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miércoles, 19 de abril de 2017

JEAN DAVID NAU “EL OLONÉS” Antonio Fco. Rguez. A.

JEAN DAVID NAU “EL OLONÉS”
El más despiadado de los Piratas del Caribe
  
Imagen de Internet

Capitán Jean David Nau, alias Francis L’Ollonais. Francés nacido en Les Sables d’Ollone.  En su juventud fue deportado a la isla francesa de Dominica con un contrato de aprendiz. Habiendo cumplido su servicio L’Ollonais partió a la Isla de La Española y se unió a los bucaneros que vivían allí dedicados a la caza de ganado salvaje y a secar su carne o boucan.


     Posteriormente realizó varios viajes como marinero de trinquete y se desempeñó con tal destreza y arrojo que el Gobernador de la Isla de Tortuga, Monsieur de la Place, le entregó el mando de un barco y lo envió a buscar fortuna.


     Al comienzo el joven bucanero obtuvo grandes éxitos y apresó muchos barcos españoles, pero a causa del bárbaro tratamiento que daba a los prisioneros pronto se extendió la fama de una crueldad que nunca se ha visto superada. En la cumbre de su fortuna su nave naufragó durante una tormenta y, aunque la mayoría de los piratas ganaron tierra, enseguida fueron atacados por una partida de españoles que los mató a todos excepto a L’Ollonais. El capitán se salvó, tras ser herido, embadurnándose la cara con sangre y arena y ocultándose entre sus compañeros muertos. Cuando quedó solo se internó en el monte y esperó a que sanaran sus heridas. Disfrazado de español entró en la ciudad de Campeche, donde ardían hogueras y tenían lugar otras manifestaciones de público alivio con las que los ciudadanos festejaban la noticia de la muerte de aquella peste de L’Ollonais.


     El fugitivo encontró a varios esclavos franceses con los que planeó escapar aquella noche en una canoa, lo que lograron, regresando finalmente a Tortuga, la plaza fuerte de los piratas. Allí el emprendedor capitán robó una pequeña embarcación y salió de nuevo a cuenta, pillando los principales productos de tabaco, azúcar y pieles de un pueblo llamado De los Cayos, en Cuba. Cuando el Gobernador de La Habana tuvo noticia de la llegada del famoso y, en apariencia, resucitado pirata, envió un navío bien armado para capturarlo, agregando a la tripulación un verdugo negro con instrucciones de ahorcar a todos los piratas excepto a L’Ollonais, que debía ser llevado a La Habana vivo y encadenado.


     Sin embargo no fueron los españoles quienes apresaron a los franceses, sino lo contrario, y todos fueron asesinados decapitándolos, incluido el matarife negro, salvo un hombre que fue enviado con una carta al Gobernador en la que L´Ollonais le comunicaba que en adelante mataría a todo español que cayera en sus manos.


   En breve L´Ollonais organizó una expedición más ambiciosa, asociándose con el célebre filibustero Michael de Basco y reuniendo ocho barcos y unos cuatrocientos hombres. En 1667 navegó hasta el Golfo de Venezuela, se internó en el lago y destruyó el fuerte que custodiaba la embocadura. Desde allí se dirigieron a la ciudad de Maracaibo, donde encontraron que todos sus habitantes habían huido aterrorizados. Los filibusteros atraparon a muchos de los pobladores que se ocultaban en los bosques vecinos y mataron a muchos con la idea de hacer confesar al resto dónde se encontraba escondido el tesoro. Luego marcharon, hacia la otra orilla del lago, sobre la ciudad de Gibraltar y la atacaron. Los españoles se defendieron denodadamente hasta la noche, cuando, tras sumar quinientas bajas, capitularon. La ciudad fue metida a saco durante cuatro semanas y sus habitantes masacrados, mientras la tortura y la violación se sucedían día tras día. Por fin, para alivio de los desdichados habitantes, los bucaneros zarparon hacia la Isla de Corso, lugar de cita de los bucaneros franceses, con un enorme botín. Allí repartieron los despojos, que ascendieron a la cifra de doscientas sesenta mil piezas de a ocho, de las que correspondieron cien a cada hombre, además de vajilla, seda y joyas.

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     También se asignaron lotes para los allegados de los caídos y recompensas extraordinarias para los que habían perdido un ojo o un miembro. L´Ollonais era ya extremadamente famoso entre La Cofradía de los Hermanos de la Costa, y comenzó los preparativos de una expedición aún más osada contra la costa de Nicaragua, en la que rapiñó e incendió sin compasión, cometiendo las más repulsivas atrocidades con los pobladores españoles. Bastará con poner un ejemplo de los actos inhumanos de este monstruo. Sucedió que después de asaltar y masacrar a los habitantes de Puerto Caballos, se internaron tierra adentro y atacaron a la ciudad de San Pedro, los bucaneros habían caído en una emboscada en la que habían muerto muchos, si bien los españoles acabaron retirándose y huyendo. Los piratas mataron a la mayoría de sus prisioneros pero dejaron algunos con vida para que L´Ollonais los interrogara sobre otra vía para alcanzar la ciudad. Como no lograba obtener ninguna información de estos hombres, el francés desenvainó su sable y abrió de un tajo el pecho de uno de los españoles, le sacó el corazón palpitante y comenzó a darle dentelladas y a roerlo como un lobo hambriento, mientras decía a los otros prisioneros: “Otro tanto os he de hacer si no me mostráis el camino”.


     Imagen de Internet

     Poco después de esto muchos de los bucaneros se separaron de L´Ollonais y se hicieron a la vela al mando de Moses van Vin, el segundo de la flota. L´Ollonais se dirigió a la costa de Honduras y llegó al cabo Gracias a Dios. Navegó hacia el sur en su gran barco para la Isla de Las Perlas, en donde desembarcó en busca de alimentos y agua. Su aventura iba de mal en peor. La ínsula carecía del preciado líquido en abundancia y por habitantes tenía a unos indios que si por algo se distinguían era por su ferocidad. De uno de los piratas que se internó en busca de caza, al día siguiente sus compañeros encontraron únicamente las manos y los pies mal asados: la víspera los indios se lo habían comido.


     Cuando El Olonés cargó con los víveres y con el agua que difícilmente pudo conseguir, levó anclas, pero su nave, al alejarse de la isla, chocó contra unos arrecifes. La embarcación quedó tan maltrecha que decidieron abandonarla, no sin antes quitar de ella los clavos y demás objetos que pudieran servirles para fabricar una barca.


     Pese a la ferocidad de los indios y al recuerdo del pirata que sirvió de almuerzo, los náufragos se refugiaron en la isla. Diez meses permanecieron en ella viviendo de la caza, de la pesca y de los alimentos vegetales que pudieron conseguir, en tanto que construían la lancha, y cuando estuvo acabada no podía trasportar más que a la mitad de los bucaneros sobrevivientes, pues las enfermedades y los ataques de los indios que gustaban de carne humana, iban en aumento. Se echó a suertes quién partiría y quién se quedaría.



     Los piratas  se alejaron de la isla con la idea de atacar a Cartagena.  El clima y el tiempo que tuvieron por vecinos a los caníbales de la isla, seguramente que turbaron la mente del Olonés y sus secuaces. ¿Cómo fue que intentaron atacar a Cartagena, si tan sólo disponían de unas armas y una barca? Cuando llegaron a la costa del Darién, la sed y el hambre los obligó a desembarcar. Encontraron en la playa a los indios Kuna, los más salvajes de todo Centro América. Cuando los nativos tuvieron cerca a los piratas, los atacaron. Unos lograron regresar a la barca, pero otros quedaron prisioneros, entre ellos El Olonés que se defendió como nunca, pues sabía el fin que le esperaba. Cuando los indios lograron dominarlo, lo amarraron a un tronco y lo acercaron a una hoguera en tanto que el rufián gritaba cuantas maldiciones sabía.


     Cuando estuvo bien asado los indios se lo comieron. “No quedó rastro ni memoria de tan infame e inhumana criatura”. Así murió este monstruo de crueldad. Semanas más tarde hicieron lo mismo con los otros prisioneros, no sin antes ponerlos en engorda, pues les parecieron demasiado delgados para calmar su apetito.


     Los piratas que huyeron en la barca, en el cabo Gracias a Dios recibieron auxilio de otros malhechores.


      Por su odio y crueldad hacia los hispanos fue nombrado “The Flail of the Spanish” (El Flagelo de los Españoles).



BIBLIOGRAFÍA
Quién es quién en la Piratería. Philip Gosse. Primera edición en español: Editorial Renacimiento (Sevilla, España), 2003.

Piratas de la América. Alexander O. Exquemelin. Primera Edición y prólogo de Manuel Sol. CONACULTA, México, D. F. 2012.


Los Piratas del Golfo de México. Francisco Santiago Cruz. Editorial Jus, S. A. México, D. F. 1962.


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