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jueves, 27 de abril de 2017

CASADO CON UNA BRUJA Antonio Fco. Rguez. A.

CASADO CON UNA BRUJA
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado
  

Imagen de Internet

El campesino regresaba cansado después de haber trabajado su milpa casi todo el día. Le alcanzó la noche y las sombras de la oscuridad se hicieron tan densas que el pobre hombre más bien caminaba a ciegas,  orientándolo su instinto desarrollado después de haber andado miles de veces el mismo sendero que lo regresaba a casa. Ensimismado en sus pensamientos por querer llegar a tumbarse en su hamaca, no supo de dónde salió esa bola de fuego,  que pasó rozando su cuerpo, espantándolo y haciéndole perder el equilibrio, cayendo  sobre su espalda. La bola vino a estrellarse contras unos árboles de cópite, o siricote, provocando una gran llamarada cuyo resplandor hizo relumbrar el color ígneo de sus flores y quemó algunas de sus hojas de lija las cuales convertidas en cenizas se desprendían de las ramas.


     Absorto, se quedó mirando como el fuego crecía y decrecía, y se asombró que, surgiendo del corazón de las llamas, apareció ante él la mujer más hermosa que haya visto en toda su vida. Ella se dirigió hacia él, diciéndole palabras cariñosas, con una melosa voz, que lo subyugaba de amor. Él, incitado de deseos la abrazó con todas sus fuerzas, entonces ella convirtiéndose en una gran guajolota se escurrió debajo de ese abrazo y velozmente huyó hacia la negra espesura del monte. Él, espantado quedó inmóvil  un par de minutos y cuando salió de ese trance, lo primero que hizo fue correr golpeándose en esa negrura contra un árbol, perdiendo el conocimiento.  Al día siguiente, despertó con todo el cuerpo arañado y adolorido y la ropa destrozada. Y al borde de una inmensa cueva que dejaba ver debajo una profunda cañada.


     Pasaron alrededor de tres días para que él pudiera reencontrar el camino a casa. Sus amigos y parientes, al verlo en tan lastimosas condiciones lo llevaron con un curandero que le quitó el espanto, regresándole el ánima a su cuerpo. Dos semanas después él, se hallaba completamente restablecido. Pero, cada vez que miraba a una mujer hermosa se llenaba de pavor, recordando su horrible experiencia. Años después, buscó entre las mujeres físicamente menos agraciadas, a una para casarse con ella.


     Al comienzo todo era dicha, ella era muy hacendosa y excelente cocinera, llegando él a enamorarse de esta mujer. Al paso del tiempo, empezó a notarle, preferentemente al despertar, que despedía de su boca un aroma a sangre, y presentaba restos de carbón en su dentadura. Y el colmo fue esa mañana en que dormida le vio en lugar de piernas, unas patas de guajolote. Preocupado, consultó al más anciano de la aldea, el cual le dijo que tuviera mucho cuidado pues su esposa era una bruja. Antes de despedirse, el anciano le explicó cómo podía acabar con ella. Muy decepcionado, al ver que se había equivocado en elegirla como esposa,  regresó con cierto temor a su casa.


     Desde entonces, se puso a vigilarla. Y se dio cuenta de que al igual que todos los nahuales, ella no ingería sal en sus comidas. Y finalmente, una medianoche, oscura y sin luna, la sintió salirse muy cautelosamente de su hamaca y dirigirse hacia el patio de la casa, en donde quemó unos trozos de leña, saltó tres veces sobre el fuego, apartó un poco de carbón y dejó que el resto se redujera a cenizas. Una vez que se enfriaron las llamas, ella se botó al suelo revolcándose en las cenizas. Se jaló una larga hebra de sus negros cabellos, y con la misma rodeó y cortó desde la altura de sus muslos las dos piernas las cuales escondió, poniéndose en lugar de ellas un par de patas de guajolote. Guardó un par de carbones en sus ropas, que en caso de cansancio los ingeriría para recobrar las fuerzas. Tomó dos pequeños petates y los usó como si fueran alas  y pegando grandes brincos se marchó de ahí, para empezar a realizar sus fechorías, robar y comerse las gallinas, pero su alimento preferido es la sangre de los niños recién nacidos. Chupar la sangre prolonga la vida de los nahuales.
  

     Imagen de Internet

     Así en forma de una gran ave; revoloteando se para en el techo de una casa, y lanzando un silbido largo y tenue, suelta un hilo largo hasta el corazón de la víctima y le chupa la sangre, varias noches consecutivas, mostrándose sus pequeñas víctimas pálidas y llorosas. Los niños son frecuentes víctimas de estos y otros naguales. Los pobladores en defensa contra las brujas  ponen tijeras y cuchillos debajo de la cama o la estera, o frente a la puerta de la choza para evitar que ellas puedan adormecer a los perros y a las personas que vigilan a los niños.


     Pueden ser también vistas como relámpagos o bolas de fuego, porque traen una luz encendida dentro del abdomen.


     El marido, recuperado de la fuerte impresión de ver como se transformó su mujer, buscó las piernas que ésta había dejado escondidas y les puso una sal tratada o embrujada dada por el curandero y finalmente las tiró a la lumbre para que se consumieran. Al momento que lo hacía recordaba las palabras del viejo curandero: -Si alguien encuentra las piernas humanas que fueron separadas del cuerpo y las destruye, produce la muerte de la hechicera, que es incapaz de recuperar su verdadera forma.


     Días después fue a buscar a su mujer y encontró su cadáver sin piernas. Las patas de guajolota se le salieron al irse muriendo. El resto de su cuerpo estaba intacto, pese a la presencia de algunos zopilotes, pues éstos no digieren la carne de nahual.



     El pobre viudo, nunca más volvió a casarse…


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