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jueves, 24 de septiembre de 2015

MI PRIMER CONSULTORIO PARTICULAR Antonio Fco. Rguez. A.

MI PRIMER CONSULTORIO PARTICULAR
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO



     Cuando quise iniciar mi trabajo como médico particular, monté un pequeño consultorio en una población del Sureste Mexicano. Personalmente me encargué de acondicionarlo, teniendo en el mismo espacio de 3.5X7 m. una pequeña sala de espera, mi área de consulta y de cirugía menor y partos.



     Gracias a la Divina Providencia desde el primer día de inauguración tuve mi primer paciente, obvio que me persigné con mi primer pago, y lo puse en un pequeño marco de madera como algo significativo y sagrado.


     A partir de entonces, nunca dejé de tener pacientes, llegando a un promedio de 12 a 15 pacientes diarios. Atendía también a domicilio, para esto preguntaba sobre las molestias del paciente y preparaba mi botiquín con el medicamento pertinente. Usualmente dejaba al paciente estable, y regresaba a mi consultorio.


     En menos de 15 días atendí mi primer parto en el consultorio, la paciente, ahora primípara, quedó tan agradecida que me recomendó con sus familiares y con sus hermanos de religión.



     Atendía a niños, adultos y a ancianos. Y me esmeraba en darles calidez y calidad. Algunos representantes farmacéuticos llegaban a ofrecer sus productos a los médicos particulares, sólo acepté los más éticos. De esta manera manejé el famoso “minibotiquín”, el paciente se retiraba ya con sus medicamentos.


     Llegué a ser nombrado por algunos de mis pacientes como: “El médico de una sola receta”. Poco a poco  empecé a atender a la gente pudiente, y a parientes de médicos del mismo lugar.


     Cierta tarde llegó a la consulta un matrimonio joven para atención prenatal, ella refería cursar según FUR (fecha de última regla) con 16 semanas de gestación, asociada a crecimiento abdominal, mareos, vómitos, cefalea, dolor de piernas, etc. Al realizar la exploración ginecológica noté ausencia de producto en cavidad uterina y obviamente de latido fetal. Vi tan entusiasmada a la pareja  que fue algo difícil para mí explicarle que se trataba de una pseudociesis (un falso embarazo), el deseo vehemente de tener un hijo es  el principal agente causal de este trastorno obstétrico. Noté la consternación en sus rostros, sobre todo en ella. Les sugerí a la pareja buscar apoyo psicológico para su estabilidad emocional.

Imagen de Internet

     Una de las cosas que más disfrutaba era el atender a los ancianos, en una ocasión llegó una señora cuarentona y me dijo: ¡Doctor aquí le dejo a mi mamá en lo que me estaciono, por favor háblele fuerte porque casi no escucha! Yo siempre acostumbrado a hablarles en tono un poco bajo, le di los buenos días y le pregunté: ¿Qué te pasa amorcito, qué molestias tienes? Me explicó sus dolencias. Y en un momento dado le pregunté: ¿Corazoncito por qué dice tu hija que no escuchas? Ella se puso muy nerviosa y me dijo: ¿Doctor por favor no le diga a mi hija que yo escucho bien? Sonriendo le contesté: ¡No te preocupes amorcito, es un secreto profesional, OK! Casi por finalizar llegó la hija, le di el diagnóstico y el tratamiento que debía tomar la viejita. Y cuando me preguntó sobre su sordera, le dije: ¡Es una clásica hipoacusia provocada por otosclerosis, es por la edad! Muy emocionada la viejita me tomó la mano y me dio un beso en ella. Para mí fue una gran bendición.

       Pero no todo eran bendiciones...


     Un día, después de atender a un paciente, vi que había trapos ensangrentados en mi salita de espera, cosa que me dio mala espina, intuí que era un “trabajo” y a partir de ese incidente empezó a bajar mi consulta. Alarmado puse en práctica todo lo aprendido en Catemaco sobre “contras” más no fue suficiente para contrarrestar el daño ya hecho.


     Pero eso no era todo: las noches de martes y viernes escuchaba “rezos” sobre la puerta que daba  a la calle y momentos después el gran perro negro de la casa anexa ladraba, desgarraba y golpeaba furiosamente con su cuerpo la puerta del consultorio que daba a ella. Armándome de valor con todas mis fuerzas le grité: “Vade retro” y como si fuera una palabra mágica el perro dejó de manifestarse, desapareció...

     ¡Lo más increíble es que a la mañana siguiente  no se apreciaran las huellas de las garras sobre la puerta! ¿Sería alucinación y delirio de un estado psicótico, creado en mi caso por mis creencias mágicas y supersticiosas?

     ¡OK! ¿Pero entonces, cómo justifico la tremenda baja en la Consulta?

   ¡Las fuerzas del mal actúan objetiva y subjetivamente!


     Me hablaron de un chamán maya de Hecelchakan y fui a buscarlo, él dentro de toda su parafernalia usó una gallina negra de 21 días de nacida, y así quitó el maleficio; al terminar me dijo: ¿Quiere que le diga el nombre del que le hizo la brujería? Le respondí que no era necesario, yo estaba casi seguro de quién lo había hecho.


     Y en efecto, días antes de inaugurar mi consultorio fui con una amiga a comprar a una ferretera, cuando sentí que un individuo un poco mayor que yo, me miraba con coraje. Me acerqué a mi amiga y le susurré al oído: ¡Con disimulo voltea a ver al tipo de la entrada y dime si es un médico! Y me contestó: ¡Sí, es el doctor X!


     Nunca tuve la oportunidad de tratarlo, más sin embargo, me hice gran amigo de otros médicos de la localidad, a los cuales aún recuerdo con gran afecto.


     La consulta no se normalizó al 100%, dicen que después de un accidente nada es igual. Solo hasta ahora, me he puesto a analizar que después de que el chamán quitó el maleficio, debí de haberle pedido un amuleto o sortilegio para que todo fuera mejor que nunca.



     La envidia y la maldad son cosas comunes y debemos de estar preparados para  enfrentarlas y vencerlas.



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