EL
CHIVO BRUJO
RAFAEL
ALPUCHE RAMOS
Oriundo del suelo campechano, a cuyas
tradiciones ha vinculado si existencia pintoresca, este raro animal causó espantos
y congojas hace más de medio siglo. En vano trataríase de encontrar este
curioso ejemplar en las Enciclopedias ni en las sabías clasificaciones de
Lineo.
Su nombre, sin embargo, indica muy a las
claras, que algo debió haber tenido en su naturaleza, que participara de las
características del macho cabrío y que, además, poseyera la gran virtud de
conservar a los moradores campechanos, en constante zozobra espiritual. Porque,
¡ay! Infeliz mortal que tuviera la osadía de enfrentarse con este sujeto tan
original como pernicioso. Los
mayores de pobladas barbas blancas, le temían como al propio demonio y, a los
chicos se les ponía en orden amenazándolos con la presencia de este ser
supernatural a quien el sentimiento popular había consagrado como un émulo del
infierno. Los “policías” encargados de la “ronda” en la ciudad, sobre
corpulentas y bien nutridas cabalgaduras, tal vez aguijoneados por el propio
instinto de conservación, o, porque muchas veces es más pródigo en dádivas y satisfacciones
el hacerse desentendido que el querer saberlo todo, jamás se topaban con este
ente de diabólica estructura. Y, lo tunantes, filosóficamente truncaban sus
sentidas serenatas, y escabullían el cuerpo y el alma, al rumor de que se
aproximaba el temido Caballero de la Noche. Este casi mitológico animal rondaba
los suburbios, hurgando los misterios de las sombras. Pero no siempre, ni todos
los días, ni en días definidos; sólo incursionaba cuando menos se le esperaba y
en cualquier tiempo, pero a altas horas de la noche. De repente, como por arte
de magia, -pues a la magia negra pertenece la personalidad de este cornúpeta-
como una oleada quieta sobre un lago sereno corrían los rumores: “Oye, Chun,
dicen que anoche salió el Chivo Brujo”, dicho así, como para que quedara en
casa y para que no lo supieran todos los mortales del puerto. Pero, como todos
los secretos, el rumor se iba propagando de boca en boca; al caer la noche, al noticia
ya era del secreto dominio de toda la ciudad.
Dicho está. ¿Quién sería aquel majo que se
aventurara a la calle pasadas las once de la noche? Las damas, jóvenes y
viejas, pero especialmente estas últimas, se entregaban a la oración y se
disponían resignadamente al encierre casero, salvaguardando a sus mocetonas y
atisbando por las rendijas de las puertas, al través de la penumbra, de la
flama agonizante de los faroles, con ansia y temor a la vez. Acaso, los
campechanos de hoy, recordarán esta personalidad nebulosa de hace medio siglo
digna de compararse con la multiforme Xtabay.
Xtabay
Una mañana, al reflejo de la naciente luz
crepuscular, en el entonces gran escapado de San Francisco, en las vecindades
de la vetusta y benemérita iglesia del barrio; en aquella silenciosa explanada
del histórico Kin Pech, sobre la grama donde había llorado la noche sus
lágrimas de rocío, amaneció un cuerpo muerto de apuesto varón proletario. En su
semblante se dibujaba una risa sardónica, hirsuta la pelambre del cuero
cabelludo, los ojos ampliamente abiertos y desorbitados, tal parecía que el
cuerpo que dormía el sueño eterno, había entregado su alma en el regazo del
demonio. Cuchicheos por aquí; secreteos por allá; coloquios artificiales; miradas
austeras en torno del cadáver del mal afortunado joven….
La noche anterior había vagado en soltura
por los ámbitos de la ciudad el temido Chivo Brujo… ¿Sería que aquel cuerpo
inerte había encontrado la muerte en sus propias manos, en un arranque de
pasión amorosa, de decepción, de celo, de locura?... “El Chivo Brujo” –se
decía- “Se encontró con el Chivo Brujo” –murmuraban las gentes, sin detenerse a
hacer honras al desaparecido-.
“El Chivo Brujo”, es el caso, podía hacer
este milagro y más, con su sola presencia. Pues ¿qué ser humano podría resistir
el influjo de in Chivo bípedo, poseedor de una larga y peluda cola, dueño de un
par de grandes y filosos cuernos, semejantes a un par de bien afilados
machetes, con un par de ojazos de fuego que relampagueaban misteriosamente en medio
de las sombras de la noche? ¿Quién podría mirar cara a cara a este noctívago
sujeto, detener su miedo y permanecer con vida, al percibir el fragoroso ruido
de sus pesadas cadenas? ¡Pues tal era el “Chivo Brujo” hace medio siglo en playas
campechanas! ¡Peor que Lorencillo, Agramont o Pata de Palo! La presencia de
este misterioso personaje era necesarísimo en ocasiones, y todo mundo debería
recogerse contrito y confesado a horas tempranas de la noche; ¡Paso al progreso
y la civilización!
Eran los tiempos en que los buenos
comerciantes del puerto, sacaban tripas de mal año, a base de contrabando marítimo.
Pero un día, un buen día en que Dios no estaba para hacer milagros, “Chivo
Brujo” fue capturado con todo y su infernal arreo y complicada parafernalia, y
puesto en exhibición bajo los portales de la Comandancia de la Policía. Se
recogieron valiosos contrabandos de las bodegas, y “El Chivo Brujo” perdió,
desde entonces, todo lo que de brujo y chivo tenía; los campechanos recobraron
la tranquilidad por mucho tiempo perdida y el vulgo se dio cuenta de la verdad de
aquellos misterios…
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