenado. La jovencita le preguntó cómo se hacía
aquello; Rústico le dijo:
-Pronto lo sabrás, y
para ello harás lo que a mí me veas hacer. Y empezó a desnudarse de los pocos
vestidos que tenía, y se quedó completamente desnudo, y lo mismo hizo la
muchacha; y se puso de rodillas a guisa de quien rezar quisiese y contra él la
hizo ponerse a ella. Y estando así, sintiéndose Rústico más que nunca inflamado
en su deseo al verla tan hermosa, sucedió la resurrección de la carne; y
mirándola Alibech, y maravillándose, dijo:
-Rústico, ¿qué es esa
cosa que te veo que así se te sale hacia afuera y yo no la tengo?
-Oh, hija mía -dijo
Rústico-, es el diablo de que te he hablado; ya ves, me causa grandísima
molestia, tanto que apenas puedo soportarlo.
Entonces dijo la joven:
-Oh, alabado sea Dios,
que veo que estoy mejor que tú, que no tengo yo ese diablo.
Dijo Rústico:
-Dices bien, pero
tienes otra cosa que yo no tengo, y la tienes en lugar de esto.
Dijo Alibech:
-¿El qué?
Rústico le dijo:
-Tienes el infierno, y
te digo que creo que Dios te haya mandado aquí para la salvación de mi alma,
porque si ese diablo me va a dar este tormento, si tú quieres tener de mí tanta
piedad y sufrir que lo meta en el infierno, me darás a mí grandísimo consuelo y
darás a Dios gran placer y servicio, si para ello has venido a estos lugares,
como dices.
La joven, de buena fe,
repuso:
-Oh, padre mío, puesto
que yo tengo el infierno, sea como queréis.
Dijo entonces Rústico:
-Hija mía, bendita
seas. Vamos y metámoslo, que luego me deje estar tranquilo.
Y dicho esto, llevada
la joven encima de una de sus yacijas, le enseñó cómo debía ponerse para poder
encarcelar a aquel maldito de Dios. La joven, que nunca había puesto en el
infierno a ningún diablo, la primera vez sintió un poco de dolor, por lo que
dijo a Rústico:
-Por cierto, padre mío,
mala cosa debe ser este diablo, y verdaderamente enemigo de Dios, que aun en el
infierno, y no en otra parte, duele cuando se mete dentro.
Dijo Rústico:
-Hija, no sucederá siempre
así.
Y para hacer que
aquello no sucediese, seis veces antes de que se moviesen de la yacija lo
metieron allí, tanto que por aquella vez le arrancaron tan bien la soberbia de
la cabeza que de buena gana se quedó tranquilo. Pero volviéndole luego muchas
veces en el tiempo que siguió, y disponiéndose la joven siempre obediente a
quitársela, sucedió que el juego comenzó a gustarle, y comenzó a decir a
Rústico:
-Bien veo que la verdad
decían aquellos sabios hombres de Cafsa, que el servir a Dios era cosa tan
dulce; y en verdad no recuerdo que nunca cosa alguna hiciera yo que tanto
deleite y placer me diese como es el meter al diablo en el infierno; y por ello
me parece que cualquier persona que en otra cosa que en servir a Dios se ocupa
es un animal.
Por la cual cosa,
muchas veces iba a Rústico y le decía:
-Padre mío, yo he
venido aquí para servir a Dios, y no para estar ociosa; vamos a meter el diablo
en el infierno.
Haciendo lo cual, decía
alguna vez:
-Rústico, no sé por qué
el diablo se escapa del infierno; que si estuviera allí de tan buena gana como
el infierno lo recibe y lo tiene, no se saldría nunca.
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Así, tan frecuentemente
invitando la joven a Rústico y consolándolo al servicio de Dios, tanto le había
quitado la lana del jubón que en tales ocasiones sentía frío en que otro
hubiera sudado; y por ello comenzó a decir a la joven que al diablo no había
que castigarlo y meterlo en el infierno más que cuando él, por soberbia,
levantase la cabeza:
-Y nosotros, por la
gracia de Dios, tanto lo hemos desganado, que ruega a Dios quedarse en paz.
Y así impuso algún
silencio a la joven, la cual, después de que vio que Rústico no le pedía más
meter el diablo en el infierno, le dijo un día:
-Rústico, si tu diablo
está castigado y ya no te molesta, a mí mi infierno no me deja tranquila; por
lo que bien harás si con tu diablo me ayudas a calmar la rabia de mi infierno,
como yo con mi infierno te he ayudado a quitarle la soberbia a tu diablo.
Rústico, que de raíces
de hierbas y agua vivía, mal podía responder a los envites; y le dijo que
muchos diablos querrían poder tranquilizar al infierno, pero que él haría lo
que pudiese; y así alguna vez la satisfacía, pero era tan raramente que no era
sino arrojar un haba en la boca de un león; de lo que la joven, no pareciéndole
servir a Dios cuanto quería, mucho rezongaba. Pero mientras que entre el diablo
de Rústico y el infierno de Alibech había, por el demasiado deseo y por el
menor poder, esta cuestión, sucedió que hubo un fuego en Cafsa en el que en la
propia casa ardió el padre de Alibech con cuántos hijos y demás familia tenía;
por la cual cosa Alibech de todos sus bienes quedó heredera. Por lo que un
joven llamado Neerbale, habiendo en magnificencias gastado todos sus haberes,
oyendo que ésta estaba viva, poniéndose a buscarla y encontrándola antes de que
el fisco se apropiase de los bienes que habían sido del padre, como de hombre
muerto sin herederos, con gran placer de Rústico y contra la voluntad de ella,
la volvió a llevar a Cafsa y la tomó por mujer, y con ella de su gran
patrimonio fue heredero. Pero preguntándole las mujeres que en qué servía a
Dios en el desierto, no habiéndose todavía Neerbale acostado con ella, repuso
que le servía metiendo al diablo en el infierno y que Neerbale había cometido
un gran pecado con haberla arrancado a tal servicio. Las mujeres preguntaron:
-¿Cómo se mete al
diablo en el infierno?
La joven, entre
palabras y gestos, se los mostró; de lo que tanto se rieron que todavía se
ríen, y dijeron:
-No estés triste, hija,
no, que eso también se hace bien aquí, Neerbale bien servirá contigo a Dios
Nuestro Señor en eso.
Luego, diciéndoselo una
a otra por toda la ciudad, hicieron famoso el dicho de que el más agradable
servicio que a Dios pudiera hacerse era meter al diablo en el infierno; el cual
dicho, pasado a este lado del mar, todavía se oye. Y por ello vosotras, jóvenes
damas, que necesitáis la gracia de Dios, aprended a meter al diablo en el
infierno, porque ello es cosa muy grata a Dios y agradable para las partes, y
mucho bien puede nacer de ello y seguirse.
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