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viernes, 23 de junio de 2017

EL YAGUARETÉ Y LA AMAZONA Antonio Fco. Rguez. A.

EL YAGUARETÉ Y LA AMAZONA
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado

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     Al alba, en ese paradisíaco claro de selva, entre zumbidos de insectos, trinos y gorjeos de aves, y aullidos de saraguatos, la hermosa amazona abrió los ojos dándose cuenta que su amado se había ido. No tuvo mucho que esperar, pues aún antes de que saliera el sol, él regresó con un par de gallinas salvajes en su hocico. Él era alto y de fuerte constitución física, con piernas robustas y anchas espaldas. Excelente cazador y recolector. Su sola presencia la reanimó. Lo abrazó y le llenó la cara de  besos.


     Esta vez le tocó a él ir por la presa. Otras ocasiones, ella era la encargada de hacerlo. Desplumó las gallinas, se metió al jacal para prepararle un rico y aromático café silvestre, el cual tomaron bajo una enramada anexa al jacal. Hablaron sobre lo bien que estaban sus hortalizas y sus árboles frutales.   Posteriormente salieron a ducharse y a jugar en un pequeño estanque que formaron las cristalinas aguas que dejaban ver el lecho arenopedroso del río.


     Cuatro años antes: un barco pirata, que traía mujeres para mercar, se vio amenazado por fuerte tormenta, decidieron meterse al Río Amazonas. Y un rayo cayó sobre él alcanzando el depósito de la pólvora. El barco estalló en un centenar de pedazos.


     Dos días después, un joven nativo notó a una mujer tendida sobre un gran madero que flotaba en la fuerte corriente del río. Se dio cuenta que era prácticamente imposible lanzarse al río para salvarla. Él, acababa de perder a su padre asesinado, por unos madereros, por ser un chamán que protegía la selva. Lleno de preocupación invocó al alma del padre, para poder auxiliar a la mujer. Momentáneamente y por primera vez en su vida sintió una gran transformación de su cuerpo. Se había convertido en un poderoso yaguareté. Se lanzó por la joven, depositándola en la orilla. Al acercarse para levantar el cuerpo inconsciente de la joven se percató, aún dentro de la lividez de su rostro, de su gran belleza, quedando prendado de ella. Y nuevamente sintió esa extraña sensación corporal retomando su forma humana.

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     Estuvo varios días cuidándola, pidiendo por ella a los dioses de la selva, y a las almas de sus ancestros, y sahumando con exóticas plantas su jacal hasta que ella recobró el conocimiento, dándole entonces a tomar tisanas que la restablecieran. Ella nunca tuvo a donde ir, por lo que optó por quedarse a vivir con su salvador. Él le enseñó todos los secretos de la selva, lo bueno y lo malo. La adiestró como una guerrera más, enseñándole las trampas para los animales, el uso del machete, de la cerbatana, y del arco y la flecha.


     La codicia y la maldad del hombre blanco son ilimitadas. Los mismos madereros que dieron muerte a su padre hallaron el refugio de la pareja y empezaron a observarlos. Se dieron cuenta del enorme poder del joven y tramaron como acabar con él, ya que las balas comunes y corrientes no les garantizaban matarlo. Pasaron los días y el joven percibió en el ambiente una nociva amenaza. Esperó una noche sombría y sin avisar a su compañera, se transformó en yaguareté y salió a explorar el entorno selvático, encontrando a pocas millas de distancia al pequeño grupo formado por 3 individuos, se encontraban acostados alrededor de una hoguera. Se acercó de la forma más sigilosa posible, pero no fue suficiente, no contaba que había un cuarto hombre, el cual estando de guardia lo descubrió y le asestó tremendo golpe en la cabeza haciéndole perder el conocimiento. Lo maniataron fuertemente, en espera de matarlo en frente de los indígenas que tenían como esclavos para que sirviera de escarmiento a sus rebeldías.

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     La joven al darse cuenta de que la hamaca de su pareja estaba vacía. Cogió  la cerbatana y unos dardos venenosos, y salió a buscarlo. Llegó hasta el improvisado campamento, y acercándose a una distancia prudente de los blancos disparó varios dardos con curare, provocando la muerte por súbita y espantosa asfixia de dos de ellos. Al quedarse sin dardos,  fue perseguida por los otros dos hombres quienes la aprehendieron, y maniataron junto al joven. Éste que ya había recobrado el conocimiento se dio cuenta de que a ella no la habían atado lo suficientemente fuerte. Y aprovechando que sus captores cabeceaban de cansancio y sueño. Le hizo señas a la joven para que lo viera fijamente a los ojos. Al hacerlo, la joven sintió la fuerte mirada que la penetraba hasta su cerebro, obnubilándola y sintió retroceder hasta antes de la explosión del barco pirata, viendo en ese viaje alucinante cómo él la había rescatado de morir ahogada; de cómo la atendió y pidió a sus deidades y ancestros por salvar su vida.  Y de cómo le había compartido sus conocimientos sobre la selva. Al final de este viaje, y llegar al momento presente, se dio cuenta de que él la seguía viendo con la misma energía de su mirada. Ella sintió un potente ímpetu en su interior, como si su propia sangre viajara a grandes oleadas y estallara con fuerza, como en riscos, en todas las células de su cuerpo. El cual se estremeció y sacudió en medio de fuertes y dolorosas convulsiones, hasta convertirse en una yaguareté. Rompió sus ligaduras al mover los brazos, al final de los cuales tenía unas filosas y fuertes  garras. Se lanzó contra los dos hombres, cercenándole a uno el cuello con un tajo de sus garras y  al segundo le arrancó el corazón, con las mismas garras. Se acercó a su amado y le ayudó a desatar sus ligaduras. Se vieron con cariño y ternura, y en recíproca gratitud y amor se unieron, como nunca antes lo habían hecho en toda su vida, fundiendo sus almas en un fuerte y apasionado abrazo.

    Fueron hacia donde se encontraban los indígenas esclavizados, quienes habían sido testigos de todo lo ocurrido. Los liberaron de sus férreas y pesadas cadenas, y éstos en agradecimiento se unieron a la pareja que los había salvado.


     Echaron a las llamas los corazones aún vigorosos y palpitantes de las víctimas para que el fuego quemara toda la maldad contenida en ellos. Y los cuerpos los alejaron de la fogata para que los animales salvajes de la selva hicieran su festín, terminando así sus malos recuerdos.

          Sabiendo que esta parte del mundo no era para ellos, la pareja decidió irse a vivir  en  el recóndito corazón de la jungla y sólo ocasionalmente se  volvió  a saber de ella.





Xalapa, Ver. México 29.05.16

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