COMPADRE ALEGRE
Desde fuera del solar, Aniceto, con voz
potente gritó:
- ¡Buenos días! ¡Bueeenos días compadres! ¡Bueeenos días!
El compadre Aniceto no se desanimó al no
escuchar respuesta a su saludo. Oyó, eso
sí, el ladrido del viejo perro que solo
servía para avisar que alguien estaba en el zaguán tratando de que oyeran sus
gritos y le abrieran. - ¡En fin!- Ya era
un perro muy viejo, casi ciego. Sus ladridos no amedrentaban ni a las gallinas
del corral. Ya se le escuchaban, aún a distancia, el ruido producido en sus
cuerdas vocales semejando al “ronquido chillador” en el pecho de un niño
asmático.
Imagen Internet
Aniceto oyó el levantar la aldaba de
hierro que “atrancaba” la puerta de la
casa pero tuvo que esperar, paciente, a
que la comadre Chole lo invitara a entrar. Después de todo, Él era un hombre bien educado, de buenas costumbres y sabía
que no podía entrar a la casa de sus
compadres, solo y a esas horas, tan temprano de la mañana, sin comprometer a su comadre a los chismes y habladurías de los vecinos.
-¡Pase,
compadre!- Oyó decir a Chole. ¡Perdone usted que no vaya rápido a abrirle la puerta porque estoy atendiendo a
su compadre Melesio que se encuentra muy enfermito! ¡Pase compadrito! ¡Con confianza! ¡Ya sabe usted que ésta es su casa!
Aniceto
entró a la habitación. Le llegó a
su nariz, el “tufo” de remedios caseros,
de sudor agrio y de comida descompuesta.
-No hizo caso-. Sabía, por boca de su mujer, que su compadre Melesio
tenía varios días de estar enfermo de “¿quién sabe qué enfermedad?” Le habían dicho que ya estaba “en las
últimas”, casi entregando el equipo y por lo tanto, acordándose, como buen
cristiano, de las obras de misericordia, decidió hacer uso de una de ellas:
¡Visitar a los enfermos!
La comadre Chole, “hablantina como sólo
ella podía serlo”, le dijo: ¿Por qué no
vino la comadre? Le hubiera dado mucho
gusto a mi marido el verla, aunque fuera por última vez.
- ¡Ay compadrito!- ¡Qué desgracia! Ya mi viejo casi ni resuella. Está muy débil y ya no acepta ni la comida ni los medicamentos que le recetó el médico.
- ¡Ay compadrito!- ¡Qué desgracia! Ya mi viejo casi ni resuella. Está muy débil y ya no acepta ni la comida ni los medicamentos que le recetó el médico.
Aniceto escuchó tristemente a su
comadre. No creía que estuviera tan
grave su compadrito Melesio, su
compañero de juegos, de aventuras, de trabajo y por qué no decirlo, su fiel
compañero de parrandas. Miró hacía el camastro de varas donde yacía y se
espantó del aspecto físico de su compadrito enfermo. Era el puro esqueleto. Sus
ojos semi cerrados parecían huevos cocidos, sin brillo alguno. Lo que sí no
pasó inadvertido fueron los ayees que profería el enfermo, lentos, roncos, que
hacían, al escucharlos, que se le “enchinara el pellejo”.
Imagen de Internet
Acompañado de Chole, se acercó hasta el
camastro. El enfermo, como una estatua,
tal vez presintió la presencia de ambos., entreabrió más sus ojos y un ronco
quejido se escapó de su boca:
¡Ayyyyy! ¡Ayyyyy! Trató de mover
su cuerpo pero su esfuerzo fue inútil.
Sus labios resecos estaban agrietados. El esfuerzo al tratar de moverlos
produjo un hilillo de sangre espesa y renegrida. Repitió el Ayee, en realidad muy poco audible
y dejó a Aniceto confundido, inquieto, incómodo ante los ojos de su comadre
Chole.
Volvió a mirar a su compadre y en ése
momento, recordó lo mucho que lo había querido.
Se acordó de aquellos lejanos
días, cuando de niños, jugaban en el recreo, a los encantados, al burro, a la
quemada, a las canicas. Cuando se escapaban de la escuela para irse a bañar a
las aguas heladas del arroyo y las “chorreras”, a elevar papalotes. Vino a su
memoria dejando que apareciera una sonrisa espontánea en los labios, cuando juntos, enamoraron a
sus mujeres, Cuando ya casados, se hicieron compadres “apadrinando a sus
primeros hijos”.
Cómo no recordar sus francachelas en las
ferias del pueblo, sus aventuras en las cantinas y sobre todo, cuando juntos se
fueron de “mojados” a Texas. ¡Como sufrieron allá! Cuando se regresaron al pueblo por la
nostalgia y porque la “Migra” los
retachó a México.
Al parecer, los recuerdos aflojaron sus
ojos y, al mirar el estado deplorable de su compadre, gruesas lágrimas rodaron
de sus mejillas. Se sonó sonoramente la nariz
y. como un estallido en su cerebro, le llegó un deseo, ¡Que su compadre muriera, si es que iba a morir,
gozando!
Miró al moribundo y le dijo, con voz
fuerte y áspera:
- ¡Melesio! ¡Compadre! ¡No te estés haciendo pendejo! ¡Levántate y vámonos a la cantina! ¡Deja ya la pinche medicina que te está
empeorando! ¡Ya verás que con unas copas y emborrachándote, te vas a sentir
mejor!
Melesio, agónico, ni lo peló.
Luego, dirigiéndose a Chole, su comadre, le dijo:
- ¡Comadre!- ¡Vamos a vestir a
mi compadre! Tráigale su ropa nueva porque
ahorita, “en menos de lo que canta un gallo” vestimos a mi compadre y me
lo llevo a la cantina.
- ¡Está loco compadre!- ¡Mi viejo está muy malo! ¡Como se lo quiere llevar a la cantina si
apenas puede hablar el pobre! Dijo
Chole, alarmada.
Imagen de Internet
-¡Usted traiga la ropa! - ¡Mire!-
¡Al parecer a mi compadre le gustó la idea pues ya abrió más los
ojos! ¡Ándele coño! Yo le voy a ayudar a vestirlo.
Incrédula y no muy convencida, Chole trajo los pantalones nuevos y la guayabera que “había mercado” a unos
yucatecos en la feria del pueblo. La comadre, con mayor confianza por ser la
mujer, le puso los calzoncillos. El enfermo al parecer no oponía ninguna
resistencia, solo se le escapaba ocasionalmente un quejido.
Así, sin grandes esfuerzos, entre los dos
lograron ponerle los pantalones y la guayabera pero, al tratar de calzarle los botines, les dio trabajo. En ése
momento de dificultad, oyeron un
prolongado quejido del enfermo y Chole, espantada, le dijo a su compadre:
-¡Compadre! ¡Se lo dije!
¡Mire! ¡Mi viejo ya no
respira! ¡Ya se nos murió!
Melesio, asombrado, se percató que
efectivamente, su compadre estaba muerto pues ya no respiraba. Se hizo a un
lado de la cama y Chole, a gritos, llorando le dijo:
- ¡Ya se dio cuenta, compadre!- ¡Por su culpa! ¡Yo bien se lo decía! ¡Usted es el culpable! ¡Pobre de mi viejo!
Viejo matrero, Aniceto no quería aceptar
su culpa y dijo a Chole:
- ¡Comadre! ¡Yo no puedo tener la culpa! ¡Al contrario! ¡Usted debe estar agradecida!
- ¡Agradecida de qué compadre! ¡Ahora sí que me salió “el tiro por la culata”!
- ¡Pues debe agradecerme lo que hice por
mi compadre y por usted! - ¡Mire!- ¡Ya
terminamos de vestirlo! ¡Se imagina
usted que trabajo hubiera costado vestirlo cuando estuviera muerto pues, todos los muerto “se ponen tiesos”! ¡Ya ve usted, a mi Compadrito, que aún está
“fresquecito” y no se ha “entiesado”, le pudimos poner la ropa con la que lo
vamos a velar hoy y lo vamos a enterrar mañana!
Junio
diez del dos mil catorce
No hay comentarios:
Publicar un comentario