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viernes, 29 de noviembre de 2013

ASHAVERUS, EL JUDÍO ERRANTE

      MILENARIO ANDAR         (EL JUDÍO ERRANTE)
SALVADOR HERRERA GARCÍA

Hace casi veinte siglos que ando errante por el mundo, sin experimentar cansancio, sin envejecer y sin poder morir. Así cumplo mi condena.
Soy testigo del transcurrir milenario. He visto nacer y desaparecer generaciones, y erigirse y derrumbarse imperios. Me ha tocado compartir vicios y virtudes, pena y alegría, maldad y nobleza, egoísmo y generosidad, cobardía y valentía. Miedo y heroísmo, pesimismo y esperanza, odio y amor, traición y lealtad, locura y razón…
De paso, he estado en inhóspitas villas y populosas ciudades, pernoctando en chozas o palacios, saciando mi sed con agua o vino y alimentándome con mendrugos o manjares. Oculto mi identidad en mil nombres y rostros. Según las circunstancias, me transformo en niño o anciano para confundirme entre la gente común de cualquier pueblo del planeta.
He atravesado altas cordilleras, extensos desiertos e impenetrables selvas. Me ha sido permitido contemplar la aurora boreal del ártico, sentir el candente sol del trópico y la soledad infinita de las pampas. Una vez, dormí a las sombra de las milenarias pirámides y desperté en el dorado amanecer de Samarcanda… Acaso el tiempo habrá borrado muchas de mis huellas, pero algunas han quedado eternizadas en las arenas del Sahara.
¡Si contara todo lo vivido…! A veces gusto recordar lugares o seres conocidos en mi largo andar… En Patmos vi al solitario Juan escribir su libro apocalíptico. En China caminé junto al viajero Marco Polo. Con Solimán entré a Constantinopla. En la batalla de Lepanto auxilié a un soldado español herido, apellidado Cervantes. Y en Maguncia vi a un tal Gutemberg imprimir el primer folio de la Biblia.
Fui gladiador en Roma. Anduve en las Cruzadas. Estudié los grimorios de las artes negras, practiqué la alquimia y poseí la piedra filosofal. Vi edificar la plaza de San Pedro; observé pintar a Leonardo, y a Miguel Ángel esculpir el Moisés. Fui alarife en la construcción de catedrales y castillos. Navegué por los siete mares; luché con dragones, grifos y endriagos; me bañé en la fuente de la eterna juventud y contemplé el brillo de Cíbola, la ciudad de oro…He sido acompañante de demonios, santos, sabios, predicadores, profetas, magos, juglares y tunantes…
Anduve entre quienes descubrieron y conquistaron el Nuevo Mundo. En Tenochtitlan, una noche consolé al capitán Cortés que lloraba su derrota. En París vi tomar la Bastilla… Y me acuerdo de una grata velada, cuando jugué a las cartas con una pintoresca anciana llamada Platona, en un remoto pueblo a orillas de un hermoso lago…

He sobrevivido todas las batallas porque soy inmune a lanzas, ballestas y balas… Recuerdo dos grandes guerras; la última bajo la insignia de una cruz gamada, donde cerca estuve del líder loco que exterminó a millones de mis hermanos de raza. Y rememoro con terror una mañana, en el oriente, cuando me deslumbró un resplandor mortífero…bomba atómica lo llamaron.
Conozco todos los oficios, lenguas y saberes. Puedo invocar a los muertos. Sé descifrar los enigmas y la suerte de los mortales. En mí se resume lo noble e innoble del género humano. Pero con lo abyecto, también he compartido los logros del hombre, sus avances científicos, sus obras artísticas y materiales… y su afán por conquistar las estrellas.
Espero el término del siglo para que finalice mi condena que comenzó el año 33 de esta era… Un día, en mi natal Jerusalén, yo presenciaba el paso de un condenado a muerte que se decía “enviado del padre”. Lo vi caer y con improperios lo apuraba a levantarse. Recuerdo que le dije:
-- ¡Impostor ¡ Levántate… Anda, que es largo el camino hacia el Calvario…
Entonces, el reo levantó su rostro ensangrentado y clavando en mis ojos su penetrante mirada, sentenció:
-- ¡ Tú, Ashaverus…! Andarás errante por todos los caminos, hasta que yo vuelva, al final de los tiempos…
Por un instante, la multitud se olvidó del reo y coreó mi nuevo apelativo: ¡Ashaverus! Desesperado corrí y comencé mi largo andar. Tres días después supe que el hombre que me sentenció, el que murió en la cruz, había resucitado… En verdad era el Hijo de Dios… Una tarde volví a encontrarme con él en los campos de Emaús, pero no tuve valor para mirarle a la cara…
Me resigné a adoptar el nombre de Ashaverus, “el que rechazó a Dios”; pero soy más conocido como “el judío errante”, el que sobrevive por los siglos, sin rostro ni sombra. De vez en cuando, alguien asegura haberme visto o tener pruebas de mi paso… puede ser; aunque el transcurrir del tiempo me ha convertido en mito y personaje siniestro de fantásticos relatos…
Condenado a “andar errante por todos los caminos”, espero que ocurra el Juicio Final, tan anunciado por los profetas… Ese último día volverá a la tierra aquel que me condenó; entonces terminará este andar que lleva casi dos milenios…
Mientras espero... yo, Ashaverus… sigo mi errabundo destino.

©SHG.2000


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