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sábado, 11 de febrero de 2017

PININOS DE AMORES Antonio Fco. Rguez. A.

PININOS DE AMORES
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado

Imagen de Internet

Ricardo y Donald Cox me invitaron ese diciembre de 1970 a pasar la temporada navideña con su familia en la Ciudad de México, D. F.  Mi gratitud eterna a mis amigos por esta invitación. Recuerdo que fueron más de 10 días de inolvidable vivencia y experiencia. No hubo día que no viviéramos al máximo, éramos unos jóvenes entre 14 a 16 años, yo el mayor. Repito que, para mi fueron unas vacaciones de sueño, pero tenía el deseo de pasar la noche de fin de año con mi madre en Catemaco, así que acudí a la Central de Autobuses de Oriente en la avenida Fray Servando Teresa de Mier. La fila era enorme, salía a más de una cuadra fuera del edificio. Después de algunas horas me encontraba a unos 15 metros de la ventanilla, ya dentro del mismo, y aun así se me hacía interminable el tiempo de espera para comprar mi boleto, de estudiante. Me puse a leer un libro para atenuar mi desesperación, y hubo un momento en que al alzar la vista y ver hacia el frente de la fila descubrí a una señora, ya treintona, de tez blanca y ojos claros, viéndome fijamente, al encontrarse nuestras miradas ella me sonrió seductoramente. Yo esquivé esa sonrisa, tratando de ignorarla, y seguí leyendo. Cuando volví a alzar la mirada, esta vez al otro lado de la fila, la volví a encontrar y me dirigió otra sonrisa. Esta vez sacó unos billetes de su bolsa, para que yo los notara. Nuevamente me hice el desatendido. Seguí sintiendo el acoso de su mirada, pero hubo un momento en que dejé de verla, y fue entonces que ella cruzó la fila frente a mi dejándome, sobre el libro abierto, una tarjeta de presentación: Fulana de tal. Jardines de San Manuel, Puebla, Pue. Y escrito a pluma con grandes letras se leía “Vivo sola”. Aclaro que esta mujer en lugar de inquietarme sexualmente, me dio miedo. Al no responderle su “invitación” y sentir que no me interesaba, se perdió definitivamente de mi vista. Al fin llegué a la ventanilla, sólo había cupo para una corrida de las 8 de la noche. No lo pensé más, aunque llegara por la mañana del primer día del año, a Catemaco, pero estaría con mi madre.


     Esa noche, nuevamente en el ADO, esperando el anuncio de la salida de nuestro autobús, por no encontrar al conductor, salimos dos horas después. Sentimos una especie de bendición cuando finalmente subimos al carro. Ya veníamos casi todos dormidos, cuando el conductor detiene la unidad, y dándonos unos vasos desechables los medio llenó de sidra de unas botellas que sacó de una nevera y nos dijo: -Señores pasajeros, amigos míos, son las 12 de la noche, brindemos por el Nuevo Año. Agradecimos su gentil atención. Y después de brindar y desearnos parabienes siguió manejando.


     El gesto del conductor motivó que algunos lo comentáramos con nuestras parejas de asiento. Yo lo comenté con la joven morena que venía a mi lado, pegada a la ventanilla. La pareja que venía a un lado de nosotros intercambiaron palabras con ella. Más adelante, me dijo que eran su hermana y su primo. Me di cuenta que esta pareja venía prodigándose caricias candentes. La morena y yo no fuimos inmunes a esa contagiante manifestación de cariño, e hicimos lo propio.


     Serían alrededor de las 7 de la mañana cuando llegué a mi casa en Catemaco. Mi madre no estaba, vi a la gatita de la casa que siempre se sentaba a esperar en la esquina de la cuadra a que mi madre le trajera sus topotes del mercado. Aproveché para bañarme y quitarme todo ese olor de mi aventura amorosa, y ya limpio fui alcanzar a mi madre para apapacharla y ayudarla con la bolsa del mercado. La gatita venía feliz atrás de nosotros saboreando el rico olor a pescado fresco.


     Esa mañana mi madre y yo festejamos el Nuevo Año con unas ricas mojarras fritas, unos topotes en chile y limón y unas tortillas calentadas en el comal con manteca y sal.


     Ese día necesitaba descansar.   Al día siguiente iría a la iglesia a confesar mi pecado, con el padre. 



Veracruz, Ver. 11.02.2017


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