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jueves, 9 de febrero de 2017

MIS TÍOS MANUEL Y CARLOTA Antonio Fco. Rguez. A.

MIS TÍOS MANUEL Y CARLOTA
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado

Con Carlota Rodríguez y Toñita Alvarado  

De niño recuerdo con qué alegría esperaba que llegaran mis tíos Manuel Miravete Torres y Carlota Rodríguez de visita a casa. Él era un coronel jubilado, y era tío de mi madre. Ella era una mujer guapísima, güera, de ojos azules, se habían conocido en Monterrey, de donde era ella. Radicaban en el puerto de Veracruz, y una o dos veces al año, se pasaban una semana con nosotros, en Catemaco.

    Mí tío tenía unos terrenos en "Cacahuateno", al otro lado del puente, los cuales se lo cuidaba un señor de apellido Zetina.


     Mi tía, propiamente venía a dejarlo y regresaba por él, pues atendía un restaurante en el puerto y como ella era el alma de la sazón del mismo, estaba casi obligada a atender su negocio.


     En casa, nos distribuíamos para cederle a mí tío una de las recámaras. Él siempre pedía que yo durmiera con él. Recuerdo que él, tenía por costumbre dejar un vaso con agua en el buró, pues con el calor se levantaba a media noche a tomarlo. Y una de esas noches, me levanté con muchas ganas de orinar, todo estaba muy oscuro y el baño estaba en el patio de la casa. Me dio mucho miedo salir, y al ver el vaso con agua se me ocurrió beberla y después, orinar dentro del mismo.  A la mañana siguiente mí tío a carcajadas comentaba mi ocurrencia, me sentaba en sus piernas y me abrazaba con mucho cariño y, yo adoraba sus palabras cuando él con gran orgullo decía: - ¡Este es mi “Gallón”!


El "Gallón"

     A partir de ese día, una nueva bacinica llegaba a la casa, poniéndola debajo de esta cama. Por un lado, me sentí bastante beneficiado. No tendría que salir a oscuras en la noche al patio de la casa.


     Recuerdo también, y muy bien, ese mediodía de un 20 de noviembre. Sacamos unas sillas al corredor de la casa y esperamos que pasara el desfile. Mi tío me miró muy serio, sacó una gran moneda de un peso, de esas que traían a Morelos, y me dijo: - “Gallón”, ¿quieres que te regalé este peso? Yo felicísimo le contesté que sí.  - Muy bien, pues ahora que pase el desfile vas a gritar esto: me habló al oído y quedamos de acuerdo. Yo, estaba muy emocionado esperando ese momento, y cuando el desfile pasaba enfrente de nosotros grité con todas mis fuerzas: - ¡Viva México, Cabrones…! Obvio que todo el mundo se tuvo que reír de este niño de 6 años.


     Después de esos momentos, no recuerdo más de él. No sé si dejo de venir por enfermedad o por algo peor.


     Pasaron muchos años, me enteré que mi tía Carlota seguía teniendo su restaurante. Una ocasión, mi madre y yo, fuimos a visitarla a su casa, vivía en la calle Agustín Lara. Ahí me enteré, que ella había quedado viuda. Que mi tío antes de morir le dijo que él había deseado adoptarme como hijo suyo.


     Algunos años después, regresé a su casa para saludarla. Ya no vivía ahí. Tampoco tenía ya su restaurante. No me supieron decir más…


     A mediados de los años 70´s, llegué al puerto de Veracruz a estudiar mi carrera de medicina. Durante el tercer o cuarto semestre, volví a saber de ella. Vivía en “Costa Verde” tenía, a unas cuadras de la Facultad de Educación Física, una casa enorme que había convertido en pensión para estudiantes. Muy ilusionado, por el cariñoso recuerdo que tenía de ella, fui a buscarla. Nuestra dicha al vernos, fue enorme. Nos abrazamos, nos llenamos de besos, y en lo que platicábamos, me pidió que me sentara a la mesa, en lo que ella seguía haciendo la comida para sus estudiantes. Ni siquiera me preguntó si tenía hambre. Me sirvió un rico guisado y una crema de papas con zanahoria. Y me dijo: - ¡Hijo, empieza a comer, la comida se enfría pronto! Ella apagaba una hornilla y encendía la otra, o cambiaba las ollas y los sartenes de un lado para el otro, metía la cuchara y probaba el sabor, poniendo sal y otros condimentos a la comida. De repente echa la carcajada: - ¡Jajaja, ay hijo, si vieras como te quiso tu tío! Cada vez que le ponía su vaso con agua en el buró reía, reía y acababa llorando al acordarse de ti.


     La llegué a visitar con frecuencia, siempre muy linda, muy generosa, y de muy buen humor. Había ocasiones en que llegaba a verla y la encontraba sentada durmiendo en un sillón tlacotalpeño, en lo que una señora le leía pasajes de la Biblia. La señora, por momentos interrumpía la lectura y le hacía alguna pregunta sobre la misma, y mi tía no sé por qué mecanismo despertaba de su confortable sueño y le contestaba correctamente a esta señora.


     En una ocasión, en lo que estábamos sentados comiendo, me preguntó: -¿Hijo, por qué ya casi no vienes a verme? Su pregunta me turbó, me sentí mal. Ella tenía razón, había espaciado mis visitas y no le había comentado el motivo. Recuerdo que, entre nervioso y entusiasmado le dije: -Tía, es qué… ando con novia. Ella se echó a reír y me dijo: ¡Ah, que mi ahijado tan huerco, pues tráela para que la conozca! Y enseguida continuó: ¿Oye y está guapa la muchacha? Sí tía, sí.


     Días después llegué con mi novia. Mi tía la recibió a besos y abrazos como me recibió a mí. Nos hizo pasar al comedor y sin dejar de hablar y continuar con sus quehaceres, nos sirvió de comer. De momento mi novia ya era parte de la familia. Pues mi tía no dejaba de chulearla: ¡Hija por aquí, hija por allá…!


     Fue tanta la alegría para mi querida tía, que a partir de ese momento no había ocasión en qué antes de marcharnos, me llamara con “disimulo” y dándome la mano pusiera en la mía un billete de 20 pesos, diciéndome: - ¡Toma hijo, para que la invites al cine!


     Llegó el día de mi graduación de médico y la invité a la ceremonia y a la misa. Mi adorada madre y mi querido hermano mayor también estaban conmigo. Ese fue el último día que dejé de ver a mi tía.


     Salí a desempeñar mi profesión médica y tres o cuatro años después, que regresé a Veracruz fui a buscarla. Vi algunos cambios en la fachada de la casa. Toqué la puerta y me abrió una joven señora a la cual le pregunté por mi tía. Ella se quedó viéndome y me preguntó: ¿Doña Carlota, era su tía? Sí… respondí. Ella cambiando la expresión de su rostro y el tono de sus palabras me dijo: ¡Qué pena joven! Doña Carlota, hace dos años vendió esta casa y se fue a vivir a Monterrey, con unos parientes de allá, y al poco tiempo murió…


     Lloré, pero di gracias al cielo y a Dios, por haber tenido una tía, tan linda y querida, como ella.





Veracruz, Ver. 09.02.2017.



4 comentarios:

  1. Que deleité leerte!! Casi me pareció ver las expresiones de alegría de tu tía y las de tam sensible tío !

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  2. Hola. Y de repente me encuentro con este blog. Buscando información sobre Catemaco me ha parecido excelente su trabajo. Espero tener una comunicación más cercana con usted. Maestro Rod Martin.

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