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domingo, 29 de enero de 2012

LA LLORONA O CHOCATINEMI Antonio Fco. Rguez A.



LA LLORONA
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO


 Si caminas en las cercanías de manantiales, pozos y torrentes y escuchas  que alguien o algo está lanzando su horripilante alarido: ¡Ay mis hijos! Por amor de Dios, salva tu vida… corre. 




     La primera mención que se tiene de ella es el sexto de los presagios aztecas ocurridos diez años antes de la llegada de los españoles en que se comenta que se oía el llanto nocturno de una mujer que llamaba a sus hijos porque los había perdido por lo que fue llamada en  náhuatl yohualnenque/la que anda por la noche/, o bien chocatinemi/la que vaga llorando/. En efecto,  la Llorona era una mujer indígena que había tenido varios hijos ilegítimos. Cuando su último amante la traicionó y  la abandonó, ella llena de decepción, muina y tristeza, enloqueció y ahogó a sus hijos en un río. Después de muerta, como perdió el alma por sus malas acciones, Mictlancihuatl, la diosa y juez del Mictlán (el inframundo), recibió la visita de las Cihuateteo (mujeres que se convirtieron en diosas al morir durante su primer parto) quienes le pidieron que no era justo que a una mujer que mata a sus hijos la dejen descansar en alguno de los reinos ultraterrenos, así Mictlancihuatl  comunicó a su esposo Mictlantecuhtli sobre su negativa a recibirla en el reino de los muertos, por lo que no fue  admitida, y dejándola en el aire fue condenada a buscar a sus hijos por las noches, llorando siempre a gritos. En otras palabras, el aire está lleno de almas malévolas que vagan en agonía y que en consecuencia son peligrosas. Para los actuales nahuas, la Llorona es sin lugar a dudas un ehecatl (viento), un espíritu hostil capaz de penetrar en el cuerpo de quien se topa con ella y de producirle la muerte. Debido a su doble pérdida, de marido e hijos, ahora envidia a las que son más afortunadas que ella. Por esta razón “hace que los casados peleen y que sean infieles los que van a casarse”; a ambos les hace perder su tranquilidad. Es evidente que al atacar a los hombres de otras mujeres es una manera de atacarlas a ellas mismas. La llorona es invisible solo hasta que se les aparece a sus víctimas, pero hace esto para engañarlas. Nunca se aparece como lo que es, sino como una hermosa mujer que “vuela sutilmente por el aire” y “anda como el aire”. Es alta, morena, tiene el pelo negro, suelto y largo hasta la cintura y va vestida de blanco. Seduce con su cuerpo húmedo recién bañado. Algunos sostienen que vista de lejos es de extraordinaria belleza, pero de cerca todos concuerdan en que tiene facciones esqueléticas. En ocasiones, el viento anticipa su presencia. Su aliento helado hace enchinar la piel, y la sonoridad de su llanto angustiante dejando en el aire su interminable y estremecedor grito de dolor, nos electriza todo el cuerpo:

¡Aaaayyyy!

¡Ay mis hijos!, ¡ay mis hijos!

¡Aaaayyyy!, ¡Ay mis hijos!

¿Qué hice? ¿Dónde están?

     Con el objeto de mantener el interés del seducido, la mujer encubre y devela ciertas zonas de su rostro o cuerpo. A veces deja ver sólo los ojos que brillan como carbones encendidos, o bien, se envuelve en una sábana o en su largo cabello volátil. El sólo hecho de mirarla puede provocar trastornos físicos y mentales: se puede sentir un escalofrío y empezar a sudar, y ver que esta mujer ya no es tan  bonita, sino solo un esqueleto con los pelos parados, al que cubre un vestido sucio y desgarrado.  Atrae a los hombres con sus encantos, o como una persona en la que se puede confiar, apareciéndole como la esposa o como la novia diciéndoles con frases seductoras y persuasivas cómo -“quédate conmigo”, “ven conmigo, ven a mis brazos” y haciendo una señal para que la sigan les dice -“ven, ayúdame, te necesito” y cuando incitados, y con la mirada hipnotizada,  la siguen en el camino abierto de ese espacio sin límites que es la oscuridad, éstos parranderos generalmente borrachos e indefensos,  que están descuidando a sus esposas e hijos, son llevados a lugares peligrosos, empujándolos a ríos o barrancos. Mientras la siguen  la voz y el cuerpo de ella envueltos en bruma y en viento aparecen y desaparecen. Sólo se alcanza a distinguir el paso sinuoso de sus voluptuosas piernas que “les brillan muy bonito”.  A menudo los encuentran enloquecidos golpeados, arañados, sin sentido y mudos de susto o  ya muertos y con el cuello torcido.
     


     Se dice que pese al miedo de  mirarla, por suponer que su cara es espantosa, algunos hombres deciden de antemano tenderle una celada para atraparla, pero la mujer se les escapará de las manos, porque no hay cuerda alguna que pueda amarrar al viento. Pero, si me lo permiten, puedo decirles que arrojándole agua bendita la pueden convertir en una estatua de piedra.  ¡Pero, cuidado, que no la toque ningún hombre ebrio o infiel, porque entonces ella nuevamente tomará  “vida” para matarlo! 





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