LA
LAGUNA ENCANTADA
(LA
LAGUNA DE NIXTAMALAPAN)
TOMÁS
USCANGA CONSTANTINO
Imagen tomada de Internet
AHÍ LA ve usté, a un
ladito del camino a Playa Azul, hundida en un foso como de misterio, ¡amarilla
amarilla! Unos dicen que porque la Virgen del Carmen ahí bajaba a lavar su
nixtamal, por eso la llaman también laguna de Nixtamalapan; otros dicen que la
Virgen venía a bañarse y por eso dejó la laguna toda pintada con el resplandor
dorado de su divinidá. Porque eso sí, la ve usté y queda como hechizado, como
atontado, por eso dicen que el que la ve una vez tiene que volver a ver. A mí
me pasó. `Taba yo chamaco cuando mi difunto apá me llevó montado en su caballo
por esos caminos. Se apeó de la bestia, me cargó a pilonchi y me dijo: mira, hijo, esta es la laguna encantada, aquí
es donde se viene a bañar la Santísima Virgen, por eso la ves así, tan
escondida y tan amarilla. Nunca se te vaya a ocurrir venir aquí solito. Porque
esta es un hervidero de chaneques que le cuidan el lugarcito a la Virgen y que,
si te descuidas, te atrapan y te pierden pa´ siempre. Me entró un frío en
todo el cuerpo y se me enchinó el pellejo del miedo por lo que me dijo mi apá;
pero no jue sólo eso, jue que me quedé viendo la laguna y ella solita me
espantó, se me clavó en los ojos como una espina desas que cuenta trabajo
sacarse del pellejo. Era como una mancha de soledá, rodeada de las sombras del
monte, y desde fondo sentí que una voz me llamaba pidiéndome que bajara, que me
quedara ahí, porque ese lugar algo tenía que ver con la sustancia de mi
interioridá. Mi espanto fue tan fuerte que me agarró obradera y andaba como
palo blanco chupado por el nagual. Me tuvieron que llevar con Tío Tabiano
pa´que me curara de espanto y él, después de la limpia. Le dio a mi difunta amá
las instrucciones de lo que tenía que hacer. Todos los días mi apá me ponía en
la frente su paliacate rojo lleno de sudor, y después de una semana mi amá me
llevo a la laguna grande, ahí donde forma su desembocadura y se vuelve río; ahí
había un puente viejo que hasta miedo daba pararse ahí, parecía que se iba a
destartalar… pos ahí me llevó mi amá con una flor roja y me dijo que la tirara
mero donde se forma la corriente. La tiré, y vi cómo el remolino le dio vueltas
primero y después la jue arrastrando hasta que la perdí de vista. “Ahí se va tu
enfermedá, hijo- dijo mi amá- ya estás bueno y sano”.
Antes de regresar, me
quedé viendo la laguna grande, esa inmensidá como de plata, brillante y
metálica como lámina de zinc, y volví a sentir la misma voz, el mismo llamado
que en la laguna encantada. Mi amá me apretó la mano y regresamos a la casa
apurados, porque ella tenía que seguir con su quihacer.
Ya le digo a usté. Eso me pasó a mí en la
laguna encantada; bueno, mejor decir en las lagunas, porque aquí hay varias.
Está también, la de Asmolapan, hundida en un foso también, verde como el jade…
y todas son encantadas…las ve usté y ahí se queda, como atrapado por una red
invisible… y las ve y las ve, y no las quiere usté dejar de ver nunca…
Después de eso que le cuento a usté que me
pasó de chamaco, muchas veces seguí diendo solito a ver las lagunas,
principalmente la grande, que yo digo que es como la mera cuna del pueblo.
Desde muchacho empecé a perderle el miedo a los chaneques, pero a lo que sí
nunca le he perdido el miedo es a la laguna, a esa forma que tiene de mirarme,
de llamarme, y yo la sigo y la sigo, y cuando me doy cuenta ya ando perdido
quién sabe por dónde. Por eso en mi poco entender, cuando me pongo a cavilar,
me digo que los chaneques los trai uno a adentro –bueno, los que somos de aquí-
y uno solito se pierde viendo tanta cosa bonita que hay por acá, ¿no cree usté?
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